24 de enero de 2025

La peregrinación idólatra

5 de febrero de 2022
Por Eduardo López Villegas
Por Eduardo López Villegas
5 de febrero de 2022

El Hay Festival 2022 fue una oportunidad maravillosa de aproximación a temas, novelistas, filósofos, ensayistas políticos. Jornadas de apertura mental. Hubo escuela de democracia con voces autorizadas que ilustran la tragedia de la desigualdad, la dimensión de la agobiante emergencia ambiental. Los peligros que acechan: el populismo, la polarización, y la post verdad, (3P de Naím), la realidad del racismo, la propuesta esperanzadora de Adela Cortina de una ciudadanía cosmopolita.

El Festival 2022 acercó lectores a sus autores, de prestigio hemisférico, el nobel Soyinka o el caribeño Padura, ya familiares, Vásquez, Pilar Quintana, Gamboa, Rosero, o noveles, Sosa Villada, Eddo-Lodge Vanesa Londoño, ¡Y de qué manera! a quien brilla con intensidad: Irene Vallejo.

Es extraordinario que un libro y su autora recién aparecidos, gocen de reconocimiento. La industria del libro necesita de los premios, de crítica especializada, y de tiempo para consagrar a un autor. Irene Vallejo puede prescindir de ellos. La poderosa influencia de la voz a voz digital hizo célebre El Infinito en un Junco que salió de imprenta (2019).

En una sociedad que privilegia el espectáculo, en el que los héroes son creación policroma, multisensorial, talentos adornados profusamente con tecnología, luces, sonidos, publicidad, medios, ¿quién con un humilde libro puede conseguir fervorosos seguidores?

Irene Vallejo, por vez primera en Colombia, en su presentación ante el público del Hay Festival, en el auditorio de Getsemaní -más de mil personas-, luce espigada, elegantemente trajeada, con los brazos cruzados sobre el pecho recibe, no ha hablado aún, una cerrada la ovación. Son lectores seducidos por su lectura, hay fascinación. Ella entra en su propia historia como creadora de fans. Narra su libro que el primer fan del que se tiene noticia es el de un gaditano que emprendió la peregrinación idólatra por el azaroso camino a Roma, expuesto a piojos y salteadores de caminos, para ver a su autor favorito Tito Livio, a quien miró desde la distancia, y contento emprendió su camino de regreso.

De un objeto antiguo construye un mundo nuevo. De ese fajo de hojas, hoy impresas, refiladas y empastadas hace un mundo. Como las neuronas que van extendiéndose en el cerebro, el libro establece conexiones sinápticas entre diferentes áreas del tejido social. Autores con papiro hecho de juncos, o pergamino, o papel, estampar letras que arman historias, fabulan sobre el mundo, especulan sobre las estrellas, dan noticia de héroes y batallas, que llegan a lectores a través de copistas, imprentas, bibliotecas, libreros, para ser leídos en la intimidad y en voz alta, o en auditorios y conferencias, y para quienes establece hábitos familiares, modos de ser sociales, mercados, en los que circulan sus imágenes, se transmiten conocimientos, bullen ideas que desatan pasiones, que inspiran o que mueven a prender la hoguera, persecuciones, movimientos sociales; los libros ayudan a construir o destruir imperios.

Yolanda Reyes la entrevistó con tal emoción que no le permitía redondear su inquietud, pero Irene Vallejo, que salva a cualquier entrevistador, tomó al vuelo la idea y en el mismo registro de sensibilidad, habla poéticamente, con metáforas, amorosamente de los libros, de las palabras -encanta también la versión oral de Irene- de su contacto infantil con el libro, de hormigas que se convierten en voces, de magia que no quiere perder aprendiendo a leer, de fantasías que vive de la mano de seres literarios.

Rompe la forma del ensayo, y la pesadez del tratado, novela la historia, y en ella inserta sus conjeturas. El libro es un delicioso fluir del relato de tiempos griegos y romanos que con naturalidad se adentran a nuestros días, para mostrarnos el pasado como una fuerza que moldea el presente, siguiendo a Coetzee a quien cita; se transporta por los túneles del tiempo que crea la literatura, y hermana a Aristófanes con Chaplin unidos en sus problemas con la justicia por sus rebeldes y sediciosas risas; revive a Platón en el Sindicato de Estudiantes de la Universidad de Londres, porque aquel censura a Homero, y estos piden eliminar de sus estudios a Platón, por racista y colonialista.

El Infinito es un Junco es una deliciosa experiencia de leer, que a diferencia de lo que ocurre con frecuencia -mira con desconsuelo las páginas que faltan-, aquí la angustia es porque el placer termine. Muchos libros, a mitad de su lectura agotan o se agotan. Otros, copian de la genética humana de la apoptosis, células que cumpliendo su función se suicidan, que crean tal trama que es indispensable apresurar el final. Y terminado, dejarlo a mano para su ocasional relectura.

Esta obra tuvo tropiezos, Irene cuenta de los reparos en instancias académicas, opuestas a que en ella se deslizaron anécdotas familiares, fútiles en el rigor del discurso, singular sentido del detalle, pero que crean una atmósfera de encanto, cercanía y pausa lúdica, como el bien que hace su abuelo a un transeúnte sin que este se percatara de haber sido salvado de un accidente que no ocurrió justo porque aquel recogió del suelo una cáscara de banano, o de su relación genealógica con quien aún siendo extraño a su familia, César Vallejo, hizo posible su existencia al levantar con sus poemas, las barreras entre novios que, luego, se convirtieron en sus padres.

Julio Cesar Londoño prestigioso crítico literario, que oficia de escritor, y tal vez por ello capaz de hacer su propio ensayo sobre el LIBRO, se desata contra el Infinito en un Junco, pues lo ve excesivo contando lo que el lector sabe -es él, de todos o cualquier lector no es sostenible la afirmación- y peca por defecto, faltan otras agudezas, no de Vallejo, sino las que él tiene in pectore. Esto es, desde la perspectiva de la especialidad de escritor,-como el abogado, el médico o el electricista- juzga con dureza el trabajo hecho por su colega. La descalificación consiste en: ¡el trabajo no fue hecho como yo lo habría hecho! No importa, diría Irene: Borges hizo una crítica demoledora del Ciudadano Kane. Sí, luego se retractó.