28 de marzo de 2024

¿Acaso la guerra es opción?

15 de marzo de 2022
Por Augusto Trujillo Muñoz
Por Augusto Trujillo Muñoz
15 de marzo de 2022

En medio de todo proceso electoral se cometen exageraciones. El maestro Darío Echandía solía decir que “cuando hablan mal de uno exageran y cuando hablan bien, también exageran”. Pero en la actual campaña se han roto todos los límites. Incluso en la prensa. La columnista María Isabel Rueda, por ejemplo, llega al extremo de ver “falta de escrúpulos mutuos” entre César Gaviria y Gustavo Petro por haberse reunido para hablar de política.

Mis simpatías personales no pasan por ninguno de estos dos personajes, pero celebro que políticos de distinto signo dialoguen en medio de este mar de monólogos que ahoga la convivencia entre los colombianos. Aquel diálogo, por supuesto, no tuvo nada que ver con lo ideológico. Ni más faltaría. Lo que está en juego en este país no son las ideologías sino la democracia. Rueda revela preocupación cuando se pregunta si Petro va a pretender quedarse en el poder “los casi 30 años del chavismo” que se cuentan en Venezuela. Pero no muestra inquietud alguna por los casi 20 años del uribismo que se cumplen en Colombia, con herederos tan menores que ni siquiera ayudan a mantener vivo el liderazgo del expresidente. En cambio, sí han afectado el funcionamiento, e incluso, la legitimidad de las instituciones.

La democracia no es una ideología. Es una cultura que exige esfuerzo cotidiano y pedagogía social. Las ideologías más radicales -los fascismos y los comunismos- son antidemocráticas. No creen en el Estado de derecho. Lo combaten desde afuera. Los populismos, en cambio, que son la ausencia de ideologías, se camuflan en la democracia para atacarla desde adentro. Trump y Maduro dan testimonio hemisférico de ello. Pero también lo dan aquí Gustavo Bolívar y María Fernanda Cabal. No son los únicos, pero tal vez sí, los mejores ejemplos de ese populismo, ramplón y rampante, que cada uno le adjudica a los demás y viceversa.

La periodista Rueda subraya que Petro destruiría los cimientos de la Constitución del 91, la cual considera un legado de Gaviria. Curiosamente, Petro también la considera un legado del M19. Pero es bien sabido que la Constitución ha sido modificada más de cincuenta veces, a través de contrarreformas que la sustituyen. Varias veces se han lesionado sus cimientos y lacerado sus principios axiales. Siempre, eso sí, en los gobiernos de Uribe, Santos y Duque. Ni que María Isabel viviera en otro país. Defiende, además, la ley 100 y apoya los fondos privados de pensiones, en lugar de proponer un esquema de sana competencia entre los regímenes de ahorro individual y de prima media, como correspondería si se tuviera alguna lógica, en estos tiempos de preminencia de la lex mercatoria.

Los ideologismos se volvieron religiones vestidas de política. Ahora es criticable que Gaviria y Petro, como adversarios políticos se reúnan, pero es normal amenazar a los jueces por sus fallos. ¿Acaso la guerra es opción?  Una cosa es escoger entre figuras como Galán, Fajardo, Robledo o Echeverry, cuyo retiro es de lamentar, y otra hacerlo entre Fico y Char quienes, a todo parecer, tienen mucho más dinero que ideas. Y quien carece de ideas privilegia la confrontación. En ese marco, el encuentro entre Gaviria y Petro es un mensaje de democracia para una sociedad plural. Este no es un problema de escrúpulos sino de civilización política. La guerra no es una manera de ejercer la política por otros medios. Ni al revés.