Intento de oración
«La vida está ahí, simple y tranquila… ¿acaso los momentos más serios de la vida no son aquellos en los que no pasa nada?«, escribió Michel Tournier en uno de los ensayos que componen su libro Celebraciones. Y claro, cuando dice serios se refiere a los momentos graves, importantes, a los que entrañan la vida de verdad. Lo demás es mero espectáculo. Por eso el periodismo tiene un valor tan limitado, ya lo sugería Borges, porque lo que este cuenta no es la vida, y cuando por azar la percibe no descubre su importancia o simplemente no le interesa porque le parece simple. La literatura en cambio puede darse el lujo de ocuparse de lo aparentemente intrascendente y salir airosa. Es más, triunfa de manera rotunda. El cine, en cambio, casi siempre tiene la desgraciada obligación de incurrir en el espectáculo, y al hacerlo renuncia a lo humano; sin embargo, algunas películas, que justamente parecen aburridas, están llenas de vida, y es el aburrimiento lo que las hace más atractivas, con mayores posibilidades dramáticas y sublimes.
La vida reprocha el espectáculo, le rehúye. Tal vez de eso esté enterada la intuición del tímido, tal vez su prejuicio corresponda a cierta sabiduría ancestral que el bulloso extrovertido, por desgracia, anula o tiene sepultado bajo montañas de ese ripio que nos reclama la felicidad, la acción y el exceso social.
Sí, la vida sucede cuando alrededor pasan tonterías espectaculares, rimbombantes, meros juegos pirotécnicos. Recuerdo la frase que una mañana le dijo el Doctor Calle a un amigo mientras desayunábamos en la cafetería de la Facultad de derecho viendo que él no dejaba de perorar sobre algún asunto y no se daba cuenta que había entrado y salido la mujer que le gustaba. “Acaba de pasar junto a usted la vida y ha seguido de largo”, le dijo. El amigo ni parpadeó, para seguir con su cháchara.
Y seguro está bien que así sea. Tal vez todo este asunto de que la vida real, la sustancial, no se confunda con lo que parece importante en el instante, sea un ardid de la naturaleza, tal como el que emplean ciertas aves que para ocultar el nido con sus polluelos se ubican lejos de ellos y hacen algarabía de tal forma que el depredador se confunda y lo busque en otro lado. Pudiera ser que para lograr que la vida siga adelante, sea necesario confundirnos haciéndonos creer que lo trascendente reside en otros asuntos, mientras que lo vital transita leve y sutilmente.
“Los días que uno tras otro son la vida”, escribió el poeta Aurelio Arturo. Días tediosos y monótonos, llenos de rutinas salvadoras que confieren un ritmo natural pero contundente, del que es por demás casi imposible sustraerse muy a pesar de que nos supongamos capaces de imponer un ritmo asincopado y propio. El tedio, ese que provocan la serie de obligaciones o costumbres menores, no es más que el mínimo impuesto que debemos pagar por mantener una cierta sincronía con la naturaleza, que es, siempre, rítmica y repetitiva. Por supuesto habrá quien suponga que la naturaleza es todo lo contrario: intempestiva e inaudita, pero entonces no la habrá observado con detenimiento en lo más mínimo, ni se habrá detenido a observar a algún animal o no habrá atendido la cumplida salida del sol; y será por supuesto, entonces, de aquellos que suponen que precisamente sale el sol cada día, solo por y para ellos.
Vuelvo a Tournier: “… lo sacro no existe sino por la repetición, y gana en eminencia con cada repetición”.
Hace unos años intenté componer una oración a partir de las declaraciones de Simón Tanner, el personaje de Robert Walser que quisiera existir al margen —como el propio escritor—, ajeno a todo. Sin buscarla di con ella entre algunas notas y aunque no me complace del todo debo reconocer que me gusta más hoy que cuando la intenté. La trascribo ahora convencido cada vez más de algunos de sus reclamos; y valga advertir que todo el mérito, si lo hubiere, corresponde al magnífico Walser que encontró paz después de haberse internado él mismo en el sanatorio mental de Herisau: Hoy, Señor, espero, de nuevo, confiar en la belleza, tener fe en los hombres, sentarme despreocupado a la mesa con mis amigos, saber que no soy responsable de las desgracias, sonreír a la muerte, afrontar con valor lo que la vida ofrece y dejarte en paz, esperando que la vida vaya siendo según ella, incluso un poco morosa, tediosa y aburrida, sin suponer que algo más trascendente que mi humilde e inmediata existencia podrá sobrevenirme.
No es inútil la oración, pero como todas, añora lo imposible o casi imposible. Y noto ahora que tal vez carezca de la cadencia necesaria para inducir a su fácil repetición, de tal manera que efectivamente convoque a lo sagrado, como sugería Tournier.
Manizales, 25 de febrero de 2022.