16 de enero de 2025

El paisaje: Elemento de la naturaleza

10 de febrero de 2022
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
10 de febrero de 2022

Es gratificante para el espíritu observar el paisaje. Mirar desde la ventana de la casa una madrugada despejada le trae al alma una como paz interior que invita a la reflexión. Observar en la noche el firmamento lleno de luceros que parpadean a lo lejos es reencontrarnos con el misterio de la oscuridad. Extender la mirada hacia el infinito cuando apenas el sol empieza a ocultarse en el horizonte es como atrapar en un instante toda la belleza del universo. Detener unos instantes la mirada sobre esas estrellas que titilan en lontananza es acariciar con el silencio los sueños de la infancia. Posar los ojos sobre un jardín que apenas florece es descubrir que la naturaleza tiene vida. Contemplar con la vista cansada las nubes que viajan en el firmamento es pensar que el viento tiene un rumbo determinado en el espacio.

El ser humano busca el paisaje para reconciliarse con la vida. Salir de la casa en una mañana de sol, el morral al hombro y los sueños revoloteando en el alma, llevando como equipaje el deseo de disfrutar la naturaleza, es una actividad que nos hace sentir jóvenes. Cuando empezamos el camino para ascender a la montaña, o cuando bordeamos alegres el lecho de un río, o cuando descansamos en un potrero donde las vacas pastan en silencio, sentimos como que liberamos el alma para disfrutar el aire fresco que nos ofrece el campo. Es cuando pensamos que toda esa maravilla que nos rodea es un complemento que creó Dios para hacer más amable nuestra existencia. Eso lo descubrimos cuando, alborozados, vemos correr el agua como ofreciéndole una serenata a la naturaleza.

¿Existe algo más hermoso de admirar que un amanecer en el campo cuando en la distancia el sol cae, romántico, sobre los pastizales? A esa hora en que las nubes viajan silenciosas en el firmamento semejando copos de algodón que adornan el azul del cielo todo parece entonar un canto de amor a la naturaleza. Los pájaros que desde el copo de los árboles entonan su alborada musical, los patos que inquietos hacen cuac cuac en el agua mientras mojan sus alas, las gallinas que cacarean en el patio como pidiendo alimento, los perros que ladran en los corredores detrás de su amo, los pollitos que pían en el nido como llamando a la madre y los loros que hablan desde un eucalipto cercano son expresión de ese júbilo que el amanecer despierta en los animales.

El alma se llena de ansiedad cuando observamos esos paisajes espléndidos que se divisan a los lejos como acuarelas pintadas sobre un lienzo. O cuando en las tardes de lluvia vemos cómo cae desde lo alto esa brisa que baña los sembrados. O cuando en la noche el cielo se pone oscuro porque ya el sol se cansó de iluminarlo. Es el encanto de la naturaleza que se manifiesta no solo en el verde intenso de las montañas sino en el colorido de las aves que surcan el firmamento con su vuelo majestuoso. Todo nos ha sido brindado por la naturaleza como un complemento maravilloso de la vida. Sin ella, posiblemente el mundo no existiría. Porque su presencia vivifica el espíritu, le da sentido a la existencia y, sobre todo, le pone música a la tristeza que a veces embarga el alma.

Las garzas que en la mañana emprenden vuelo con destino incierto desde un alto pomarroso son mensajeras de la frescura que brinda el paisaje. Las palomas que vuelan en el aire, las mariposas multicolores que surcan los sembrados, los pájaros que se posan sobre el copo de los árboles son un complemento a su colorido. La misma brisa que cae sobre los jardines cuando el invierno llega es música para el alma. El hombre debe buscar la naturaleza no solo para admirar su belleza, sino también para respirar su aire descontaminado, ajeno a la polución. Alejarse de la ciudad para disfrutar el sonido de las ramas de los árboles cuando el viento las mece es una oportunidad de reencontrarse con la vida, de expresarle su admiración con una sonrisa, de agradecerle con el silencio cuánto le ha dado.

No nos digamos mentiras: la naturaleza nos lo ha dado todo. Nos ha dado desde el aire que respiramos hasta lo productos que comemos. Nos ha dado el agua que es canción de vida cuando la vemos correr cristalina por el lecho rumoroso de los ríos, nos ha dado esas rosas rojas que expresan por sí solas la bondad del alma, nos ha dado el canto de los pájaros en la mañana como una alborada de gratitud a su entorno vegetal, nos ha dado ese paisaje entre ocre y violeta que en las tardes tienen los crepúsculos, nos ha dado esa sinfonía de colores que tienen los jardines cuando están florecidos. Nos ha dado también las fuentes de agua que en las montañas nacen para garantizarnos la vida, y ese rojo del café maduro que nos permite en la madrugada llenarnos de ánimo cuando nos tomamos el primer tinto.