2 de diciembre de 2023

Tormenta

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
7 de mayo de 2021
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
7 de mayo de 2021

Motivos para angustiarse y sentir temor o pensar que se tiene miedo, hay por grandes cantidades, desde cuando hace un poco más de un año se declaró la pandemia de manera oficial y comenzaron las restricciones, las prevenciones, las prohibiciones, los actos constantes de autoritarismo de muchas autoridades que estaban desorientadas porque no sabían como responder a las obligaciones que adquirieron cuando pusieron su nombre a consideración de los electores, para que luego llegara la conjugación con las voces de insatisfacción, por razones que pueden sobrar en un gran inventario, para dejar sentir la voz de la protesta social que en nuestro medio, en el que tan poco se ejerce la verdadera democracia, se termina confundiendo con la violencia indiscriminada, con el atropello de los derechos de los demás, con los daños irreparables de los bienes que están al servicio de los más necesitados, con el incendio de lo indispensable y con el rompimiento de todas las reglas, ante una fuerza pública que no actúa por temor a las investigaciones, a las sanciones, porque hace rato que los jueces que entienden que derechos humanos son solamente los de quienes agreden y no los de quienes se defienden y tratan de defender a los otros.

Es como estar “Aullando entre relámpagos / perdido en la tormenta…”, sin saber donde está el norte, en medio de un panorama que todos los días se torna más oscuro y en el que las esperanzas y las ilusiones comienzan a ser parte de un mundo de utopías inalcanzables para la mayoría. Todos viven esa tormenta y cada quien vive la suya propia, sin poder mirar hacia soluciones concretas, porque es como que nadie las tuviera, como que nadie sabe, como que nadie tiene la menor respuesta. Es la hora de las frustraciones generales, en la que muchos tratan de ser optimistas, pero cada minuto que pasa con sucesos nuevos negativos, le echa por tierra esas ganas de pensar de otra manera.

Porque para todos es “… mi noche interminable, Dios! / busco tu nombre” y nadie lo encuentra como para tener la mínima ilusión de asirse a él, esa inmaterialidad en la que muchos tienen confianza, pero en la medida en que no es posible detectarlo, se van quedando con las manos vacías, en ese constante crecimiento de tantas angustias.

Tantos son los que piden en abstracto que “No quiero que tu rayo / me enceguezca entre el horror / porque preciso luz para seguir…!, en la impotencia de pensarse incapaz de seguir sin esa ayuda que tantas veces se ha prometido desde todos los espacios, como ese apoyo que deben tener todos en medio de las necesidades apremiantes, que son los tiempos en que más se acude a esas extremas solicitudes. La respuesta es ninguna, porque no hay nadie que lo haga y se sigue mirando hacia todos los espacios, sin que sea posible que suceda ese hecho extraordinario en el que se tienen puestas tantas ilusiones.

Y ante esa ausencia y silencio de lo etéreo el ser comienza a formular preguntas que de pronto aparecen ir en contra de lo que hubiese querido: “Lo que aprendí de tu lado / no sirve para vivir?”, lo que no deja de parecer extraño, pues desde siempre la enseñanza fue que en esa invocación siempre habría una respuesta y que todo lo instruido iba a ser lo útil, lo necesario para seguir viviendo y hacerlo de la mejor manera. Y todos sienten como que estuvieran saltando al vacío, un vacío en caída libre, en el que no aparece el piso en el que habrá de detenerse ese impulso incontrolado de caer hacia la nada.

Con angustia suprema el ser comienza a pensar que todo se le está derrumbando y que lo vivido de nada ha servido, porque es como que el momento de la derrota final se acercara. Nadie genera motivos para pensar de otra manera y es cuando muchos se dan cuenta que “Yo siento que mi fe se tambalea / que la gente mala vive, Dios, / mejor que yo!” Con un reclamo nunca antes imaginado, pero son las expresiones de cuando los tiempos se vuelven extremos y nada hace saber que pueden haber soluciones adecuadas. El desorden cunde y el Estado no aparece como es debido, distinto a emitir órdenes que no se corresponden con la realidad, como el auto provisional dictado en el trámite de una Acción de Tutela, por una Magistrada, que pensó que esa era la manera de parar el paro del 28 de abril, cuando ya no era posible detener ese clima de tantas miserias juntas. Y el ejecutivo dando órdenes y creando sanciones para imponer a quien se atreva a hacer uso de su propia libertad. El mundo de los sin respuesta.

Porque son tantos los que terminan pensando que “Si la vida es un infierno / y el honrado vive etre lágrimas! / ¿cual es el bien? En lo que de alguna forma se va desdibujando lo que se pudo pensar como la manera de vivir, pues desde todos los rincones aconsejaron, enseñaron, guiaron a ser honrados, pero al ver que eso no está siendo útil, las preguntas se siguen formulando, aun en la seguridad de que nadie va a tener la respuesta, porque ese concepto en el que siempre se ha confiado no es posible encontrarlo.

A quien se somete a las reglas de todo orden y procura estar en medio del bien, tanto para si, como para los demás, no se le tiene una respuesta clara y que al menos le genere un mínimo de esperanza, para que sirve entonces serlo, se termina cuestionando “Del que vive en nombre tuyo / siempre puro…Para que?” que es tanto como sentir que se ha perdido la vida haciendo lo que no arroja satisfacciones, porque estar en medio de ese caos que no encuentra una ruta de salida, conduce a todas las desesperanzas habidas y por haber.

Se termina por pensar que “Si hoy la infamia da el sendero / y el amor mata en tu nombre / Dios, lo que has besao…” y como pensando que se ha perdido el tiempo, se ha luchado en vano, o de pronto se ha vivido en contravía de lo que puede arrojar resultados que no se ven por el lado de lo existido, al punto de seguir en la afirmación de que “ el seguirte es dar ventaja / y el amarte sucumbir al mal?” se preguntan tantos en medio de una crisis que no conocían en las dimensiones que ahora se vive en Colombia, ante la mirada inútil de tantos que deberían ser los conductores de alguna solución.

Es tanto el apego de lo que se ha creído siempre, que se puede llegar hasta elaborar fórmulas que permitan una aceptación de lo que sucede, sin seguir en tan duro cuestionamiento y por eso “No quiero abandonarte,yo / demuestra una vez sola / que el traidor no vive impune, Dios / para besarte”. Es sentir que la fe se pierde, pero que aún se tienen fuerzas para continuar en ella, como esa manera de sostener una vida que ha sido construida en gran parte con ese fundamento.

Es posible mantenerse en esa formación que se ha tenido de siempre, pero para ello se hace necesario que tengas demostrado, como con “Enséñame una flor / que haya nacido/ del esfuerzo de seguirte, Dios / para no odiar”, porque en medio de la pérdida de todo, se piensa que todos son enemigos y se hace necesario, al menos, odiarlos, para estar prevenidos frente a ellos.

Es como que llega la sensación de que “Al mundo que me desprecia / porque no aprendo a robar / y entonces de rodillas / hecho sangre en los guijarros / moriré con vos / Feliz señor!”, para descargar un poco de esa pesadez negativa la conciencia. Es la recuperación mínima de la fé y la confianza en los últimos momentos.

Tantas angustias, tantos miedos, tantas ganas de llorar sin que eso solucione absolutamente nada, es como para con el tango de Enrique Santos Discépolo ponerse a cantar en medio de tantos factores que atentan contra la dignidad del ser humano en la hora de ahora, como que cuando se tiene perdida la libertad, como desde hace un poco más de un año y con la presencia múltiple de tantos hechos que no cesan, sino que se multiplican, es sentirse completamente derrotado. Es una tormenta de angustias que hace muchos años, por allá en la década de los treinta del siglo XX, cantara el gran poeta del sur, nacido en Buenos Aires en 1901 y fallecido de un infarto en la misma ciudad en 1951, cuando apenas cumplía sus 50 de vida, pero con el testimonio imborrable de ser el autor de tantos tangos que marcan la existencia de muchos seres humanos.

Cantarla completa es tener una reflexión cierta en medio de lo que ahora se vive:

Aullando entre relámpagos
Perdido en la tormenta
De mi noche interminable, Dios!
Busco tu nombre…

No quiero que tu rayo
Me enceguezca entre el horror
Porque preciso luz para seguir.

Lo que aprendí de tu mano
¿No sirve para vivir?

Yo siento que mi fé se tambalea
Que la gente mala vive, Dios!
Mejor que yo!

Si la vida es el infierno
Y el honrado vive entre lágrimas!
¿Cuál es el bien?
Del que lucha en nombre tuyo
Limpio, puro…¿ para que?

Si hoy la infamia da el sendero
Y el amor mata en tu nombre
Dios, lo que has besao…

El seguirte es dar ventaja
¿Y el amarte es sucumbir al mal?

No quiero abandonarte, yo.
Demuestra una vez sola
Que el traidor no vive impune, Dios
Para besarte.

Enséñame una flor
Que haya nacido
Del esfuerzo de seguirte, Dios
Para no odiar.

Al mundo que me desprecia
Porque no aprendo a robar
Y entonces de rodillas
Hecho sangre en los guijarros
Moriré con vos
Feliz, señor.

Es el desahogo en medio de todo lo catastrófico que viven los colombianos y a lo que se le suman muchas violencias diarias, lo que ha llevado a que su existencia de convierta en una Tormenta.