29 de marzo de 2024

Un minuto de noventa años

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
19 de mayo de 2022
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
19 de mayo de 2022

A los noventa años que cumple este jueves, el padre Diego Jaramillo, mandacallar de la Fundación Minuto de Dios,  notifica que su retiro se dará “cuando llegue la vejez…”.  Por lo pronto, descansa haciendo lo que tiene qué hacer y tratando de pasarla divertido  y contento.

La ciática  le anima la jornada. “La vida es fácil”, me dijo en vísperas del cumpleaños que los eudistas le celebraron sembrando 90 árboles en el Agroparque Sabio Mutis, entre La Mesa y Tena, Cundinamarca. El breviario, la Biblia y Mutis, figuran entre sus lecturas preferidas.

El padre Diego tiene más vida que una mujer fatal. Frente al pelotón de fusilamiento de su  vejez, lo mantiene activo una dieta teológica a base de camándula y servicio a los de abajo.

¡Milagro! Es el único colombiano que se ha pasado media vida metiendo la mano en el bolsillo ajeno, sin que lo metan a la cárcel. Ese bolsillo es el de los ricos para que aflojen la lana.

El otro milagro lo  hace todas las noches y tiene que ver con su programa de televisión que dirige desde 1992 cuando murió su gurú, el padre García Herreros, creador de la organización.

El milagro consiste en que cuando el padre aparece en el televisor nadie cambia de canal. Como el Minuto dura en promedio 52 segundos, si le salió bien, la gente queda con ganas de más; si no, el tedio fue fugaz como una jaculatoria. Una lección de brevedad que los escribas deberíamos aprender.

La peor noticia de este religioso que no carga celular pero utiliza el de sus amigos en caso de necesidad,  la dio en 1992 cuando García Herreros, Siervo de Dios, se volvió eternidad mientras transcurría un banquete del millón. “Minutico” Jaramillo, breve como el salmo 23 (“el Señor es mi pator…”) , dio la chiva que le dieron por teléfono y siguió adelante. Como en los circos, el espectáculo de la solidaridad tenía que continuar.

“Toda nuestra vida la podríamos condensar en un minuto: El Minuto de Dios”, confiesa. (Debería confesarme con él porque se tiene confianza para perdonar, aunque el sanador olvido lo tiene que poner el penitente).

Su extensa hoja de vida provoca el inútil pecado de la envidia, lapsus definido por el padre Astete en un escueto trino teológico como “pesar del  bien ajeno”.

Así sea contar plata delante de los pobres, recordaré que de sus noventa años el padre Diego nos dedicó a su paisano mosaiquista, Iván Darío Gil, y a mí, quince horas de su vida.

Iván y yo lo acompañamos a deshacer pasos a Santa Rosa de Osos donde estudió para cura, a Yarumal, donde nació de una coalición-colisión de amor entre Gabriel y Carmen Julia Cuartas, y a Angostura, donde conoció el gigantesco mosaico que hizo Gil del padre Marianito Eusse quien nos miraba goloso mientras despachábamos un suculento tamal maridado con vinillo de consagrar…

Tan pronto lo descubrían, sus fans  corrían a pedirle la bendición, una medallita, una selfi. Autorretratarse con el padre es como sacarse un autorretrato con el Espíritu Santo, en el que es especialista. (Yo nunca he podido con ninguno de los integrantes de la Santísima Trinidad…).

Cuando le pregunté: ¿Padre Diego, y si Dios no existiera?, me electrocutó con esta lacónica respuesta: “¡No diga pendejadas!”

Resume así su parábola vital: “Ojalá pudiese morir de amar y servir”. “Y el día esté lejano”, claro. Japiberdi.