“El Bogotazo” en Caldas, visto por Morales Benítez
Con esta entrega, reanudamos la serie “Crónicas y semblanzas” basada en mi libro “Crónicas de vida en tiempos de guerra, recientemente publicado en Amazon, cuyo segundo capítulo recoge historias de la violencia en Colombia, como éste sobre “El Bogotazo” en Caldas, visto por el ex ministro Otto Morales Benítez (1920-2015).
Muertos en Manizales y Pereira
Tras la derrota del liberalismo en 1946 y el posterior ascenso al poder del conservador Mariano Ospina Pérez, Jorge Eliécer Gaitán fue proclamado jefe único de su partido, en cuya condición emprendió una serie de correrías por el país, de nuevo en plan de campaña, donde le acompañaron dirigentes regionales como Otto Morales Benítez, quien estuvo con él no sólo en Caldas sino también en Cartagena, Barranquilla, Pasto, Popayán, Cali y Neiva, siempre en nombre de la unión liberal.
A mediados de 1947, ya en su condición de representante a la Cámara, Otto se trasladó a Bogotá, aunque la mayor parte del tiempo permanecía en Manizales, obviamente para dirigir la incipiente campaña electoral, enarbolando las banderas del gaitanismo.
Abandonó la presidencia del directorio departamental, si bien permanecía como miembro del mismo.
En realidad, la situación del liberalismo en Caldas, igual que en el resto del país, era bastante compleja, difícil, sobre todo por la violencia desatada en el mandato de Ospina, contra la cual Gaitán se había pronunciado en un enérgico Memorial de Agravios que aún no recibía respuesta satisfactoria.
Fue así como el máximo jefe liberal convocó, en febrero de 1948, la llamada Manifestación por la Paz o Marcha del Silencio en Bogotá (que él mismo presidió y al término de la cual pronunció un memorable discurso), así como en otras ciudades, incluidas Manizales y Pereira.
Otto asistió con su padre, don Olimpo, a la de Manizales. Por ello presenció cómo salió la policía; cómo ésta disparó contra los manifestantes, y cómo fueron acribillados trece ciudadanos indefensos, inermes, entre la multitud que se lanzó a protegerse en la Catedral, donde la jerarquía eclesiástica ordenó cerrar las puertas para impedir su ingreso.
En Pereira, a su turno, ocurrió algo similar. Los muertos fueron siete, nada menos.
Protesta ante el gobierno
El Directorio Liberal de Caldas lanzó su voz de protesta por los trágicos hechos. Tras intensas deliberaciones, comisionó a Morales Benítez y al jefe gaitanista local, Guillermo Rivera, para presentar en Bogotá el informe de lo ocurrido, tanto a Gaitán como al Presidente Mariano Ospina Pérez, el ministro de Gobierno y el procurador general de la nación.
Gaitán los recibió de inmediato y, al término del encuentro, les autorizó a efectuar las demás reuniones que tenían previstas.
A la cita con Ospina, asistió un grupo de caldenses ilustres: Jorge Gartner, Gonzalo Restrepo Gutiérrez, Arcesio Londoño Palacio, Eduardo Mejía Jaramillo y Luis Jaramillo Montoya, entre otros.
El primer mandatario les atendió con su amabilidad característica, haciendo gala de su paciencia y comprensión ante las peticiones o reclamos que le presentaron.
El ministro de Gobierno y el procurador, por su parte, acogieron la solicitud de ir ambos a Manizales, aunque en fechas distintas, como ocurrió de hecho.
Oración por los humildes
Pero, la máxima expresión política tuvo lugar cuando Gaitán se hizo presente en las dos ciudades caldenses que fueron escenario de tan crueles asesinatos, para presidir sendas manifestaciones públicas en postrer homenaje a las víctimas.
Fue entonces cuando pronunció en Manizales su antológica Oración por los humildes, pieza oratoria que se reconstruyó luego con la ayuda de Efrén Lopera Gutiérrez, personaje de leyenda que se aprendía de memoria cuantos discursos escuchaba. «Era una virtud extraña», comentaba Morales Benítez.
(Esa fue, a propósito, la última intervención en plaza pública, como dirigente político, de Gaitán, quien pocos días después cayó asesinado en la puerta de su oficina, en pleno centro de Bogotá).
Tras aquella manifestación, Gaitán sostuvo una reunión con el directorio departamental de Caldas, al que impuso la presidencia, una vez más, de Morales Benítez, como reconocimiento por su citada gestión en la capital de la república.
¡Mataron a Gaitán!
El 9 de abril de 1948, poco después del mediodía, Gaitán fue asesinado.
Una reacción de ira y dolor se desató en el país. No era para menos: él encarnaba al gran líder popular, al auténtico caudillo, sobre cuyos ideales de justicia social se volcaron las esperanzas de las inmensas mayorías desposeídas del pueblo colombiano.
«Aquel día se mató la esperanza», en palabras de Otto Morales Benítez, quien fungía en Manizales -recordemos- como presidente del Directorio Liberal de Caldas bajo la orientación del político asesinado.
¿Qué pasó entonces? El país lo recuerda, siempre con angustia: en Bogotá se desencadenó lo que muchos creyeron que era una guerra civil, conocida como El Bogotazo, si bien el polvorín estalló por todos lados, a lo largo y ancho del territorio nacional. Los disturbios no estuvieron, ni mucho menos, limitados a la capital de la república.
Fue algo espontáneo, en realidad. Nada programado. Tampoco hubo orientación o dirección, lo que al parecer también frustró la incipiente revolución popular, en opinión de varios analistas. Y claro, allí se canalizó la rabia contenida, el resentimiento por tanta violencia, la angustia colectiva por el magnicidio cometido a corta distancia de la sede de gobierno.
Bogotazo en Manizales
En Manizales, por ejemplo, la turba enfurecida se lanzó contra el edificio del periódico La Patria, símbolo regional del partido gobernante, y contra la oficina de Gilberto Alzate Avendaño, combativo dirigente conservador, la cual quedó envuelta en llamas.
Cuando Otto vio aquello, sobre todo por la gente amotinada dispuesta a tomarse por asalto a la gobernación y la alcaldía, sin temor a la represión militar y, sólo obedeciendo a su naturaleza, prefirió tomar el camino prudente de calmar los ánimos, primero ante las autoridades militares, como el ejército y la policía.
Habló con el comandante de la policía para pedirle serenidad en tan difíciles circunstancias, sin que fuera pertinente -le dijo- recurrir a la fuerza pública para enfrentar a la multitud exaltada por la muerte de su máximo líder.
Lo mismo les dijo a las autoridades del ejército, quienes lo escucharon con atención y hasta reunieron a la tropa, a los soldados, para exponer sus planteamientos, incluso como homenaje póstumo a Gaitán. «Fue emocionante hablar a los soldados sobre él», admitió.
Buscaba evitar una tragedia, más aún cuando los hechos tomaban un rumbo impredecible en forma acelerada, sin que nadie supiera cómo terminarían.
Vuelve la calma
Parecía la revolución. Y sus promotores pensaban que había llegado la hora de tomarse el poder por la fuerza para implantar un gobierno popular, revolucionario, acaso a la manera de los bolcheviques en Rusia, más aún cuando el alcalde de Manizales fue destituido para poner, en su lugar, a Flaminio Lombana Villegas, orador y escritor de reconocido prestigio.
«Otto: ¡Lo necesitamos para que posesione al alcalde!», le gritaban a Morales Benítez desde una tribuna del viejo edificio de la alcaldía.
«En la revolución no hay posesiones. ¡Que despache!», fue su respuesta, pensando a lo mejor que el acto solicitado estaba al margen de la ley, lo cual sería suficiente para terminar él mismo en la cárcel.
La agitación en Manizales duró varios días, a pesar del toque de queda. Por fin retornó la calma, al menos allí, en la capital, a diferencia de algunos municipios como Chinchiná, donde se requirió la intervención del nuevo ministro de Gobierno, Darío Echandía, con la correspondiente mediación de Otto.
Pero, ésta es otra historia que vale la pena narrar a continuación.
Una llamada a Palacio
Como se sabe, después del asesinato de Gaitán hubo intentos de tomarse la sede presidencial, hacia donde la turba enfurecida arrastraba el cadáver del magnicida, Juan Roa Sierra.
¿Qué frenó -cabe preguntar- al pueblo exaltado, dispuesto a entregar la vida en honor a su líder? Existen muchas versiones al respecto. Una de ellas, desconocida hasta hoy, fue narrada por Morales Benítez, quien afirmaba no estar autorizado para identificar su fuente de información.
Según dicha fuente, todo se debió a una llamada telefónica que en aquel momento hizo un importante jerarca de la iglesia católica al palacio presidencial para aconsejarle a Ospina Pérez sobre el camino a seguir frente a las críticas circunstancias que parecían conducir a un golpe de Estado.
Primicia histórica
«A esta gente no la va a detener nadie», dijo el prelado. «Sólo hay una vía para detenerla», añadió, explicando su propuesta.
En realidad, la propuesta -al decir del informante- contenía dos partes.
En primer lugar, convocar a los jefes liberales en Palacio para que el populacho se abstuviera de atacar por temor a que los jefes supremos de su partido fueran víctimas junto al gobernante conservador y sus más cercanos colaboradores y familiares.
Y, en segundo lugar, que las puertas de las cárceles se abrieran para dar libertad a los presos, quienes, lanzados sin control a destruir cuanto encontraban a su paso, saquearan almacenes y aniquilaran por completo, en medio de su borrachera, el espíritu revolucionario, convirtiendo la rebelión popular, reivindicatoria, en una chichonera sin contenido ideológico, político.
Del dicho al hecho
Así sucedió, en efecto. Los presos incendiaron el Palacio de Justicia, naturalmente para destruir los expedientes judiciales que condenaban sus actividades ilícitas, y la propia Cancillería, donde despachaba Laureano Gómez, máximo jefe conservador.
En cuanto a la convocatoria de los jefes liberales, la estrategia funcionó a la perfección: la cúpula del partido liberal se hizo presente en Palacio, rodeó al Presidente Ospina, respaldó su propósito de implantar un gobierno de Unión Nacional y, en consecuencia, entró a participar en la administración con figuras representativas de la colectividad, como Echandía, quien asumió el ministerio de Gobierno mientras celebraba el equilibrio en el poder y el regreso al orden, con el correspondiente culto a Gaitán, su gran amigo.
Precisamente Echandía llamó días después a Otto, como presidente del Directorio Liberal de Caldas, para pedirle información sobre los desórdenes que persistían en Chinchiná y La Victoria, cuyos alcaldes fueron destituidos.
Al frente de la crisis
«¿Usted está en capacidad de enfrentar la situación?», le preguntó el ministro.
«Sí», respondió Morales Benítez sin titubeos, al tiempo que se comprometía con ir personalmente a los dos municipios para calmar los ánimos entre sus copartidarios amotinados, quienes asumían el riesgo, con valor, de ser juzgados por presuntas conductas delictivas.
En Chinchiná le advirtieron que no se apareciera por esos lados. Se apareció, no obstante, para transmitir el mensaje de tranquilidad enviado por Echandía, de quien muchos dudaban incluso que hubiera aceptado formar parte del gobierno (hasta decían que su voz no era la suya sino una imitación de Campitos, famoso humorista).
Al fin, una delegación de amotinados viajó a Bogotá para reunirse con Echandía, que fue el comienzo del retorno a la normalidad en El Bogotazo, si bien la violencia política en el país empezaba incluso a tomar más fuerza, llegando a niveles nunca vistos por estos lados.
(*) Ex director del diario “La República” y miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua