29 de marzo de 2024

En ellos aprendí a leer (XV)

13 de agosto de 2021
Por Hernando Salazar Patiño
Por Hernando Salazar Patiño
13 de agosto de 2021
(Serie de cartas dirigidas al experimentado periodista,  Orlando Cadavid,  co-fundador de Colprensa y Eje 21, director de cadenas radiales y maestro de muchos reporteros, sobre historia de la prensa por los 100 años de La Patria)

Orlando.

Desde que comencé esta serie de evocaciones, lo tuve a usted “entre ceja y ceja”, por estar entre los muy pocos conocidos por mí, que pienso se ajustan a mi pretensión, como probables destinatarios de  varias de las cartas. Y especialmente para usted, son  las que ahora empezaré a escribirle, sobre los tres grandes del periodismo manizaleño en el  primer cuarto del siglo XX. Pedro Luis Rivas, Jorge S. Robledo y Oscar Arana.  Es un concepto personal, difícilmente controvertible,  que siempre me ha acompañado. A quién más experimentado para hablar de ello, de algún modo cercano porque tuve la oportunidad de tratarlo por el año 87,  cuando estuvo dirigiendo la Cadena RCN desde Manizales.

Antes de abordar de una vez la materia, como pretendía, permítame discurrir sobre uno inmediato que usted ha provocado, precisamente cuando alistaba los nombres de las publicaciones y de los personajes más constantes, más frecuentes y más independientes de las primeras tres décadas de la centuria pasada,  y que más influyeron en la opinión manizaleña, desde mucho antes de la fundación de La Patria y de otros periódicos, o concomitantes con ellos.

Con su artículo del 31 de julio pasado, “Los periódicos que se nos fueron”, alborotó la memoria de algunos y aguijoneó la curiosidad de otros. Y justo la franca nota de la maestra Luz Marina Trujillo Ocampo: “Excelente informe. No conocía muchos nombres de esos periódicos! Aplausos”, la madre de mi primer destinatario, manifiesta la acogida que tienen esas notas rememorativas que usted acostumbra, máxime que de casi todos los nombrados, supimos los que estamos muy mayores, cuando comenzábamos apenas a leer.

Menciona usted La Paz de Alberto Acosta, que me hizo acordar de un negro inteligentísimo, parlamentario, muy culto, gran escritor, intelectual católico, Manuel Mosquera Garcés, del que tengo su libro La ciudad creyente, con bellas viñetas de Sergio Trujillo Magnenat, el artista que nació en Manzanares. No preciso si dirigió también ese periódico o El Diario Oficial, cuando Rojas Pinilla, del que fue ministro de educación, como fue ministro en gobiernos anteriores. Y escuché que en Diario de Colombia,  Gilberto Alzate  Avendaño no permitía escribir sino a su hermano Marco y al joven Rodrigo Ramírez, quien fue nuestro “Gaspar”. Estaba estudiando en Bogotá cuando comenzó a salir El Espacio. Un compañero comenzó a guardarlo, no supe hasta qué tanto. De su director y propietario Jaime Ardila Casamitjana solo sabía que más joven escribió Babel, una novela de pretensiones psicoanalíticas.

Leí El Periódico de doña Consuelo de Montejo, del que me encantaron el nombre como su espíritu distinto o leer a Collazos,   y El Bogotano. Lo mismo El Vespertino, y estando en el colegio me tocaron El Independiente, que fue el que reemplazó a El Espectador, como Intermedio a El Tiempo, cuando los censuró la dictadura rojista. El de los Cano siempre ha llegado a mi casa, y en él seguí entonces las quince entregas del Relato de un náufrago del muy joven reportero Gabriel García Márquez.

En La Nueva Prensa Alberto Zalamea introdujo un nuevo estilo de periodismo y a escritores de seria y severa  crítica de cine, literatura y de arte, en especial con Marta Traba, que será su mujer. Había salido de la dirección  de Semana por querer imponerlo. Conocí también a Guión, la revista de Pastrana, como el diario La Prensa de su hijo Juan Carlos Pastrana, con titulares atrevidos y columnistas tremendos. Naturalmente El Catolicismo, de centenaria traducción y El Obrero Católico, que nos recomendaban el padre Rodrigo López  y el padre Esteban Arango en la Hora Católica.

Una vez suspendido El Siglo, a mi casa llegaron La Unidad, de Belisario Betancur y especialmente el Diario Gráfico –no recuerdo cuál le dio cárcel a Gabriel Carreño Mallarino-, en el que se volcaba el llamado “Escuadrón suicida” y donde leí, recuerdo patente, sobre la muerte de Ortega y Gasset, con la que sentí mi primera incitación a leerlo. En La Defensa se profesionalizó el periodismo de Betancur, al lado de José Mejía y Mejía, y que fue quemado el 9 de abril.  También en su listado está El Liberal de Alfonso López Pumarejo, en el que el director Alberto Lleras Camargo, su precoz ex ministro, escribía duros editoriales contra Eduardo Santos,  como lo leí estos días en las memorias de Carlos Lleras Restrepo, al que alude por  su  Nueva Frontera.

Una hermana guardaba el Sábado Literario de Mendoza Neira y donde comenzó Plinio Apuleyo, de los que por suerte, quedan algunos, porque recordé el suplemento de El Pueblo, que fue novedoso, abierto y moderno, orientado por  Fernando Garavito. Occidente llegaba a la casa. El cubano exiliado José Pardo Llada era el columnista estrella. Y la columna del poeta Antonio Llanos era un manjar. O la pluma de Hernando Olano Cruz, anapista de tiempo completo. Todavía recuerdo un editorial suyo llamado Felipe Egalité contra Guillermo León Valencia. “Aprendí” a leer en ellos. En este diario caleño, como en El Nacional de Barranquilla, que condujeron  Álvaro Cepeda y García Márquez, en El Frente dirigido por el poeta Rafael Ortiz Lozano de Bucaramanga, como en El Mundo de Medellín, publicaron cosas mías.

Podría seguir con los que usted mencionó, ya que El Correo lo dirigió Panesso Robledo, según creo,  El Gráfico lo veía de niño, como la pequeña y preciosa revista Vida de la Nacional  de Seguros, o Gloria, la de Fabricato, a la que le recortaba las artistas de cine.  Y Relator me trae  el “caso” de su propietario Jorge Zawadky, y su gran  manejo en México con el poeta Barba Jacob y su amistad con Pardo García. Siempre admiré y envidié a Pereira por tener El Diario y El Imparcial de Rafael Cano, o El Diario del Otún y La Tarde. Casi siempre dos diarios, como en algún momento Armenia. De La Mañana ya hablaré, pues tuve el privilegio de que me regalaran su colección. Es usted Orlando el que puede y debe contar más, por ser testigo y periodista activo de largas jornadas. Pero no pude abstenerme de glosar ante la nota que nos emocionó  a tantos.

Mas he de regresar a la Manizales de los primeros veinte años y a su periodismo. Como también he de volver a muchos de los primeros en el siglo XIX. Y como estaba con los periódicos de la oposición cuando el predominio conservador, le recordaré a un ya mentado periodista y futuro ministro en la próxima. Es historia lo que trato de hacer y no lineal, sino de acuerdo a asociaciones de la memoria. Porque las cartas, siempre son una conversación con otro. Y eso es lo que pretendo hacer ahora con usted.