29 de marzo de 2024

La Lindosa

9 de abril de 2022
Por Eduardo López Villegas
Por Eduardo López Villegas
9 de abril de 2022

Estar en la Serranía de la Lindosa es la experiencia de conocer la Colombia Secreta (homenaje a Andrés Hurtado), su geografía, biodiversidad, historia, y cultura, sus procesos en curso. Para llegar a San José del Guaviare se toma tanto tiempo, saliendo de Bogotá, como para ir a Manizales, aun así se debe recorrer una distancia mayor, una mitad de más.

Desde la cima de un tepuy, -elevación maciza-, se divisa cercana la serranía de La Macarena, al occidente, la cual con el Chiribiquete, forman una discontinua ruptura de la  llanura amazónica, que se extiende al sur como un infinito tapete verde, sobre el que reposa una anaconda, el serpenteante río Guayabero, y hacia el oriente, otra inmensidad,  la cuenca de la Orinoquia. Instantes para sentirse sobre el mundo, inspirarse, locación para el final de una película épica.

Por la presión de las placas tectónicas, los tepuyes son colosales elevaciones pétreas, que formadas en la profundidades emergieron como rastros visibles del cratón del Amazonas, en donde confluyen los escudos guyanés y del amazónico. Es el Vaticano para el geólogo. Aquí se encierran las respuestas a los secretos sobre la formación de los continentes.

Los ríos, los senderos transcurren en lechos de piedra, formaciones magmáticas; y la naturaleza con el paso de los siglos ha cubierto la losa con una capa de limo que alimenta el bosque tropical, no muy rico en especies, pero muchas de ellas endémicas. Son ingenio de la naturaleza las especies que sobreviven en un suelo de pobres nutrientes, sometido a condiciones de variaciones extremas de temperatura, radiación y humedad. El Gaque, nace casi suspendido en el aire, en una cavidad de la pared del tepuy, a la altura suficiente para alzar sus hojas, que tomen la luz solar, y sus raíces, una red de bejucos, deben buscar tierra, diez metros abajo.

No puede pensarse esta región sin los ríos. De esta cuenta proviene el 13% del agua dulce que reciben los mares. Y aquí, el Guaviare, formado por el Guayabero y el Ariari, es caudaloso en verano y crecer ocho o diez metros de altura en invierno. Las aguas más superficiales permiten los cauces de colores como los que de la sierra macarena, y pozos, piscinas naturales de aguas limpias y oscuras.

Este es un parque natural mixto. No solo es naturaleza es cultura. Aquí en la Lindosa se calculan existen 35.000 pictogramas en las paredes de los tepuyes. Todo aquí es un arcano, mágico, casi místico, es una vivencia con un mundo primitivo. Esta es la Altamira americana. Uno de los rastros más antiguos y eminentes de la capacidad de conceptualización del hombre.

En las pinturas de la Lindosa están plasmados, en el color mineral ocre, rituales, escenas cotidianas, las divinidades, los animales, las plantas, y ellos en su conjunto son un relato completo de la vida de hace diez mil años. Bueno aquí viene una gran dificultad: el tiempo. No se han datado las pinturas. Pero estas lo pudieron ser de cualquier época desde cuando se ha establecido que allí habitaron los seres humanos, de hace veinte mil años.

De la antigüedad de las pinturas rupestres nos hablan los animales allí figurados. Científicos de la Universidad de Exeter, -José Iriarte-  comparando escalas y tamaños, concluye que se representa una megafauna. Y, valiéndose de la recomposición hecha en el Instituto Max Planck, los contornos difusos llevados a trazos finos, evidencian mastodontes, perezosos gigantes, caballos amerindios, fauna del Período del Hielo, desaparecidos hace ocho mil años.

Los investigadores de la Universidad de La Sorbona se muestran incrédulos, pero admiten la posibilidad.

Los de la Universidad Nacional, -Fernando Urbina- escépticos y sofisticados, leen las representaciones elementales atribuyéndoles manejo de la perspectiva, y ven toros, caballos, perros cazando indígenas, y hasta espadas. Falta por averiguar cómo los nativos de la Orinoquía o del Amazonas, tuvieron contacto con expedicionarios europeos, y confirmar la hipótesis de que pasaron por allí alemanes por cuenta de Carlos V.

Para sentir la conexión con el pasado remoto no se necesita la certificación científica, -basta que no la tilde de impostura-, pero el turista puede valerse  de la imaginación, como lo hacen los científicos, para gozar de una misteriosa conexión con una civilización perdida.

Y el viaje no es solo para saber algo de la historia, lo es también para conocer de primera mano un proceso social en curso, gestado a partir de una fusión étnica. Una de nuestra guías, Natalia Vásquez Vásquez puede ilustrarnos: su abuelo materno era un tolimense, huérfano de niño, y de joven instalado en el Guaviare y allí constituyó hogar con una indígena tucana; su madre mestiza y padre costeño, del que sabe su origen y destino -una cárcel en la que purga una pena de cuarenta y cinco años-, pero poco más de una ausente parentela paterna. Colombia, un país de regiones encerradas en sí mismas, para sus habitantes sin oportunidades, acosados por desgracias, ven en esos territorios selváticos la esperanza de una nueva vida, a los que confluyen de todas las procedencias. Llegaron aquí y no escaparon de la violencia de la que huían, quedaron atrapados en las redes de otros actores más espantosos y presentes de guerrilla, paramilitares y narcotráfico.

Pero aquí es donde está la maravilla. Han bastado pocos años del Acuerdo de Paz cumplido a medias tintas, para que se haya producido una transformación, un florecimiento. La región goza en activa vida económica, pero por encima, de optimismo, de una convicción de estar construyendo país, de un sentido de patria como no se conoce el país urbano. La población goza de la tranquilidad de vivir en la legalidad. Natalia siente orgullo por lo que es, por ser nativa, no le abruman sombras, mira hacia adelante puertas que se le abren a la región con un turismo comunitario y responsable.