28 de marzo de 2024

Por Jaime Jurado Papa caliente postmórtem

19 de septiembre de 2021
19 de septiembre de 2021

Por Jaime Jurado

A casi una semana de su muerte, el cuerpo de Abimael Guzmán, fundador y líder máximo de Sendero Luminoso, grupo armado de ideología maoísta que causó miles de muertes en Perú a partir de su creación en 1980, sigue confinado en la celda que lo alojó desde el 12 de septiembre de 1992. Los restos esperan pacientemente que se defina qué hacer con ellos pues hay gran debate político y jurídico sobre este punto. La justicia y el gobierno discuten sus competencias y en el país en general la opinión se divide entre quienes afirman que simplemente se debe cumplir la ley y quienes sostienen que no debe darse la oportunidad de convertir su tumba en lugar de peregrinación para sus seguidores. Todo esto mediado por la tendencia, que se hace cada vez más fuerte, sobre la negación de todo derecho, incluso a una sepultura digna, a quien es clasificado como terrorista. 

Las contradicciones sobre el destino de los despojos mortales de quien hizo mucho daño a la sociedad o al estado no son nuevas. De hecho, se tiene como antecedente de los derechos humanos el drama Antígona, de Sófocles. Ella se ve en el dilema de obedecer la norma dictada por su tío Creonte, gobernante de Tebas, quien dispuso que el cuerpo de Polinices, hermano de Antígona que se enfrentó a su otro hermano, Eteocles, debía permanecer a la intemperie para ser pasto de los perros y las aves carroñeras, por haber tomado las armas contra la ciudad. En cambio, Eteocles, por haber defendido la polis debía ser sepultado con honores. El castigo a la desobediencia de ese mandato era la muerte y aún así Antígona sepultó a su hermano por considerar que ese era su deber familiar y con la ley de los dioses que es superior a la de los hombres.

Se ha dicho que además de la razón, la risa es uno de los elementos que diferencian al ser humano de los demás animales. Pero también se agrega que la conciencia de la muerte y el respeto que se debe hacia el cuerpo sin vida de un humano es también esencial en esa distinción. En todo caso, más allá de las pasiones políticas, los odios o amores que despierte un personaje, todos nuestros congéneres merecen una despedida digna al fin de su vida.

Ciertamente es difícil desligarse de los sentimientos que despiertan quienes han perpetrado grandes crímenes y en las culturas en las que se da la incineración el asunto se resuelve más fácilmente. Así se hizo con el infame Pol-Pot, genocida camboyano muerto sin gloria en 1998 en un lejano campamento de la selva en la frontera con Tailandia, después de ser el todo poderoso dictador que asesinó a cerca de tres millones de personas. En una sencilla choza yacía su cuerpo sin vida, tendido en una cama, descalzo, vestido de camisa y pantalón cortos de tela burda, semicubierto por una sábana de color indefinido. De acuerdo con la tradición camboyana, una pira funeraria, alimentada por algunos neumáticos usados, muebles viejos y una colchoneta quemó sus despojos y llevó al aire en negras volutas de humo lo que quedaba del gran criminal.

A su manera Adolfo Hitler le evitó a Alemania y al mundo el problema de qué hacer con él.  En medio de las batallas finales de la Segunda Guerra Mundial, en las ruinas del Reichstag el cuerpo del jefe nazi y de su compañera Eva Braun ardían en llamas por orden suya, para que su cadáver no fuera escarnecido como el de su colega italiano Benito Musolini.

En Colombia si bien no se proclama abiertamente que se desconoce el derecho a una sepultura para los antagonistas del estado, hay antecedentes de actitudes inhumanas a ese respecto. Una de ellas se refiere al sacerdote Camilo Torres Restrepo, del cual aún se desconoce su lugar de entierro, después de su muerte en combate en 1966. Más recientemente, en 2010 el gobierno no fue muy humano con Jorge Briceño Suárez, conocido como El mono Jojoy, al poner trabas para la entrega del cuerpo a su familia. Al ser reclamado por una sobrina, se le dijo que no podría enterrarlo en Cabrera, de donde ambos eran oriundos, porque el lugar podría convertirse en un sitio de peregrinación para los guerrilleros o sus simpatizantes y después de un complicado forcejeo legal se le sepultó en Bogotá con gran sigilo y se dice que hay cámaras que filman a quien visite la tumba. 

Volviendo a Perú, al parecer allá se siente un leguleyismo muy parecido al colombiano pues la ley dice que el muerto se entrega al pariente más inmediato que lo reclame, Debido a que quien lo hizo, otorgando poder a una amiga suya, su esposa Elena Iparraguire, también está condenada por terrorismo y purga prisión en la misma cárcel en que estaba Abimael, se le negó ese derecho. Esto especialmente después de que por las redes sociales expresó su pésame junto a un llamado a la gloria eterna de su compañero. Tal llamado fue por la fiscalía como apología del terrorismo, pero el gobierno afinó un poco más la razón de la negativa y arguyó que el poder conferido por Elena no estaba autenticado ante un notario.

Este apego a las formas haría revolcar en su tumba al inolvidable Antonio José Restrepo, famoso por su frase sobre los que mueren con el alma pegada a un inciso.

Pero como en el mundo de los leguleyos todo se resuelve con una ley, lo que se conoce como fetichismo jurídico, ya se aprobó por la vía rápida una en el Congreso inca que establece “el destino de los cadáveres de internos que venían cumpliendo condena por terrorismo y traición a la patria, en su condición de líder, cabecilla o integrante de la cúpula de organizaciones terroristas». Así la fiscalía dispondrá «la cremación, previa necropsia» del cadáver de Guzmán en un plazo máximo de veinticuatro horas y se establece su entrada en vigencia a partir de este sábado. Se dispuso además que “el Ministerio de Justicia será el encargado de dispersar los restos cremados en tiempo y lugar de naturaleza reservada, con el apoyo del Ministerio del Interior». 

De esta manera simplemente se le echará candela al asunto y todos se desharán de esa papa caliente que sacude al país hermano. Falta ver si alguien alega que la norma no se puede aplicar con retroactividad y en ese caso habría que buscar otra salida en el laberinto legal peruano que por lo visto no se le queda atrás al colombiano.

Con todo y la aparente tranquilidad que da esta salida, queda el sinsabor de haber primado las consideraciones políticas y una fantasmal razón de estado sobre un derecho humano elemental y sobre el respeto a los muertos que es común a todas las culturas humanas. 

Por lo visto, en los Andes peruanos y colombianos aún queda mucho por recoger de la memoria de Antígona.