28 de marzo de 2024

Cartas al presbítero Jaime Pinzón Medina por su libro “Canas y arrugas” (III)

8 de octubre de 2021
Por Hernando Salazar Patiño
Por Hernando Salazar Patiño
8 de octubre de 2021

Padre Jaime:

Su libro Canas y Arrugas debe tener entretenidos a algunos amigos suyos, sobre todo colegas de sacerdocio, a su familia, y a curiosos discípulos que querrán saber más de usted. Agrego a unas cuantas personas, que semejantes a mí, encontraron nombres conocidos que les traen otros nombres y situaciones que les recrean otras similares. Usted mismo en el prólogo nos dice por qué y para qué lo publicó, lo que se presta para  interpretaciones de diversos rostros, que seguro, con este gesto editorial de afirmación, ni en cuenta los tuvo.

Para continuar la charla comenzada, podría seguir con curas, sin indigestarnos, pero usted habla es de los lugares de su ejercicio, de su labor, y aprovecha para sacar los apuntes, los dichos, las salidas, de ellos, de feligreses, de campesinos, revelando sin proponérselo, la idiosincrasia de esos pueblos y sus gentes. Es lo que  dota de encanto a lo que cuenta. Y los humaniza como el que más. De ahí su tono confidencial, para determinados grupos, con mucho de ingenuidad y de apuntes muy de seminario.

Yo apenas hago asociaciones, y me atrajo que ciertas   páginas  me dan oportunidad para ellas, para significados  y particularidades que regresaron, gracias a sus alusiones. De seguir con lo empezado en La Suiza, tiene que aparecer lo que fue común en nuestras infancias. A pesar de sus pocas canas y sus casi ninguna arrugas. El aprendizaje del Catecismo del Padre Astete, la Historia Sagrada con todas las aventuras, y el misterio y suspenso de esa Biblia en pequeño que narraba la de Bruño, cuyos dibujos nos quedaron fijos en la retina, así viéramos tiempo después los de Gustavo Doré. Recuerdo la delicia con la que mi padre y todos, escuchábamos “el pado de los idraelitas por el Mar Dgojo” cuando  Alvarito Benítez Jaramillo, nieto, sobrino y primo de unos vecinos, venía de Sevilla (Valle) a sus vacaciones, y nos lo recitaba con el atractivo de su vocecilla y la especie de seseo de su pronunciación.

Y qué decir del Tesoro de la Juventud, con toda la “sabiduría” hasta ese tiempo, colección que compraron en mi casa creo que antes de que aprendiese a leer o muy recién, en el que el libro de los por qué, y las narraciones interesantes, o las grandes obras de la literatura contadas en unas cuantas páginas, eran mis preferidas, más las imágenes, de las que se me quedaron muchas para siempre. Claro que mi hermana, que era maestra, acicateaba mi interés con promesas de recompensa. En cierta oportunidad, mis alumnos universitarios me preguntaron de dónde sacaba lo que para ellos era “tanto” o el “montón de cosas” de las que les hablaba como si fueran “obvias”, lo que me paró en seco, y se me vino de pronto que no podía haber sido en otra parte, que en esos verdes y  pesados veinte tomos que tanto miraba, hojeaba y leía por pedazos.

Y casi que en los mismos libros, aprendimos el castellano que usted maneja,  mucho, pero mucho  mejor que yo, que cometo errores gramaticales según la “caza” de una amiga de ambos, que se mantiene “armada” para dispararle a los míos. Más que la mala ortografía de los de hoy, no puedo padre Jaime, con que la gente no sepa leer bien en voz alta. Que fue en lo que más nos probaron desde primaria. Por eso estoy feliz con que en España, lo mismo que en Francia,  abrieron un concurso para los jóvenes, de ese modo de lectura, lo que se debería imitar, porque hay profesionales que dan grima.

De su familia, habla usted con mucho afecto y unión, lo que es natural, si quien la evoca y  convoca es el cura que salió de ella. Las de sus primeros apellidos, los escuché mentar siempre en mi casa, y no he tratado ni a su hermano Arturo, aunque sí hace unos años una que otra vez, al  querido Pablo Medina. Y al ingeniero Gabriel, nieto de otro hermano de Eliseo y José, Gabriel, y que es hijo de Tulio. Me ha hablado de su tío Eliseo. En su libro habla usted también de los Pinzón, y más exacto, de las Pinzón, que las nombraban mis padres, y como me dice en una anotación  muy manizaleña,  mi amigo Pachito Marulanda Gómez (López y Pinzón): “… todo apellido encopetado que sea Pinzón, es de mi familia”. Y de la suya, padre Jaime, según eso.

Especialmente supe niño de una: “En la historia estética de Manizales las mujeres cruzan como en los versos de Darío…Símbolo de la belleza y el arte en este período azul, Laura Pinzón, bella y artista, entregó su corazón a todos, pero nadie pudo ostentarlo como suyo” Y me extiendo sobre su aristocracia, su civismo, sus exposiciones de pintura en 1910, de su reinado en los juegos olímpicos de 1923, y que los enfermos también la hicieron su reina de la caridad en 1939 (Manizales bajo el volcán 1990, p. 33, 34, 96). No la menciona, porque usted no vivió en su ciudad por más de una década, ni tuvo padres nacidos en el siglo XIX como los míos.

Por mi disciplina y por la historia del café, sé de don Antonio y don Carlos E. Pinzón, y cuando leía  La Patria de los sesentas, veía que doña Sophy Pinzón de Zuluaga escribía columnas con relativa asiduidad y dictaba conferencias. Alguna vez, a fines de los 70, como proyectaba la historia oral de la ciudad, que no se mencionaba ni en Colombia, la visité, sobre todo para hablar del doctor Julio Zuluaga, y claro, de ella como mujer cívica. Los testigos de la primera mitad del siglo veinte y conocedores de la última del XIX, por muchos factores, se me murieron,  supe de casi todos o los traté, y de uno de ellos recibí, por este aspecto, el más enorgullecedor elogio que he recibido.

No sé si las Arango Pinzón fueron de ese clan, pero por vecindad y nombradía, oía de ellas. La señora de don Pedro Rendón, la de Gelatina”, madre de “Cala”, el artista, cantante y arquitecto que recién murió en Cali, donde residió desde joven, la del señor Anzola, que vivió en La Castellana, la de don Roberto Vallejo, que vivió enseguida de donde usted vivió en la Avenida Santander. Entiendo que hermano de AleidaVallejo, la reina que presidió los Juegos Florales celebrados con motivo del Centenario de la Independencia. Imagínese. Y del escritor y  gran cronista Alejandro Vallejo, quien acompañaba a Gaitán cuando lo mataron. Presumo que también de Eduardo, un señor que fue muy importante en la Manizales de hace cien años, y sospecho que fue el  padre de Virginia Vallejo.

Es que si de familias se trata, conmigo se tiene que remontar a la fundación, y es que hasta me provoca preguntarle Padre, de cuál de los tres es que desciende directo, si de Martín Alonso, Vicente o Francisco, que vinieron con Colón en el primer viaje.

Me llamó la atención  el que escribiera que “el mal llamado Bolívar Cóndor es en realidad una “cóndora” puesto que carece de gorguera…”, pasando por alto, y no por bajo, o debajo, para ver las que tiene de cóndor, o de toro, por lo que si lo hubieran traído por La Elvira como el de la réplica de Tenerani, sí lo hubieran podido “operar”. La anécdota de Gaitán, me hizo rememorar que gracias a su astucia y conocimiento de la sicología del jurado, sacó libre al chafarote que mató a Eudoro Galarza Ossa, el primer periodista asesinado en Colombia.

Con excepción de las ramas en que oficia como don  Cecilio y la de los caballos, que me son profanas, y el haber vivido la infancia en Villavicencio y en fincas, que me produce envidia, podríamos prolongar aquí nuestra muy corta charla en la Pastelería, con la seguridad que poco le dirían y menos le interesarían temas y nombres, a los de la mesa de enseguida. Fíjese que ni a Germán, de nuestro colegio y de nuestra generación, le decían mayor cosa, porque dijo que no conocía. Eso significa lo de intimista, de personal y familiar, de entre casa, que son los asuntos de su libro, pero tienen el encanto de remontarnos a evocaciones gratas y a las cosas comunes de un tiempo y de una provincia.

Fue un detalle suyo darme a conocer Canas y Arrugas.

Reconocido,

 

Hernando Salazar Patiño