29 de marzo de 2024

Los enredos del mundo bipolar

31 de julio de 2021
Por Eduardo López Villegas
Por Eduardo López Villegas
31 de julio de 2021

¿Por qué se nos antoja compleja la solución al caso  de Caster Semenya la imbatible – en la pista – atleta sudafricana?

Estamos preparados culturalmente para hacernos un ovillo con una situación que desde siempre ofrece  la naturaleza, pero que, por tozuda y tradicional mentalidad  optamos por verla como un enredo,  asumirla como una confusión.

Caster Semenya es una mujer, así ha formado su hogar con Violet, su cónyuge. Es cisgénero, se  identifica como mujer, como lo hicieron al  nacer,  según lo  enseñaba su visible anatomía, que no revelaba  intersexualidad.

El Comité Olímpico Internacional (COI) aprecia  los juegos de Japón por acercarse a la paridad numérica entre las mujeres y hombres competidores, pero cede a  dejar por fuera a Caster, que venia en el 2021 a refrendar títulos ganados en Rio de Janeiro y  Londres, porque no  encasilla en  medidas de sastre de feminidad.

La complicación no estriba en las particularidades de  Semenya, sino en  las  anteojeras culturales con las que la analizamos. De la necesidad de Noé de optimizar espacios en el Arca,  y reducir cada especie a una pareja, hicimos un hábito mental,  el ver  cosa y suceso de forma binaria,  el uno y su opuesto.

Es inclinación natural de todo ser vivo  ubicarse en el entorno, pues de ello depende su sobrevivencia. Y, ese instinto se expresa en el mundo de la cultura mediante un ejercicio identitario, saber quienes son los suyos -siempre los buenos- y quienes son los otros. Para ese efecto, cuenta con una herramienta universal y rudimentaria, la del esquema simple del mundo binario del bien y del mal, de la luz y de las tinieblas, de yin y del yang.

Presta gran ayuda esa forma esquemática de ver el mundo. Cuantas personas viven su vida como una película de buenos y malos, y distinguir a unos y a otros  les basta para pasearse por ella, alinear sus simpatías, fijar el rumbo que estiman correcto para  su trama vital.

La visión de un mundo de dos mitades presta servicio, y causa enorme daño, porque esa dicotomía se le acompaña de exclusiones. La bipolaridad separa las partes  con un abismo en cuya profundidad no existe nada, es un vacío, nada que merezca ser tenido en cuenta. No es lo que mira, sino lo que excluye.

La concepción tradicional del ser humano reduce nuestra complejidad a dos elementos, al de cuerpo y al  del alma, contrapuestos, bajo en  constante tensión, la que el uno ha de someter al otro.   Los vicios y  las pasiones, las formas de manifestación natural del cuerpo,  deben ser apaciguadas, silenciadas,  acalladas, para que la única voz que hable sea la de la razón. Trasunto de esa imagen es la moralidad que construye la sociedad para un mundo en blanco y negro, que permite desenvolvernos toscamente en el mundo. Abundan los grises, la penumbra, la luz a mediatinta.

La ética se ha hecho descansar en los dictados de la razón, mandatos absolutos, de impecable lógica formal o de supuesta validez científica. Se ha desentendido de los sentimientos, fuentes de diversidad, de las subjetividades. Como si la ética fuera solo asunto de gente bien instruida, cuando debe también descansar en el deseo, en los sentimientos para que sea practica de vida, en el que la  inclinación hacia lo correcto sea algo habitual.

Hace cuatrocientos años, un solitario pensador heterodoxo, Baruch Spinoza, judío expulsado de su comunidad, recupera lo que el mundo maniqueo eliminaba, el  conatus o el deseo,  las emociones, los sentimientos. Promovía  la idea, que aún hoy puede estimarse como herética, el  de que una vida ética es aquella que persigue encuentros alegres, los que evita las emociones tristes. Todo en la vida es cuestión de buenos o malos encuentros.  ¡Quien creyera! la vida ética no debe sacrificar sus  bondades y disfrutes, no  necesita de austera   vida monacal, puede perseguir abiertamente la alegría, como aquel estado en el que potenciamos al máximo nuestra capacidad de actuar. Estamos lejos de una moral basada en la represión de la afectividad, el deseo y los instintos (Lenoir) Y, no es hedonismo, pues Spinoza advierte que estos no se deben vivir pasivamente, sino que debe moldearlos la razón.

¿Cómo construir una ética sexual prescindiendo del afecto, las inclinaciones, el deseo? Resulta increíble de que alguien se empeñe en ello, pero es lo que ha sucedido por siglos.

Aristóteles desde hace veinticinco siglos ilumina. Sus reflexiones en biología, psicología, filosofía, siguen vigentes. Pero también es la fuente del embrollo en el que hoy está la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) – no es toda su culpa-.Tiene que clasificar a Semenya en una de las dos   categorías aristotélicas de  hombre mujer.   En su momento, y por justicia en perspectiva, esto significó un avance frente a las tesis de que los sexos solo eran uno, el del hombre, siendo la mujer su forma imperfecta.

Pero el resto es por cuenta de la IAAF. Toman a conveniencia la ciencia. Y escogen un indicador arbitrario de masculinidad, más de 5 nanomoles de testosterona en un litro de sangre. Es un criterio deportivo impropio atribuir a un único factor  el rendimiento atlético. No lo podría ser una hormona,  si otras mujeres  normales han igualado o superado sus marcas. ¿No cuenta el fenotipo esquelético, el tamaño del corazón, la capacidad de oxigenación, el entrenamiento, la fortaleza mental? La controvertida medida no deja de tener un tufillo racista, si su resultado llevó a  excluir a Semenya,  Mboma, Masilingi, Niyosamba, Wambui, todas poderosas competidoras africanas.

Culturalmente se ha falseado el factor biológico principal de reconocimiento de la sexualidad, y donde son siete, solo se quieren ver los dos de Noé. La naturaleza ha dotado al ser humano de una variedad de juegos genéticos, que no se limitan al del  XX y XY, sino de cinco más,  por monosomía, un solo gen X o Y, por polisomía, XXX,XXY, XYY. Y sin contar con las variaciones derivadas  del despliegue del gen SRY. Y esa profusión de la naturaleza quiere ser encasillada mentalmente en la versión binaria del sexo. Y si no se acomoda a aquella formulación simple, se recomiendan  normalizaciones quirúrgicas o farmacéuticas, para evitar vergüenzas y estigmatizaciones. Semenya se ha negado a medicar su supuesto  exceso de testosterona.

Al ser humano lo condiciona su carga genética, pero puede moldearla culturalmente. Esa es la particularidad de nuestra especie de transformar los estados corporales  en sentimientos, en alegría, en tristeza, en bienestar, como causa primera de la empresa cultural humana (A. Damasio), la que se hace cargo de como cada ser humano se realiza sexualmente. No hay razón alguna para pensar que hay seres humanos a quienes se les prive de vivir la ética spinozista, de   definir el estado sexual que le permita su más íntegro, pleno y alegre desarrollo.

No es una especulación. La identidad de género es un derecho fundamental, al que se han de adecuar legislaciones y organismos deportivos. En Argentina el registro civil se hace bajo tres opciones de sexo: hombre, mujer, y personalizado, el que puede expresarse bajo cincuenta y cuatro formas diferentes.