28 de marzo de 2024

Tilolilo le cuenta a Amanecer cómo llegó al bosque

26 de mayo de 2022
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
26 de mayo de 2022

Capitulo de mi novela infantil

 “Cuando en sueños Amanecer
conoció el bosque”, cuya segunda
edición salió hace poco.

Amanecer ya estaba despierta cuando su papá se levantó de la cama. Apretaba contra su pecho una muñeca caminadora en el momento en que, con la pijama todavía puesta, lo vio llegar del baño, acabado de afeitar. Traía en la mano derecha una toalla, y sobre el hombro izquierdo un pantalón café. Al verlo, una sonrisa tierna asomó a su rostro. El papá, que alcanzó a verla en el instante en que la niña trataba de taparse la cabeza con la cobija, le preguntó: «¿Qué soñaste anoche?». Ella contestó: «Otra vez con Tilolilo, papi».

Entonces el papá se acercó hasta su cama, le pasó la mano por las mejillas, le organizó las cobijas y le dijo: «Cuéntame el sueño». Ella empezó a narrarle, detalladamente, lo que había soñado. Le dijo que vio a Tilolilo cuando, trepado sobre un árbol de tamarindo, trataba de coger una pequeña ardilla que jugaba entre sus ramas. Lo vio desde que llegó, jadeante, hasta el árbol. Cuando por fin pudo hablarle, ella le dijo:

– ¡Qué vas a hacer, Tilolilo!

– Coger las ardillas de este árbol – contestó.

– ¿Para qué? – preguntó, asombrada, la niña.

– Para jugar con ellas – respondió.

Tilolilo había crecido lo suficiente como para treparse a un árbol con destreza, sin correr peligro. Se agarraba de los brazos más fuertes, y escalando despacio sobre el tronco ascendía hasta la parte más alta. Acostumbrado a caminar por el bosque, su entretenimiento era treparse en los árboles. Desde las primeras horas de la mañana, una vez despertaba, se dedicaba a recorrer los senderos. Caminaba horas enteras por entre los guaduales, limpiaba de basuras los caminos solitarios, rociaba con agua fresca los jardines florecidos. A veces les llevaba alimento a los pájaros que cantaban entre los cipreses. Pero lo que más le llamaba la atención era sentarse a contemplar las mariposas que volaban por entre la arboleda, los jilgueros que a toda hora se posaban sobre los girasoles, los insectos que se paseaban alegres por la tierra humedecida.

Para Tilolilo recorrer el bosque era como reencontrarse con un pasado que le traía hermosos recuerdos. Conservaba en la memoria, fresca todavía, la imagen de un bosque que había recorrido de la mano de su mamá cuando apenas tenía tres años. Desde ese entonces empezó a enamorarse de los bosques, a sentir como suya la naturaleza, a identificarse con el aroma fresco de las flores. Así se lo había contado a Amanecer a lo largo de todos los sueños, durante los dos años que llevaban compartiendo su amistad.

– ¿Y qué te dijo Tilolilo de las ardillas? – preguntó el papá mientras se ponía el pantalón.

– Que son muy bonitas – contestó la niña.

– ¿Y dónde vive Tilolilo? – preguntó de nuevo el papá, abotonándose la camisa.

– ¡En el bosque! – contestó ella.

Efectivamente, Tilolilo vivía en el bosque. Llegó allí cuando apenas tenía cuatro años de edad. Según le había contado a la niña en uno de los sueños, llegó una tarde en que hacía un sol esplendoroso, montado sobre una alfombra voladora. Recordaba que, dos años atrás, cuando se encontraba parado frente a la puerta de su casa, un viento fuerte lo derribó al suelo. Asustado, se paró nuevamente. Fue cuando vio la alfombra voladora que conducida por un señor blanco con un turbante en la cabeza se posó en la calle. Observó, asombrado, cuando la alfombra empezaba a levantarse de nuevo. Entonces corrió hasta ella para verla mejor. No se dio cuenta en qué momento resultó subido en ella. De pronto se vio en el aire con un viento seco golpeándole la cara y una brisa leve mojándole el cuerpo.

No supo hacia dónde se dirigía. Lo cierto fue que después de cuatro horas de viaje la alfombra se detuvo en algo parecido a un desierto, donde solo se veía arena y piedras. Tampoco supo cómo descendió allí. Vio, asombrado, cuando la alfombra se elevó de nuevo. Pero ya no llevaba conductor. El señor blanco con un turbante en la cabeza se había caído cuando la alfombra empezó a ascender. Tilolilo lo vio caer. Sorprendido, vio cómo en ese instante el hombre se convirtió en estrella.

Sucedió de manera rápida. Al caer al vacío, el hombre se llevó las dos manos hasta la cabeza y, tomando el turbante que brillaba intensamente, lo envolvió en la tela roja. Luego lo guardó debajo de la túnica blanca. Tilolilo vio cómo, sorpresivamente, el cuerpo del hombre se fue tornando pequeño. Y un minuto después empezó a brillar con una intensidad asombrosa. Fue en ese momento cuando tomó la forma de una estrella.

El niño no podía dar crédito a lo que veía. Fue así como inició su camino hacia el bosque. Cada que miraba hacia arriba, como buscando de nuevo la alfombra voladora, solo alcanzaba a divisar la estrella que parecía indicarle el camino hacia un lugar desconocido. Ese sitio era el bosque donde ahora vivía. Demoró dos días para descubrirlo. Pero cuando al fin, agotado de tanto caminar, lo encontró, supo que ese era el lugar indicado. Lo comprobó en el momento en que, montado sobre un burro decrépito, un anciano de barba blanca, parecido a Papá Noel, lo saludó efusivamente.

-Bienvenido al bosque – le dijo con una voz dulce.