29 de marzo de 2024

Reflexiones para la semana mayor.

8 de abril de 2022
Por Henry Marín Villegas
Por Henry Marín Villegas
8 de abril de 2022

Las imágenes de la masacre de Bucha, ciudad de Ucrania, son el testimonio del horror de la guerra y de la crueldad de los soldados invasores. Los documentos gráficos divulgados espantan. Cadáveres con las manos atadas regados por las vías. Cualquier número de muertos aterra, pero los once de la calle Yablonska encontrados insepultos después de semanas de haber sido ajusticiados con «tiros de gracia» desgarran el alma de los más insensibles.

Es tan enrarecido el aire de Ucrania que ya ni siquiera se habla de él, lo que no significa que el olor nauseabundo, putrefacto, producido por los cadáveres en descomposición, no sea lo que se huele y se respira en la mayor parte de esa nación.

¿De qué aterrarse? – Si el «código universal» permite a quienes quieran o puedan: violar normas, violentar los bienes, forzar a los débiles, torturar o matar, sin que nadie los detenga y mucho menos los someta o castigue. La solidaridad para proteger a los desvalidos es tímida e hipócrita y generalmente se limita a declaraciones de rechazo bien redactadas que se envuelven en la bandera del respeto a la libre determinación de los pueblos y la no injerencia en asuntos internos de
terceros, lo que las convierte en simples saludos a la bandera.

Sin embargo, el gran despliegue periodístico que se hace de los sucesos con contenidos atrevidos y perturbadores, es aprovechado por estos para sacar lucro publicitario por el inmenso «rating» que sus transmisiones generan y también por algunos jefes de estado que se valen de estas oportunidades parasacar pecho y darse vitrina.

Asistimos a la comedia de la sociedad indolente, ávida de noticias que alimenten su morbo, interesada en el espectáculo pero despreocupada por las consecuencias.

La humanidad actual se acerca al peligroso camino que la conduce a caer en una filosofía cuyo lema de libertad incondicional para todos, podría llevarla a lo que se insinúa: múltiples estados caóticos tratando de controlar a «una sociedad ácrata y amoral».

En otras latitudes, muchas cosas han empezado a percibirse como olores repugnantes, no propiamente por la parosmia atribuida a un efecto secundario del COVID-19, sino por la presunta descomposición moral de actores sobresalientes de nuestra sociedad, como entre otros, los relacionados con los más recientes escándalos, denunciados y no desvirtuados, que fueron hechos por cronistas influyentes y hasta por los mismos encargados de investigarlos. Denuncias que involucran a ciudadanos, funcionarios y superiores, concejales, es decir, que si las investigaciones avanzan, temen que no quede títere con cabeza; lo que seguramente no va a ocurrir, porque el hedor es tan fuerte, que es necesario enterrar los procesos y estos, según se afirma, no se cubren con tierra como el vocablo lo expresa, sino con billetes.

Es lamentable que se sepa, se censure y que no pasa nada.

Nos acostumbramos a respirar las miasmas que emanan los «vivos podridos», no por la degradación de su carnes sino por la corrupción y podredumbre de sus almas.

Peor aún es que los que no son así, que son la inmensa mayoría, ni siquiera chisten. La situación, por su fondo, es parecida pero no igual, a la de la escabrosa novela de Thomas Harris «El Silencio de los Corderos». Parecería que tuvieran castradas sus almas, pero con la esperanza de un mañana mejor, sin

hacer nada; en la creencia irresponsable de que los correctivos no son de su incumbencia sino del gobierno o del estado, sin detenerte a pensar si alguna parte de estos pudiera estar contagiado del mal que carcome al establecimiento a tal punto, que pareciera estar haciendo agua la institucionalidad.

Y es que la apatía de los ciudadanos ha hecho carrera. Ven la realidad como si fuera ficción. Todo lo toman como si observaran una película que cuando llega a su fin, se acabó el problema. La irrealidad parecería ser la visión diaria, lo que ha llevado a pensar que los malesson mero producto de la imaginación.

Hace años no existía el voto femenino y la razón era porque la Constitución de 1886 otorgó exclusivamente la ciudadanía para poder elegir, a los varones mayores de 21 años que ejercieran profesión, arte u oficio. Nótese que las mujeres por su poca o ninguna escolaridad en la época, no eran tenidas en cuenta para sufragar. Como también se intuía que los varones menores de 21 años no estaban aptos aún para elegir en forma responsable.

Con todas las cosa en contra de ese ordenamiento que hoy se invoquen, en la Constitución del 86 está claro que el legislador pretendía que el voto fuera “calificado”. Hoy, 136 años después, se abre camino el voto rebelde, desbocado e irresponsable, que obedece a todo, menos a la serena concepción de lo que los ciudadanos (incluidos los del silencio) pueden esperar de lo que es un gobierno ecuánime y no impulsado por efectos perversos o doctrinas contestatarias.

Los que afirmaron que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, lo hicieron cuando la opinión no estaba todavía formada por las enseñanzas de la televisión malsana y de las redes sociales cuya mayoría de sus exponentes pregonan el odio y adiestran a sus seguidores con ramplonería.

¿Será cierto que eso es lo que se merece? ¡»qué tiempos, qué costumbres»!

LITZ HENRY- PÍLDORAS
ABRIL 8 2022