29 de marzo de 2024

Triste decirlo, no habrá cambio

11 de abril de 2022
Por Alberto Zuluaga Trujillo
Por Alberto Zuluaga Trujillo
11 de abril de 2022

Si bien las drogas y las guerrillas son problemas difíciles que afrontamos, la política, sin lugar a dudas, ocupa el primerísimo puesto. La forma cómo funciona el Estado es el origen de nuestra disfuncionalidad y pese a contar con una larga historia democrática la clase política se mueve a su antojo sin que nada ni nadie la obligue a rendir cuentas. De ahí, que cuando el proceso 8000 estalló, Álvaro Gómez desde su tribuna editorial insistentemente le señalara al país que, al que había que destituir no era a Samper, sino al régimen. El sistema es el inoperante. Inoperante para el buen desempeño de nuestras instituciones, no así para la clase política corrupta, que engolosinada vive a expensas del empobrecido pueblo colombiano, sacándole provecho a un sistema de gobierno hecho a su medida, en dónde cada cuatro años, parapetados en su propia labia, ofrecen todo lo humano y sin avergonzarse, se atreven a prometer hasta lo divino. Caso Odebrecht, el Cartel de la Toga, el Cartel de la Chatarrización, el Cartel de las Regalías, el desfalco a Ecopetrol, el escándalo de Reficar, el Cartel de la Hemofilia, el vergonzoso caso Pretelt, el escándalo de la Comunidad del Anillo, el desfalco a Colpensiones, el Carrusel de la Contratación en Bogotá, el escándalo de Interbolsa, el de la Dian, el de Agro Ingreso Seguro, el de las Chuzadas, los Falsos Positivos, el de la Federación Colombiana de Futbol y la Parapolítica para no mencionar sino estos poquísimos desfalcos de los que a diario se suceden, demuestran muy a las claras qué objetivos tiene en mira nuestra “impoluta clase política”, reelecta votación tras votación, después de invertir inmensas cantidades de dinero, obtenido en esas incuantificables “pescas milagrosas”.  21 años han transcurrido desde que Fujimori fue destituido como presidente del Perú, período este por el que han pasado cuatro gobernantes por la Casa de Pizarro en Lima, sin terminar sus mandatos, acusados de actos de corrupción con Odebrecht. En Colombia, por muchísimo más, nada ha sucedido ni sucederá. Los corruptos bien saben que el sistema los protege y ¡ay! de quien ose ponerles mano, pues la “justicia” se devolverá contra ellos de manera implacable y vengativa. Ad portas de la elección presidencial, los colombianos no tenemos otra alternativa diferente que votar por el continuismo de esta ominosa política del robe y tapen o votar por el candidato de las bolsas en el que claramente se ve en el “Petro video” al candidato del Pacto Histórico recibiendo una bolsa con dinero de parte de Juan Carlos Montes, exsubdirector de construcción del Instituto Distrital de Recreación y Deporte de Bogotá, en la campaña del 2018, hecho que se cerró con la declaración del Consejo Nacional Electoral (CNE) en el que concluyó que, dicha plata, fue entregada en el 2005, por lo que era imposible investigarlo por su caducidad. Además, sobre sus dotes gerenciales o administrativas, bien lo conoció el país cuando siendo alcalde de la capital, la enrutó por caminos de sobre costos y despilfarros económicos, cuyas investigaciones quedaron en veremos. Siendo el voto en blanco una valiosa expresión del disenso, con efectos políticos de alcanzarse la mayoría absoluta, cosa por ahora imposible de lograr, no queda más camino que continuar con lo que tenemos, para dar cumplimiento al viejo refrán: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Según el tipo de régimen, existe una tabla que marca el índice de democracia clasificando entre los distintos países del mundo su grado de desarrollo democrático, en la cual, según el Economist, en el listado del 2021, entre 167 naciones, no aparecimos siquiera entre los 30 primeros lugares. Triste decirlo, en estas tampoco habrá cambio.

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