2 de diciembre de 2023

Reporteros

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
29 de octubre de 2021
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
29 de octubre de 2021

En los cánones del periodismo el reportero es el primero y el último de los escalones a alcanzar. En muchas ocasiones no se aspira a serlo, por las preferencias de zonas de confort que no impliquen tantos esfuerzos. Pero quien llega a serlo, se siente profundamente orgulloso de ello. El mismo maestro Gabriel García Márquez en alguna ocasión, cuando ya no podía ser periodista por sus numerosos compromisos como escritor de talla universal, manifestaba que lo que más extrañaba del ejercicio de la comunicación era no poder ser reportero. Los grandes más grandes del periodismo en todo el mundo se han sentido  dignos en el oficio –o profesión, como se le quiera llamar-, cuando tienen ese contacto necesario del que va en busca de la noticia, no del que se sienta en la comodidad de un escritorio a esperar que le llegue el boletín, el comunicado, la llamada que le entregue información con la que trata de cumplir con sus deberes como trabajador. Muchos no quieren ser reporteros por considerar que es la última escala. Los más trascendentes sienten que cuando lo son, están en el sitio que siempre quieren estar. Lo consideran el punto más alto. Ejemplos hay muchos.

Enterarse de la información de lo que sucede en el mundo hoy día, deja la ingrata sensación de que ya no hay reporteros. Y que conste que la gran mayoría de quienes ejercen el periodismo son egresados de Facultades universitarias, en las que se supone que los formaron adecuadamente. Pero es que la reportería no se observa. La información es casi uniformada. Es todo lo mismo, lo que de alguna manera deja saber que hubo una sola fuente de suministro de esa información. La deducción, para quienes algo sabemos del tema, es que todo ello se deriva de la presencia de un buen boletín informativo, salido del talento de un comunicador al servicio de determinados objetivos. Todos tienen el mismo nivel de información.

No se encuentra ese trabajo personal, individual de quien lo investigó todo y contó lo sucedido a su manera, con ceñimiento a las diferentes reglas de lo que es la información suministrada con calidad.  Todo lo mismo.

Leer un diario es lo mismo que leerlos todos. La homogeneidad de lo que cuentan es impresionante. Unos pocos tratan de profundizar en los análisis.

Ver noticieros de televisión, es tanto como ver lo mismo en todos los canales, en todas las marcas y en todos los espacios. Son iguales. Lo único que cambian es el orden de suministro de esa información. Y todos ilustran con los mismos videos rudimentarios, que han tomado –sin crédito alguno- de las denominadas redes sociales, hechos con el uso de cámaras de celulares, como que todo el mundo se piensa con el derecho de filmar cuanto ocurre a su alrededor. Las redes sociales han pasado a ser los reporteros de ahora, con toda su mediocridad de quien filma un hecho carente de criterios del objetivo que se persigue, más allá de las ganas de meterse en la vida de los demás. No deja de sorprender  que informar sobre las consecuencias de un simple aguacero, con granizada incluida,  en todos los noticieros tenga la misma imagen, recogida de uno de esos videos que alguien  realizó y que envió de manera indiscriminada, como que se trata de fuentes de información completamente indiscriminadas. La noticia se libreta, se pone en la voz de un trabajador del noticiero –no es posible atreverse a llamarlo reportero- y se pasan las imágenes precarias, escasas y que se hace necesario repetir varias veces en unos pocos segundos. Es que no hubo presencia  de los periodistas en el lugar de los hechos, ni hubo una cámara profesional con capacidad de enfoques informativos, apenas a título de chismes de barrio.  Y si se trata de un hecho de orden público, la cosa se pone peor, porque todos pasan las imágenes editadas a su favor por las autoridades que realizaron  intervenciones con resultados positivos. Ni por equivocación hay detalles complementarios, producto de la investigación, del conocimiento directo de lo sucedido, del contexto de las circunstancias. Es que no hubo reportería.

Hacerse reportero no es fácil. Eso no lo da la teoría comunicacional que se aprende en las aulas de clase. Eso solamente lo da el contacto permanente con los hechos. Y en ello influye un elemento determinante como es la intuición, esa inmensa capacidad del reportero de ir mucho más allá de aquello con que se encuentra.

Legendaria es la reportería  que en alguna ocasión, por allá por la década del sesenta del siglo anterior, cuando era redactor de planta de El Espectador, hizo Gabriel García Márquez, a quien José Salgar, el jefe de redacción,  envió a cubrir una huelga que se anunciaba en Quibdó, en protesta por todas las necesidades que siempre han tenido en esas comunidades. El periodista llegó y encontró que todo estaba en calma, que no había nadie protestando, que no se daba ningún cese de actividades, que los que no hacían nada en la calle era porque no tenían nada que hacer y que no se entendía de donde habían sacado la especie de ese gran paro en esa región de Colombia. Pero el reportero ya estaba allí y sabía que  no podría regresar a Bogotá con las manos vacías, sin informar y gastándose tres días  sin objetivo alguno. Entendió que la noticia siempre está ahí, que quien está en el deber de buscarla es el reportero, no esperar a que la noticia lo venga a buscar.

Y ese reportero flaco, desgarbado, bigotón y de cabellos ondulados se puso a conversar con la gente en la calle. Como hacen los buenos reporteros. Les preguntaba cosas sobre esa cotidianidad en la que vivían y de allí fue encontrando todos los problemas, angustias y necesidades que padecían los chocoanos que tenían múltiples razones para protestar y no lo hacían.  Y supo que el acueducto  era casi un sueño, que el servicio de energía eléctrica era intermitente, que la educación era más mala que la de ahora, que los servicios públicos eran de muy mala calidad, que los gobernantes estaban en lo suyo, haciendo capital deshonestamente para salir a hacer politiquería de la que han hecho toda la vida. Y se ,metió a las casas, y fue a los barrios más lejanos, y esperó a que le contaran muchas cosas. En su pequeña libreta iba haciendo anotaciones y en ese poco tiempo fue capaz de armar una historia coherente de las angustias y las carencias de los chocoanos, con lo que probó que motivos para hacer la más grande huelga que haya dado la tierra, se tenían, pero que no había huelga para cubrir.  Regresó a Bogotá, le contó a su jefe lo que había conocido y le dijo que tenía material informativo para hacer una serie de crónicas, no una simple información respecto de un movimiento cívico. Las crónicas le hicieron saber al país del abandono en que esa parte del territorio vivía y muchos fueron los que llegaron casi a descubrir que esas personas existían. Lo mandaron a cubrir una huelga que no había y llegó a contar con su capacidad narrativa lo que había visto, lo que había conversado, lo que había vivido en esos tres días e hizo noticia nacional. Un reportero jamás se puede quedar sin noticias, vaya a donde vaya, porque la noticia siempre estará esperando alguien que la recoja y la comunique.

Del mismo modo se puede tomar el ejemplo de la obra de Rizad Kapuchinsky, quien fue por el mundo contando cosas y haciendo reportajes que se convirtieron en verdaderos tratados de sociología viva, afortunadamente conservados en su extensa obra bibliográfica.

Los reporteros han sido siempre gente que anda en la calle. No es que se topen, accidentalmente, con la noticia, es que la van buscando y la encuentran porque la saben buscar. Ya hace un tiempo, cuando trabajábamos para un diario de circulación nacional, teniendo la asignación de cronista de planta, en cierta ocasión, cuando la abulia toca a la puerta y se tiene la juventud que piensa en que esta va a ser eterna, estando sentado en el escritorio, haciendo ciertos chequeos telefónicos –de línea fija, ni más faltaba-, pasó por un lado el subdirector del periódico y preguntó que hacíamos allí. La respuesta fue la de trabajando. A lo que respondió: usted no trabaja allí, usted trabaja en la calle, las crónicas no lo van a venir a buscar, usted las tiene que buscar, encontrarlas y transformarlas en lectura interesante para los usuarios del diario. No sin molestia, por el llamado de atención, nos fuimos a la calle y anduvimos mucho mientras  encontrábamos algún hecho que nos llamara la atención y sobre el que se pudiera construir alguna historia. En esa fecha nos encontramos material para tres crónicas que merecieron el honor de la primera página de sendas ediciones. Y por siempre entendimos que ser reportero es andar detrás de la noticia, no esperando a que esta llegue al escritorio. Las tres crónicas, intemporales, abrían, además, la edición correspondiente y la gente las comentaba. Y eran historias del común convertidas en información de interés para todos. Cuando con el paso de los años, en un proceso natural de ascenso en la profesión, arribamos a posiciones directivas, siempre estuvo la añoranza de la tarea del reportero, por lo que en más de una ocasión reemplazamos voluntariamente al periodista asignado a un cubrimiento, con tal de volver a sentir la adrenalina y las emociones que se traducen en palabras que solamente experimentan los reporteros. Lo hemos extrañado siempre.

El reportero, además, debe tener la capacidad de hacer hablar la gente, con sus palabras y convertirse en intérprete fiel de las ideas y los pensamientos de lo que escucha, para no dejar perder el clima y el ambiente de lo que conoce. Ser fiel a lo que conoce y mantener esa fidelidad en la forma en que lo cuenta a los lectores, oyentes o televidentes, es de la esencia de la más bella forma del periodismo, que es la reportería.

La capacidad crítica que debe tenerse para lograr ese objetivo de saber mantener el lenguaje de lo que se conoce para contar masivamente no es simple. Y debemos recurrir, entonces, de nuevo a la experiencia profesional, para contar que cuando  el trabajo nos había llevado al campo de la docencia universitaria, en cierta oportunidad, dictando la asignatura Ética para periodistas, se acordó con los estudiantes  que en la siguiente semana se haría una lectura y análisis crítico de uno de los diarios nacionales de Colombia, en su edición dominical. Se les recomendó expresamente adquirirlo, leerlo, subrayarlos, resaltarlo y tenerlo consigo en la siguiente sesión de clase, para ejecutar el ejercicio. A la clase siguiente les pedimos a los alumnos que sacaran el ejemplar del diario que íbamos a analizar como taller de aprendizaje.Todos se miraban entre sí y a la vez fijaban sus ojos en el docente, con gran extrañeza, cuando alguien interroga a otro sobre lo que está hablando, porque habla de cosas desconocidas. Al fin una estudiante  le preguntó  al profesor que cuando había quedado ese ejercicio impuesto. Los demás la apoyaron. Nunca habían oído mencionar el asunto. El profesor tomó su maletín con el material de clase, lo recogió y se despidió de ellos para siempre, como que nunca más regresamos a la docencia de la comunicación social, por la comprensión de que muchos de los que se matriculan en este programa, lo hacen con el único fin de llegar a hacer parte de la farándula, con lentejuelas, cocteles y contactos sociales, aunque sea para casarse bien, como se dice cuando el matrimonio de alguna manera cambia la suerte económica. Ante el Decano hubo la renuncia formal y la promesa interna de nunca más ser docente de quienes no aspiraban a ser reporteros, sino estrellas de brillos pasajeros.

En ese momento no era tan visible y preponderante la presencia de las redes sociales, que han pasado a convertirse en los corresponsales gratuitos de los medios de comunicación actuales. Todos van por el camino de los facilismos. Un buen reportero demanda gastos y un salario digno, como de alguien que es capaz de crear, informar y divertir. Todo llega más fácil a través de las oficinas de prensa y los mensajes indiscriminados, abundantes y llenos de basuras ideológicas de las redes sociales. Todo el mundo tiene un celular. En Colombia hay más celulares en el mercado que personas en el censo oficial. Es tanto como tener una población completa al servicio de la información, no importa que esta sea de la peor calidad.

Aquellos elementos facilitadores de la vida, profesionalmente son un atentado contra la validez del trabajo, como es el caso del periodismo. Ya no hay reporteros. Hay reproductores uniformados de información que a todos llega homogeneizada por la defensa de los intereses de quien paga el salario de los que la elaboran para enviar a los medios. El reportero busca y capta la noticia. La trabaja, la transforma sin abandonar la realidad y la hace inteligible al más elemental de los receptores. Que tarea difícil es hoy día leer noticias escritas. Parece que el denominado centro esencial del contenido informativo, denominado lead, ya no existe. Hay que leerse toda la nota para saber  de que trata el titular, como si se tratara de crónicas mal elaboradas y de gran brevedad. Se extraña entonces esa escuela de formación en que las indicaciones iban dirigidas a que en el primer párrafo se tenía que dar la noticia completa y luego desarrollarla en sus detalles. Cuando se habla de noticias, lo que no debe confundirse con la crónica, en la que se goza de la libertad del que crea con fundamento en lo que se debe conocer.  Es un periodismo facilista, que se acomoda a esas zonas de confort de quienes quieren ser estrellas faranduleras y no trabajadores de la información, que en no pocas veces deben vestir botas de caucho que les permitan meterse en el barro profundo, donde está la noticia.

Ahora la noticia que prima es la que llega a través de esa gran cantidad de basura indiscriminada que son las redes sociales, en cuya producción se tiene la completa irresponsabilidad de quien simplemente filma con su celular para estar husmeando en la vida de los demás.

Se extraña el reportero, los reporteros, pero ya no es posible detectarlos en el mundo de la información periodística, por lo menos en nuestro medio.