29 de marzo de 2024

La Mujer del Espía

9 de octubre de 2021
Por Eduardo López Villegas
Por Eduardo López Villegas
9 de octubre de 2021

Esta es la película del otro Kurosawa, del joven Kiyoshi, (1955) -y no del célebre viejo Akira (1910), el de Rashomon – conocido internacionalmente, y por una de sus facetas, la del Padrino del Cine de Terror.

En la Esposa del Espía Kurosawa abandona ese género para hacer un drama que se desliza en una silenciosa tensión psicológica.

Es habitual hallar en las creaciones japonesas una especial delicadeza en el trato de los protagonistas, en una refinada sensibilidad, en el apacible desarrollo del relato, que exige paciencia del lento trazado hasta que adquiera una dimensión insospechada.

El aislamiento cultural del Japón -siglo XIX- era el reflejo de su insular geografía. Por fuerza de los cañones debió recibir extranjero con sus mercancías. Al quedar abiertas las puertas, como acción de rebote, ellos podían salir, y lo hicieron a colonizar a sus vecinos continentales. La aventura japonesa en Manchuria, empresa que comprometía enormes esfuerzos humanos, tiñó las historias intimas de los japonenses del entreguerras del siglo pasado, de misteriosos sucesos que allá acontecían y aquí, en Kobe, Tokio, Kioto, … no podían ser contados.

La Mujer del Espía se ubica para cuando Japón apenas resuelve con quien se alinea en la ya desatada la Guerra Mundial en el continente europeo. El ambiente esta enrarecido. La sociedad se militariza. Las lealtades deben cambiar, lo cual es desastroso para el protagonista, un comerciante de telas cuyos socios británicos deben ahora ser tratados como el enemigo.

Este es el comienzo que prepara al espectador a ver como se desenvuelve ante sus ojos una trama de espionaje.

Pero lo maravilloso es que esa es solo la superficie. Desprevenidamente, las tensiones familiares son el reflejo de los peligros de los negocios del marido con los mercaderes de los Países Aliados. Pero no. Los espectadores no se pueden dejar pasar los resquicios del relato sin sospechar que el drama tiene otro nivel, más profundo.

En los claro–oscuros, en la ceremonia, la venia, el trato respetuoso entre los esposos, va oculta la furia con que se deben cumplir los deberes. Los de la Satoko para salvar a su cónyuge y su relación, y la del esposo salvar la lealtad consigo mismo y su forma de entender la lealtad con su país. Incluso vengar las faltas de sus seres próximos.

Los dilemas complejos que deben enfrentar ambos llevan a opciones arriesgadas, dolorosas, muy bien calculadas. Cada espectador puede comprobar este aserto: no las sospecha, solo sabe de ellas cuando se despliegan ante sus ojos.

Es un drama de contenido ético. Y tal vez para captar su dimensión hay que acudir a Confucio, el Aristóteles oriental, que gobernó las mentes en el Asia. Sus predicas construyeron una moralidad ciudadana y de Estado, basada en virtudes como la plenitud de humanidad, la que se alcanza con  la lealtad consigo mismo y el apego a la justicia. Aquí están radicados los dilemas de Yusaku. ¿Hasta dónde llega el sacrificio para cumplir con la fidelidad a si mismo? Y una forma muy particular de justicia, como es la de la venganza. Confucio previene contra su práctica, pues quien la quiere realizar debe cavar dos tumbas. Pero también la admite como virtud como cuando un padre venga la muerte de su hijo.