28 de marzo de 2024

Nostalgia por la ciudad de los afectos

14 de enero de 2022
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
14 de enero de 2022

Cuando el pequeño avión Gulfstream G280 blanco, de líneas rojas y azules, sobrevolaba la ciudad, sintió en su alma una sensación extraña. Saber que después de muchos años de ausencia iba a pisar de nuevo la tierra donde vino al mundo le despertaba ansiedad. Sintió entonces como si el corazón quisiera salírsele del pecho, como si la respiración se le detuviera al mirar esas casas humildes que en las laderas de El Carmen parecían agarrarse a la tierra para no irse al suelo, como si el recuerdo de tantos años vividos lejos de la ciudad de su infancia le desgarrara, de súbito, el alma. Desde el aire vio la aguja de la catedral que con sus 106 metros de altura parecía iluminar con una luz blanca la inmensidad del firmamento, vio el edificio amarillo de la gobernación adornando con su Arquitectura Republicana la Plaza de Bolívar y vio, imponente, cubriendo toda una manzana, pintado de un gris pálido, el Palacio de Justicia. Recordó entonces que, treinta años atrás, cuando era estudiante, su padre la llevó a conocer el viejo edificio donde funcionaban los juzgados.

-Esta es mi ciudad­ – dijo, alegre, acercando su cara a la ventanilla del avión

No tuvo tiempo de mirar desde el aire hacia el sector de Chipre porque, cuando menos pensó, ya la aeronave se preparaba para tomar pista en el aeropuerto La Nubia. Pero si alcanzó a ver, antes del aterrizaje, los modernos edificios que ahora se levantaban en la Avenida Santander. También vio el nuevo Terminal de Transportes de Los Cámbulos, las vagonetas del Cable Aéreo que se deslizaban agarradas a una cuerda de acero y, más abajo, llena de carros, la avenida que serpenteando entre el verde de la montaña iba hasta La Enea. “¡Cómo ha cambiado mi ciudad! Nada de esto existía cuando yo me fui”, dijo. Mientras dejaba ver una dentadura perfecta, una sonrisa de felicidad le iluminaba el rostro. Estaba tan absorta recordando el pasado, trayendo a su mente tantos recuerdos de la infancia, evocando con tanta alegría la ciudad que hacía tantos años había dejado, que cuando el avión tocó tierra el miedo se le transformó en una ilusión que le hacía brillar la mirada.

-Ya estoy en mi tierra – pensó cuando miró desde la ventanilla el edificio del terminal aéreo

El avión se parqueó a un lado de la puerta de ingreso al edificio. Después de apagar sus motores, la tripulación descendió. Detrás del piloto, vestida con una bata blanca de botones dorados, llevando en la mano una cartera pequeña, el cabello cogido atrás en cola de caballo y la mirada sorprendida ante el espectáculo de una tarde bañada por un sol que caía esplendido sobre la pista, iba la mujer que desde el interior del avión miraba con ojos asombrados el paisaje de la ciudad. Cubría sus ojos con unas gafas de lentes grandes y marco dorado. En el pecho lucía un collar de piedras preciosas que brillaba iluminado por los rayos del sol, y en las muñecas exhibía sendas pulseras de oro con incrustaciones de esmeraldas. Tenía caminado de gacela y una dentadura brillante. Afuera la esperaba un automóvil Mercedes Benz blanco, descapotado, conducido por un hombre joven, elegante, de barba en forma de candado.

-Bienvenida a Manizales – le dijo el hombre cuando le abrió la puerta trasera del vehículo. La maleta fue puesta en el baúl por un miembro de la tripulación

Su belleza hizo que todas las miradas se volvieran hacia ella. Minutos después, raudo, el vehículo abandonó el aeropuerto. Sin embargo, quienes la vieron cuando pasó por la sala de espera con destino al carro que la esperaba en la puerta se sorprendieron. “¿Quién es esta mujer tan linda?”, se preguntó un pasajero que, mientras degustaba un tinto, esperaba vuelo para Bogotá.  “Debe ser una actriz de telenovela”, le dijo a su esposo una señora entrada en años que la vio cruzar por su lado acompañada del piloto. Los taxistas que a esa hora esperaban pasajeros en las afueras del terminal aéreo no pudieron disimular su sorpresa cuando el auto que la llevaba arrancó hacia el centro de la ciudad. “Uyyy…qué mujer”, alcanzó a decir un oficial de la policía que en ese momento llegó en una patrulla.

-Lléveme al Hotel Carretero – le dijo, con mirada ansiosa, al conductor del Mercedes Benz

La ciudad se le reveló de pronto como una urbe nueva, que no conocía. Cuando el vehículo empezó a ascender por la Avenida Alberto Mendoza, la mujer comenzó a experimentar una extraña sensación de felicidad. Se la producía ver una Manizales distinta, con mayor desarrollo urbanístico, con nuevas avenidas. Recordó que, treinta años atrás, cuando salió de su tierra, la vía hasta el batallón era de dos carriles, estrecha, sin separador. Se asombro con el intercambiador vial construido en San Marcel, con la imponente clínica del mismo nombre levantada cerca a La Enea, con los modernos edificios a lo largo de la avenida y con el incesante tráfico de vehículos por ese sector. “Nunca pensé que mi ciudad había progresado tanto”, le dijo, sorprendida, al conductor. Y como si estuviera conociendo una nueva ciudad, le pidió que la llevara por el Centro Comercial Mall Plaza y, después, por el Centro Comercial Fundadores. El recorrido por la Avenida del Rio la asombró. Los puentes nuevos, el intercambiador frente a Falabella y el túnel de la carrera 18 le parecieron novedosos. “En Miami mis amigas me habían dicho que Manizales ha progresado. Pero nunca me imaginé que había cambiado tanto”, le dijo. El viento que soplaba en ráfagas sobre su cara la refrescaba del calor intenso de la mañana.

-Ya estoy en el espacio de mi infancia – contestó, sonriendo, cuando le timbró el celular.

El viaje a la tierra donde estaban sus raíces lo programó en varias ocasiones. Sin embargo, sus compromisos como modelo con éxito en Estados Unidos siempre le impedían hacer realidad su sueño de volver a la ciudad donde despertó a la vida. Solo ahora, treinta años después, pudo hacerlo. No le dijo a nadie para dónde iba. Simplemente preparó sus maletas y, luego, inquieta, con una ilusión quemándole el alma, le informó a su piloto que revisara el avión. A un amigo de Bogotá le había pedido, antes, el favor de que le prestara su convertible cuando llegara a Manizales. “Claro. Lo tendrás a tu disposición”, le contestó él. Lo único que quería era recorrer de nuevo las calles de su ciudad, recibir el aire fresco que sopla en las mañanas, bañarse con ese sol que a veces cae en la tarde, sentir en su rostro el viento que sopla en las noches. Quería reencontrarse con esa nueva ciudad de la que tanto le hablaban. Y, de pronto, de ser posible, verse con algunas de sus compañeras de estudio para recordar esos tiempos en que iba a La Ronda los sábados por la tarde a escuchar música romántica.

-Allí me senté con mi novio de juventud – le dijo al conductor cuando cruzó frente a la esquina donde funcionó San Carlos, por los lados de la Universidad Católica.

Contestando una llamada que le hizo el amigo que le prestó el convertible, le dijo: “Siento nostalgia. Me reencontré con los años de mi infancia y mi juventud. Estoy feliz”. Miró el reloj, y vio que eran las once de la mañana. Le ordenó entonces al conductor que la llevara hasta Milán. Quería ver si las viviendas que por ese sector un terremoto había derribado ya estaban reconstruidas. Su sorpresa fue grande cuando vio que del batallón hasta la antigua embotelladora de Cocacola solo había edificios modernos, y que la zona que antes fue residencial se había convertido en espacio para restaurantes y sitios de rumba con puntos especiales para parqueo de vehículos. “Cómo ha cambiado mi ciudad”, se dijo recordando que antes este era un sitio tranquilo, sin el tráfago que ahora tenía. Entonces recordó que antes de irse de Manizales todo el sector de la Avenida Santander era residencial. “Ahora todo esto es comercial”, pensó mientras le ordenaba al conductor que la llevara al Hotel Carretero. Antes de bajarse del vehículo dirigió su mirada en derredor. Al notar que en el sitio donde funcionó La Fonda Musical ahora se levantaba un moderno edificio la nostalgia invadió su alma. A ese sitio había ido varias veces para disfrutar los tríos que en ese tiempo rasgaban las cuerdas de las guitarras para cantar boleros.  Comprobó entonces que la ciudad no era la misma porque la piqueta del progreso había acabado con sitios que le traían bellos recuerdos de sus años de juventud.

 

Este texto es una ficción para hablar sobre el desarrollo urbanístico de Manizales