19 de marzo de 2024

En el centenario de “La Patria” (2) Cascada de crónicas, ensayos, entrevistas y columna editorial

14 de junio de 2021
14 de junio de 2021

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

Mientras yo concluía bachillerato a comienzos de los años setenta, los escritos de mi autoría se publicaban en tres periódicos: La Patria, de Manizales; El Diario, de Pereira, y Satélite, de mi colegio, donde poco tardé en dirigir también el centro literario, lo que ya revelaba, en plena adolescencia, mi vocación intelectual, tan ligada desde entonces a la actividad periodística.

En forma simultánea se desató mi afición por los temas culturales en general, empezando a trascender el mundo de la literatura.

Así, me vinculé en Pereira a la Sociedad de Amigos del Arte, donde, a pesar de mi corta edad, tuve enorme acogida por las citadas publicaciones periodísticas y el interés que manifestaba en los cursos sobre arte y música clásica, dictados por expertos, o en las conferencias y recitales, como cuando nos visitó León de Greiff, considerado el mejor poeta vivo de Colombia (a cuyo acto asistió un reducido número de personas, hecho que califiqué de absurdo y lamentable).

Ecos del grupo intelectual

Este tipo de actividades me permitió entrar en contacto con intelectuales representativos de la ciudad, como Benjamín Saldarriaga, y poetas como Héctor Escobar –El diablo-, Carlos Hernán Ochoa, Nelly Arias de Ossa, Alfonso Marín y Francisco Lotero –Pachito-, además del escritor Silvio Girón, director de la Biblioteca Pública Municipal (situada en el segundo piso del edificio de la Gobernación en la Plaza de Bolívar), el pintor Martín Alonso Abad y el dibujante Fernando Valencia, quienes protagonizábamos agitadas tertulias.

Héctor Escobar

A varios de ellos los promoví en La Patria –especialmente en el suplemento literario de los domingos-, donde aparecieron tres crónicas consecutivas sobre “El esqueleto del diablo” -¡como si el maligno hubiera muerto!- al abordar la extraña y simpática demonología de Héctor; poemas de Carlos Hernán, recién nombrado secretario de cultura del departamento; un informe sobre los hermanos Bustamante, escultores de primer orden, y un reportaje con Martín, fiel seguidor del maestro del hippismo, Henry David Thoreau, y refugiado, como él, en las afueras de la ciudad, por el río Consota, en una hermosa casita de La Florida, donde nacían sus obras primitivistas, viviendo con la simplicidad de un campesino.

Unos y otros éramos felices, unidos como hermanos, compartiendo nuestras producciones literarias y artísticas, convencidos de haber creado obras maestras que nos garantizarían la perpetuidad o, mejor, la inmortalidad.

“El hombre es un Dios cuando sueña y sólo un mendigo cuando piensa”, repetíamos, citando a Hölderlin.

Ensayista en ciernes

En verdad, Hölderlin era recordado, tanto como Voltaire y Rimbaud, Whitman y Mallarmé, Miguel Hernández y García Lorca, sobre quienes me lancé a escribir ensayos, publicados también por La Patria en su Revista Dominical que dirigía el pintor, escritor y periodista Mario Escobar Ortiz, quien bajaba en ocasiones de Manizales para integrarse a nuestra tertulia pereirana.

Mario Escobar. Cortesía de «La Patria»

Mi ensayo sobre Rimbaud, por ejemplo, fue elogiado por Edgardo Salazar Santacoloma, uno de los intelectuales de mayor prestigio en La ciudad de las puertas abiertas, quien se reunió en Pereira con nuestro grupo de jóvenes colegas, dándonos cátedra sobre los extraordinarios dibujos de Salvador Dalí y los poemas de Paul Valery, ¡recitados, de memoria, en francés!

“Usted parece miembro de la Real Academia Española”, me comentó Yagarí, en forma jocosa, cuando recibió otro escrito mío sobre don Andrés Bello, como si yo fuera especialista en gramática y filología. “Pero -agregó-, ¡no se desanime! ¡Va por buen camino!”

Eso del buen camino era un decir. Porque ni él, ni su esposa Elena, ni en mi familia, estaban enterados de que por las noches me encerraba en el cuarto a leer El Anticristo de Nietzsche y La decadencia de Occidente de Spengler, que tanto influyeron en el terrible nazismo de Hitler; a autores existencialistas, como Sartre y Camus; a nadaístas, como Gonzalo Arango y Elmo Valencia –El monje loco-, o a Dostoievski y Kafka, Silva y Vargas Vila, en su mayoría ateos y enemigos de la iglesia, contra cuyas creencias y dogmas lanzaban fuertes diatribas, tildadas de blasfemias.

Me alejaba, pues, a pasos agigantados, de la fe cristiana, con la soberbia típica de los intelectuales. “¡Dios ha muerto!”, pontificaba -como si fuera Zaratustra-, a mis amigos del colegio, entre quienes se comenzaba a rumorar que estaba perdiendo el rumbo por mi estrecha amistad con El diablo, un especialista en la materia.

Yo, sin inmutarme, sonreía ante dichos comentarios, de los cuales se hacía vocero mi mejor compañero de clase, Evelio Ríos, cuya casa dejé de visitar con la asiduidad de antes.

Entrevistas a granel

No obstante, tampoco paraba de leer en el colegio, en la Biblioteca Pública Municipal y en los pocos libros que podía comprar a don Carlos Drews en la Librería Quimbaya.

Fabio Vásquez Botero – Cortesía de La Patria

Ni paraba de escribir y publicar, con bastante regularidad, en La Patria, donde salieron mis entrevistas a Eduardo Escobar, benjamín del nadaísmo; a Gloria Gaitán, hija del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, debutando así en el periodismo político -“Política con colorete”, fue su título-, y a Fabio Vásquez Botero, oriundo de Marsella y ex gobernador de Risaralda, cuya columna “La Voz” aparecía enmarcada, en primera página, con el beneplácito del director-propietario del periódico, José Restrepo Restrepo, por solidaridad con su respetable copartidario godo, gran prosista y extraordinario orador.

Como si fuera poco, pasé de la sección de Pereira a las páginas editoriales, tras enviar un breve ensayo sobre El mundo feliz de Aldous Huxley. A partir de ahí me transformé en flamante columnista de La Patria, al lado de Jorge Santander Arias, Adel López Gómez, Rodrigo Ramírez Cardona –Gaspar- y Alberto Londoño Álvarez, entre otros que eran considerados las mejores plumas del momento en Caldas.

Todo, en fin, marchaba viento en popa.

(Mañana: A la cabeza del suplemento literario)

(*) Escritor y periodista. Ex director del diario “La República” y Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Autor del libro “Una vida en olor de imprenta” (Amazon, 2020).