29 de marzo de 2024

Escribimos para desentendernos

24 de mayo de 2022
Por Sebastián Galvis Arcila
Por Sebastián Galvis Arcila
24 de mayo de 2022

Las redes sociales parecen mostrarlo todo: verdad y mentira en una sola línea, maldad y bondad en una misma imagen; todo menos las buenas formas ortográficas, ¡reglas! Al menos las mínimas para compartir una idea; la verdad es que tampoco hay que llegar a un vasto conocimiento como el de don Efraim Osorio -columnista de la Patria-, para escribir un tuit o una corta opinión en cualquiera de los medios disponibles.

Pero vemos es que el vértigo de la vida actual es inclemente con la comunicación, en especial con la precaución en la escritura, y en parte esto explica nuestro problema al comunicar en un lenguaje escrito aquello que pensamos o sentimos. El atropello a las reglas gramaticales es costumbre, y en abundancia de conversaciones por las redes sociales, hay millones de libros no leídos porque no hay tiempo para algo diferente a mirar contenidos en la web. No libros sino síntesis y resúmenes, no textos completos sino un video tutorial que ayude a resumir ligeramente las ideas principales de una obra.

Los correctores ortográficos han hecho de las suyas siempre que a la gente ya no le interesa saber cómo escribir bien, lo importante según expresan, es que “se entienda”, de tal manera que el conocer las reglas para un debido proceso de escritura es menos importante que permanecer la mayor parte del día con la cabeza inclinada en contacto con el dispositivo móvil. El problema es que hay quienes escriben “Chulo” sin h sin ver ahí la necesidad de corrección en la redacción, y eso se da por una cultura de la inmediatez inculta que ha olvidado una lección única: escribir es esencialmente importante y para hacerlo hay que leer textos confiables o, en otras palabras, textos bien escritos.

La escritura correcta está en desuso para que el hombre y sus símbolos simplifiquen el idioma y lo transformen en un tipo de comunicación confuso, descuidado y primitivo. Hoy la gente se comunica masivamente, pero con menos comprensión que antes cuando se elegían muy bien las palabras para una carta o telegrama. Ahora no, ahora la ligereza no da lugar a generar un uso adecuado de palabras, antes bien, lleva a la degeneración de los mensajes en trato corriente y coloquial que dice muy poco en realidad, es decir, que habla de todo cuanto pasa, pero con un nivel de profundidad escaso.

El problema está en que, para escribir bien, el autor debe hacerse preguntas y debe lidiar con su propia crítica antes de publicar cualquier línea. Debe corregir antes de enviar para asegurar que su escrito cumpla con los requisitos mínimos de ortografía y con las reglas gramaticales. Este es un tema que convoca a la escuela y la universidad por su responsabilidad educativa frente a retos específicos en la comprensión de lectura, la desmotivación lecto-escritural y los atajos que maltratan el idioma.

Comenzamos a no entendernos lo suficiente al comunicarnos porque la ligereza de los mensajes no da tiempo para reflexionar en su contenido; y, por otro lado, todo lo que nos interesa es expresar con un emoticón la forma en que nos estamos sintiendo. Pero seguro nos estamos equivocando, esa función rápida no puede imperar en otros sentidos dialógicos, porque no solo precisamos de discursos frívolos y superfluos, sino de otros que sean profundos, sanos, reflexivos; precisamos de mensajes que construyan y edifiquen, no solo que diviertan, y para esto debemos aprender a diferenciar los aspectos normativos de la comunicación con total atención. Comenzamos a no entendernos cuando ignoramos la diferencia entre un comunicado de Gustavo Bolívar y uno de la gran historiadora colombiana Diana Uribe.

Psicólogo. Magister en Educación