28 de marzo de 2024

Comunicación instrumental

Psicóloga. Maestrante en psicología clínica. Cursando formación en logoterapia y análisis existencial. Investigadora en neurociencias. Miembro de la Red Colombiana de Mujeres Científicas. Líder de iniciativas de desarrollo social y educativo en Manizales.
12 de mayo de 2022
Por Viviana Andrea Arboleda Sánchez
Por Viviana Andrea Arboleda Sánchez
Psicóloga. Maestrante en psicología clínica. Cursando formación en logoterapia y análisis existencial. Investigadora en neurociencias. Miembro de la Red Colombiana de Mujeres Científicas. Líder de iniciativas de desarrollo social y educativo en Manizales.
12 de mayo de 2022

Cada época de la vida trae consigo distintas maneras como los seres humanos nos comunicamos. En la era posmoderna, es evidente que la comunicación está mediada por herramientas virtuales y digitales. Las maneras como nos comunicamos con los otros están estrechamente ligadas a nuestros vínculos socioafectivos. Esto quiere decir que, en la medida que la comunicación sea más personalizada, sentiremos una mayor proximidad hacia la persona con quien nos relacionamos.

Cabe señalar que a veces es importante ser prácticos a la hora de transmitir nuestros mensajes. Si requerimos de manera urgente la ayuda de otra persona, el expresar directamente lo que necesitamos puede facilitarnos la solución de un problema inmediato. Esto no nos desvincula con otros, a menos que se convierta en la constante de nuestra comunicación. Y eso es lo cual está ocurriendo en nuestra época. Pareciera que la posmodernidad se fundamentara en la comunicación instrumental, es decir, aquella que se limita a enviar un mensaje práctico que nos facilita la solución de un problema, pero que nos desvincula como auténticos seres humanos.

¿Qué está pasando con la manera de comunicarnos? Muchas veces ni siquiera saludamos con nombre propio a la otra persona. Nos limitamos a decir “hola” a través de WhatsApp u otra aplicación y a enviar nuestro mensaje, anulando la individual del otro. Es un saludo colectivo que masifica la singularidad, mientras olvidamos que el otro tiene nombre. Son acciones  que ni siquiera llevamos a cabo de manera consciente, pero que hemos adquirido en la interacción cotidiana, esa que nos impide ver al otro aunque lo tengamos enfrente.

Comparto la frase de Noel Schajris cuando, en una de sus canciones, afirma que “la vida es un montón de momentos”. Cuando la comunicación instrumental se convierte en nuestra principal manera de relacionarnos, corremos el riesgo de perdernos de momentos existenciales con los otros, incluyendo a amigos muy queridos y a nuestra propia familia. Si a esto le añadimos el tiempo que estamos más conectados con las pantallas y otros medios tecnológicos que con otros seres humanos, el riesgo es mayor.

La mejor manera de autoevaluarnos para identificar si estamos priorizando la comunicación instrumental es mirarnos en situación respecto a los vínculos que tenemos con otros. Por ejemplo, reconocer si cada vez que buscamos a una persona lo hacemos con el objetivo de solicitar un favor o si masificamos los mensajes omitiendo su nombre propio. Establecer vínculos reales es una necesidad, algo inherente al ser humano.

Muchas personas son populares en Internet y tienen miles de contactos en sus teléfonos o redes sociales virtuales, pero se sienten solas y desvinculadas. Contra este fenómeno, lo más importante es establecer vínculos en contextos reales, guardando por un momento el teléfono y hablando frente a frente con el otro. Generando estos cambios en nuestra comunicación, descubriremos que podemos conectarnos más significativamente con la vida, logrando que los momentos hagan parte de nuestra existencia y que los vínculos sean auténticos.