28 de marzo de 2024

En el centenario de “La Patria” (5): Recuerdos de varones ilustres de Caldas

17 de junio de 2021
17 de junio de 2021
Fernando Londoño Londoño

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

Como redactor de tiempo completo en La Patria durante la segunda mitad de la década del setenta, las ya conocidas aficiones literarias me llevaron cada vez más a escribir crónicas, sin duda un género periodístico bastante cercano a la literatura, donde la capacidad narrativa es indispensable.

Así se puso de manifiesto en mi serie Historias contadas, por la cual desfilaron, en informes de páginas completas, varias personalidades representativas de la cultura caldense, quienes repasaban, con espejo retrovisor y mucha nostalgia, sus historias de vida.

“Era como ponerle corazón al frío lenguaje periodístico”, me decía al justificar esta nueva aventura en que me atrevía a incursionar.

Fernando Londoño y Arturo Zapata

Fernando Londoño Londoño, por ejemplo, recordó sus épocas de estudiante en la Universidad del Cauca, en Popayán, donde tuvo el honor de entablar amistad con el maestro Guillermo Valencia, en cuyas exequias fue él quien pronunció el panegírico en homenaje a su memoria.

Era un extraordinario orador, como es sabido. Pico de oro le llamaban en alusión a su elocuencia, caracterizada tanto por su brillante retórica como por continuas y exaltadas referencias literarias, sobre todo a la cultura clásica, de Grecia y Roma, que era como la quintaesencia de la Escuela Grecocaldense con epicentro en Manizales.

Durante ese diálogo, que era más bien un monólogo, añoró especialmente las épocas en que fue Canciller de la República y embajador en Francia.

Por mediación suya, logré incluir en la serie a don Arturo Zapata, fundador de la legendaria editorial que llevaba su nombre (o apellido, mejor: Editorial Zapata), donde aparecieron libros estelares de la literatura colombiana en los años treinta y cuarenta del siglo pasado.

Ésta fue una de las pocas ocasiones en que él concedió entrevistas a la prensa, dados su carácter reservado, su soberbia y su abierto rechazo a los periodistas, a quienes no podía ver ni en pintura.

Jaramillo Meza y doña Blanca

También allí estuvieron, porque no podían faltar, Juan Bautista Jaramillo Meza y su esposa Blanca (de Jaramillo Meza, hay que decirlo), quienes habían fallecido. A él, sin embargo, le había conocido en mi primer viaje a la capital caldense, cuando lo visité en su vieja casona de la avenida Santander, una cuadra arriba de la entrada al cementerio San Esteban.

En aquel momento, tras cruzar la puerta, nos sentamos en la sala, al lado del patio; luego fuimos a la biblioteca, donde se paseaba -con su figura octogenaria, pesada y de baja estatura, hombros caídos y un pesado abrigo negro para protegerse del frío-, al frente de los estantes contra la pared, de los que iba sacando libros incunables con las dedicatorias respectivas, como La vorágine de José Eustasio Rivera.

Mostraba con orgullo su famosa biografía de Porfirio Barba Jacob -“Quien estuvo aquí, en esta casa”, decía- y ejemplares de su revista Manizales, “por la que han desfilado -aseguraba, con solemnidad- las mejores plumas de la lengua castellana”.

Aída, su hija, fue esta vez la fuente de información para narrar la bella historia de amor de sus padres, unidos por la poesía hasta la muerte.

Reencuentro con Yagarí

Y claro, Luis Yagarí tampoco debía estar ausente. Para entonces acababa de volver con su esposa a vivir en Manizales, algo que ni siquiera sabía cuando los vi de lejos, al salir de misa, en la iglesia La Inmaculada del Parque Caldas.

Andaba despacio, arrastrando los pies. Cuando me acerqué, pudo reconocerme en medio de la alegría de doña Elena, quien, al oír mi interés por entrevistarlo para la serie de Historias contadas en La Patria, me dio de inmediato la dirección de su apartamento, situado en la carrera 22, cerca de la subida, por Bellas Artes, hacia Chipre.

El encuentro fue emotivo, nostálgico, doloroso, asistiendo al notorio deterioro físico y mental de don Gonzalo Uribe Mejía (su nombre de pila, recordemos), como si fuera víctima del terrible flagelo del Alzheimer. Por tal motivo, ella dándome los datos claves que pedía.

Fue la última vez que nos vimos, además.

Gaspar, Quijano y Efe Restrepo Ese

Rodrigo Ramírez Cardona –Gaspar-, autor en La Patria de una muy leída columna editorial: Confesión de medianoche; Leonardo Quijano, cuya inteligencia fue opacada por la locura, y Efe Restrepo Esse, gaitanista de vieja data, fueron otros personajes de la serie de crónicas, cuyo éxito fue tal que las directivas del periódico decidieron que yo viajara a Bogotá, con gastos pagos, para entrevistar a dos personajes más, de talla nacional: Otto Morales Benítez y Ovidio Rincón Peláez, a quienes sobraría identificar por ser de amplio reconocimiento no sólo en Caldas sino en todo el país, tanto en el periodismo y la literatura como en la política, según consta en las páginas de la historia.

Otto Morales y Ovidio Rincón

Ovidio Rincón. Cortesia de La Patria.

La entrevista a Morales Benítez fue en su residencia, al norte de la ciudad; en el segundo piso, donde estaba su biblioteca, y en horas de la noche, tiempo que se prolongó a medida que él revivía pasajes significativos de su infancia en Riosucio, cuando de la mano de su padre, don Olimpo, se despertaron su liberalismo visceral y el amor por su tierra y el café, al tiempo que su madre le transmitía su honda sensibilidad literaria.

“Por la infancia de Otto Morales Benítez” fue el título de la crónica que mereció un cálido elogio del escritor quindiano Gustavo Páez Escobar por abordar -apuntaba en Carta a la Dirección- aspectos ignorados y reveladores de este importante hombre público, quien me honraba con su permanente colaboración en el suplemento literario.

En cuanto a Ovidio Rincón, habló del periodismo, que era su pasión; de la política, que le llevó a ser senador de la república por la Alianza Nacional Popular -Anapo-, movimiento liderado por el general Gustavo Rojas Pinilla; del Quindío, su tierra natal; de los versos reunidos en su libro El metal de la noche, cuyo contenido prefería eludir, y de la hermosa prosa poética en su columna Rincón, nombre que sugería el de su autor, sin que la mayoría de los lectores de La Patria supiera de quién se trataba.

Todo esto lo decía entre dientes, como sin quererlo decir o ser oído, por obra y gracia de la timidez que a sus amigos cercanos nos infundía tanto respeto.

(*) Escritor y periodista. Ex director del diario “La República” y Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Autor del libro “Una vida en olor de imprenta” (Amazon, 2020).