Bernardo Nieto Quijano
Hace seis décadas conocí en La Dorada, Caldas, a Bernardo Nieto Quijano, y desde entonces nos unió entrañable amistad. Nació en Líbano, Tolima, territorio azotado por la violencia, circunstancia que llevó a su familia a desplazarse a La Dorada, joven y floreciente población que crecía en la ribera del río Magdalena. Hoy es el segundo municipio ganadero del país, después de Montería, y el segundo más importante de Caldas, después de Manizales.
Concluido su bachillerato en Líbano, Bernardo acudió a la Universidad de Cartagena para solicitar su ingreso a la carrera de odontología. Como tímido provinciano, se sentía inseguro de ser admitido en ese plantel histórico. Cuando fue a enterarse de los resultados, comenzó a leer la lista de atrás hacia adelante, esperando encontrarse, si bien le iba, en los últimos puestos. Avanzó varios renglones, y como por ninguna parte aparecía su nombre, se dijo que había sido rechazado. Sin embargo, siguió leyendo, ya con la esperanza rota, hasta que con la natural perplejidad se encontró… en el primer puesto. Años después, con la tesis laureada, obtenía con honores el grado de odontólogo en dicha universidad.
Por aquella época yo trabajaba en La Dorada, en el sector financiero, y luego me trasladé a Cartagena, donde permanecí dos años antes de volver a Bogotá. Mi reencuentro con Bernardo en la Ciudad Heroica estrechó nuestra fraternal amistad de toda la vida. En una Semana Santa, me invitó a que hiciéramos un viaje por el Magdalena Medio, hasta llegar a Caracolicito. Nos embarcamos en semejante aventura sin reparar en nada distinto a que íbamos a encontrarnos con un territorio alucinante.
Éramos jóvenes y visionarios, hecho que explica el entusiasmo y el arrojo con que afrontamos los riesgos y los misterios de aquel recorrido cargado de ansiedad y aventura. Y nos deslizamos horas y horas por los ríos torrentosos, bajo los soles tórridos, el bramido de la selva y la infernal invasión de mosquitos que todavía me conmueven el recuerdo. Realizamos la travesía en cinco o seis etapas, hasta que ya finalizando el día y muertos de hambre y cansancio entramos triunfantes a nuestro destino épico: ¡Caracolicito!
Bernardo fue de los primeros odontólogos en llegar a La Dorada, hacia el año 1969.
Sobresalió por su don de gentes, su deferencia humana y exquisita personalidad. La sonrisa y el humor fueron signos vitales de su carácter. El sentido de pertenencia le hizo ganar el aprecio de la gente. No solo sobresalió en su campo profesional, sino que se vinculó a diversas empresas cívicas, médicas, culturales y educativas que propendían al progreso de la ciudad. Y se convirtió en líder de la comunidad.
Fue socio fundador del gimnasio Palma Real, donde actuó como gerente varios años; fundó el jardín infantil Pequeños Exploradores en asocio de su hija María Isabel; inició en una abandonada casa inglesa el Museo Histórico y Cultural de La Dorada, y prestó sus servicios de odontólogo en la base aérea de Palanquero, hospital regional y otras entidades.
Ese fue Bernardo Nieto Quijano, hombre de acción, de principios y altos ideales. Cuando Beatriz, su fiel esposa y entusiasta aliada de todos sus programas, me contó la enfermedad paralizante que comenzaba a debilitarlo, me sentí abrumado. Hoy he querido evocar su imagen a través de nuestro alegre viaje por el Magdalena Medio, cuando éramos jóvenes y osados. Es esta una manera de dulcificar la vida y engrandecer el recuerdo.