2 de diciembre de 2023

Realidades

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
21 de mayo de 2021
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
21 de mayo de 2021

Es una historia muchas veces contada, aunque no está cerrada. Pero en la mayor parte de los relatos, antes que contar, quien lo hace se ocupa especialmente de adjetivar, para bien o para mal, emitiendo, antes que narraciones, calificaciones o descalificaciones, de las que finalmente se concluye que si pueden haber muchos con el gusto de que eso suceda, son más los que lo toman a disgusto, porque la felicidad jamás podrá ser encontrada en medio de la insatisfacción de las necesidades más elementales y especialmente cuando en todos los espacios lo primero que se detecta es la ausencia de libertad y eso ya se convierte en un elemento que de alguna manera va en contra de la esencia de lo que es el ser humano.

Fueron muchas las dudas para adquirir el libro, a pesar de haber sido puesto en el mercado a finales del año anterior. De entrada teníamos la objeción de otro relato sobre lo mismo, para terminar convertido en una argumentación en favor o en contra, dependiendo de la ideología del autor. Hubo que contextualizar su contenido, con las notas de orientación editorial para dimensionar de que clase de relato se trataba y que valía la pena, por conocer a la autora como una escritora seria y de muy b buen manejo de la imaginación y del idioma.

Tomada la decisión de adquirir el libro, en la medida en que nos metimos en ese contexto del relato, el primer impacto se vive con la portada, que es una fotografía en blanco y negro, de dos personas que necesariamente lucen desconocidas entre si, que viajan en el asiento doble de un tren de metro, con un cartel publicitario al fondo que habla de su excelencia, cuando en realidad de ello apenas queda el sentido histórico, porque es un armatoste ruidoso, sin aire acondicionado, en el que la gente viaja apretada y respirando difícilmente en la confusión de tantos vahos que invaden la atmosfera. Son dos personas jóvenes, un hombre que luce con toda la fatiga que le cupo en el cuerpo después de la jornada laboral, que se desabrochó el nudo de la corbata y la dejó sobre su cuello, al revés, al punto de exhibir su marquilla y una mujer de fino rostro , con los brazos cruzados al frente, como protegiendo un paquete que lleva en sus rodillas, a quien de una cadena le cuelgan sobre el pecho las ganas de leer y se deduce que antes de salir de la oficina se hizo un pequeño rotoque en su maquillaje y en su peinado. Cada uno va en lo suyo. Imposible que estas dos personas hayan hablado entre si, que sean conocidas, o que vayan a estar dispuestas al diálogo en adelante. Es una especie de radiografía de lo que es la ausencia de futuro. Van para adelante. Conocen el destino del viaje, que son sus domicilios, pero de ahí en adelante no saben que va a suceder, pues las cosas cambian todos los días y nadie sabe que puede pasar mañana. Es el rostro de algo que les cambiaron hace un poco más de veinte años, con muchas promesas y planes de grandeza y en especial de igualdad, que de pronto se ha logrado pero por lo más bajo, por la carencia de todo.

Antes no eran iguales, pero había posibilidades para todos y especialmente en la medida del ejercicio de su libertad tenían la oportunidad de conocer alternativas, conforme a las capacidades de todos. Ahora se ha logrado esa igualdad baja, mientras que una mínima clase, la de los enchufados, o miembros del gobierno y amigos de quienes ostentan el poder en beneficio de ellos mismos, que son bastante pocos, pero a través de todas las maniobras habidas y por haber del ejercicio del abuso del poder y con la tolerancia por el crimen que a ellos les genere réditos, se han eternizado en el mando, que tiene una oposición política que en la medida en que se conoce, o se dejan conocer lucen patéticos. Con una oposición de esa calidad, los dueños del poder se van a mantener por siempre jamás. Son más incapaces los de la oposición, que los del gobierno. Estos al fin y al cabo tienen el manejo y la aplicación de la norma. Los otros llegaron a tener un apoyo internacional que se fue desdibujando en la medida en que el mundo logró entender quienes eran y hacia donde se dirigían. Comenzando porque nunca han estado unidos y cada día lucen más fraccionados, conforme a las ambiciones de los más notorios.

Cuando se entusiasmaron con la propuesta de combatir y derrotar por siempre la corrupción que se apoderó de muchos bienes y muchas vidas, hubo sinceridad en la comunidad, pues ese es el cáncer que llegó a apropiarse de América Latina y la gente es consciente que acabar con ella es el primer gran paso para cambiar el estado de cosas. Lo que nunca les dijeron fue que se trataba de cambiar un modelo de corrupción por otro modelo de corrupción, que bajo el autoritarismo tuviese la capacidad de legitimarlo todo, hasta los más grandes abusos contra todos. Y en eso viven ahora. Es otra corrupción, generalizada, incrustada completamente en el poder, a beneficio de unos pocos que llegaron a apoderarse de todo lo valioso y que han engordado astronómicamente sus cuentas bancarias secretas en el exterior.

No se está hablando de historias desconocidas, como que de ellas se escucha hablar en todos los medios masivos de información que en determinados eventos son profusos y en lo ordinario van contando algunas de esas muchas cosas que llevaron la pobreza a quienes alguna vez fueron muy ricos y se convertían en modelo de felicidad en el sur del continente. Más de un colombiano soñó con irse allí. Algunos, y no pocos, lo lograron y si encontraron un mejor modo de vida, con trabajos bien pagados que les permitían sostener sus hogares desde allí a través del sistema de transferencias internacionales. Esos colombianos trabajaban mucho, pero ganaban bien. Nunca se quejaron y siempre vivieron agradecidos con los vecinos que les dieron maneras más dignas de ganarse la existencia. Para ese entonces eran felices y no lo sabían y los aburría, los agobiaba la corrupción, por lo que cuando en un febrero de hace un poco más de veinte años les apareció un anónimo teniente coronel que intentó derrocar al gobierno legalmente elegido, lo convirtieron en héroe, al punto de que al salir de la cárcel por su atentado a la seguridad nacional, fue elegido aplastantemente Presidente de la República, bajo el mandato de un marco jurídico que de inmediato destrozó y condujo por ideologías que en campaña ni siquiera llegaron a mencionarse.

Es la reciente realidad que se vive en Venezuela la que se cuenta, otra vez, pero ahora en forma diferente, en el libro “Cuando éramos felices y no lo sabíamos”, de la escritora colombiana Melba Escobar, quien mediante el apoyo de una beca de la Fundación Ford, durante un año se dedicó a una investigación de campo en contacto directo con los protagonistas de esa realidad venezolana. Para ello hizo cuatro viajes a diferentes zonas de ese país, todos con agendas de entrevistas, diálogos y temas, que cumplió de manera estricta, a pesar de la independencia de su obra y la no urgencia de entrega de información en horarios determinados, excepto en el tercer viaje en que la traicionaron los sentimientos y las emociones de nostalgia, ausencia y vacío de sus hijos, su esposo y su madre, que estaba gravemente enferma, cuando canceló su viaje a Barinas, el Estado donde nació Hugo Rafael Chavez Frías, que le hubiese dado unas perspectivas sustanciales que se detectan como vacíos en la obra. Escobar asume la obra como un trabajo de reportería y de ahí su tarea de campo, con múltiples entrevistas y diálogos colectivos, pero termina siendo traicionada por la escritora, esa que deja fluir sus sentires y emociones, por lo que entre renglones se cuelan detalles de su vida, como hija, como madre, como dos veces esposa, como educada en Cali, donde nació hace 43 años, hija de un brillante intelectual que falleciera de muerte natural muy joven, habiendo sido Rector de la Universidad del Valle, Álvaro Escobar Navia. Esos desvíos de la reportera producto de su vocación de escritora le dan una mayor fuerza al libro.

Es cierto, es contar otra vez lo sucedido en los últimos años en Venezuela, pero es contado de una manera diferente, especialmente de orden testimonial. No cuenta porque le contaron. Cuenta porque estuvo en esos lugares, hablando con esas personas, indagando directamente lo que viene sucediendo y lo que puede suceder, que es una incertidumbre absoluta, al decir de todos. Sus guías y apoyos de contactos en los distintos viajes son conductores de servicios especiales que entran en confianza con ella, que le van contando muchos detalles que conocen, porque se trata de personas instruidas, que devinieron en ese oficio para no morir de hambre y sostenerse del único bien que les queda, pues todo lo han perdido en la medida de razones arbitrarias que se van llevando la propiedad privada por delante. En algunas ocasiones son familiares o amigos de familiares o amigos que la autora tiene en Bogotá, algunos con quienes ha tenido gestos de solidaridad y apoyo de gremio. No va desorientadamente indagando cosas, sino que sabe en cada ocasión con quien quiere hablar, donde, en que tiempo, en que circunstancias y soporta las enormes dificultades de una economía que se sabe como amanece, pero jamás como anochece.

Melba Escobar va contando, en muchas ocasiones grabando, lo que oye en las conversaciones y que lo que vive como experiencia personal. No deja de extrañarse que aún sea posible encontrar hoteles de grandes dimensiones, completamente vacíos, pero en servicio, como aquel en que se alojó y en cuyo restaurante siempre fue la única comensal, o en esos hoteles en que la pobreza, el tiempo y la calidad de los materiales de construcción, van amenazando evidentemente que no se mantendrán en pie por mucho tiempo. Para reposar lo más necesario es el cansancio y eso le permitió conciliar el sueño en más de una ocasión.

La experiencia de esos viajes tiene tintes de ficción. Estuvo conociendo lugares completamente deprimidos, desde lo material hasta lo humano y también estuvo en sitios donde aún queda buena parte de la riqueza que alguna vez hubo cuando eran felices y nadie lo sabía y vio directamente casas de lujos y ostentación en zonas donde electoralmente se impone la oposición, que al decir de todos es mucho más inepta que quienes gobiernan, por lo que las ilusiones se mueren todos los días. Y vió como la gente no pierde las ganas de tener unas mínimas diversiones, como la piscina de un gran Hotel de Carcas que lucía, siempre, tan llena, que de lejos era imposible apreciar el agua.

Le llamó la atención que el Metro de Caracas (en el que tomaron la foto de la portada del libro), aún funcionara. En compañía de una amiga vive la experiencia de viajar en ese medio de transporte y supo de le hediondez de los vagones, de la basura regada por todas partes, de las bancas destrozadas, de las paredes de los vagones rayadas hasta el infinito y de la angustia respiratoria que es moverse en tales vehículos, pues carece de servicio de aire acondicionada y Caracas es una ciudad muy cercana al nivel del mar, por lo que su clima es esencialmente cálido. El sudor le invadió el rostro, afortunadamente sin maquillar, como que nunca ha sido mujer de artificios, ni de imposturas, pues en su vida y en su obra se distingue por la frontalidad de lo que hace, de lo que piensa y de lo que opina. Fue una pesadilla vivir esa experiencia, pero de alguna manera era una parte de la realidad que ella tenía que testimoniar, pues el tren lo vió pasar muchas veces y en todas las ocasiones iba ocupado hasta el tope, por la necesidad de trasladarse de un lugar a otro, porque como medio de transporte hace rato dejó de ser eficiente.

Y también vivió la experiencia de Municipios que permanecen veinte de las 24 horas del día sin servicio de energía eléctrica y otras tantas horas sin servicios de acueducto. Todas las redes de los servicios públicos domiciliares esenciales, se agotaron en su vida útil, no es posible repararlos porque no hay recaudo por costos, son gratuitos, lo que de alguna manera es una especie de ideal de las comunidades, pero es que los servicios deben ser mantenidos y sin ingresos eso no posible, porque desde el mero presupuesto público no hay nada que sea sostenible. También vivió la experiencia de amplios poblados que parecen fantasmas colectivos, con casas abandonadas, que se van cayendo solas con el paso del tiempo, porque no tienen quien las cuide, ya que son o eran propiedad de aquellos a quienes llaman “Idos”, que son esos millones que han emigrado a distintos países del mundo, especialmente de América Latina, con fuerza en Colombia, donde han terminado por ser habitantes de calle, que, por demás, muchos de ellos aprovecharon las jornadas de protesta, paros y disturbios en nuestro medio, para colarse entre los que se apoderaron de muchos bienes ajenos o sencillamente los destruyeron por el gusto de destruirlos, con la fuerza del resentimiento social. Los que se van y los que se fueron y los que se vayan a seguir yendo, deben dejar todo su patrimonio abandonado e irse con lo que tengan puesto, y una maleta que no se convierta en peso excesivo en esos largos cruceros por valles y montañas para llegar a cualquier parte.

Igualmente supo lo que piensan, sufren, viven quienes aún permanecen en su país, y a quienes llaman los “quedados”, quienes se solventan la existencia de cualquier manera, porque como alguno de los cientos de entrevistados de la escritora le dijo: “es que cada uno tiene que ser su propia salida de emergencia”, como que no hay manera de confiar en nada, ni en nadie. Cuando las personas se acuestan sin saber que pasará mañana, en la seguridad de que lo que pase no va a ser mejor que lo de hoy, es cuestión de simple sobrevivencia. Los “quedados” muchas veces han visto regresar a tantos de los “idos” que jamás encontraron un mínimo lugar de sobrevivencia digna y lo hacen con el simple ánimo de asumir plenamente la resignación. Es el sentimiento general de los venezolanos ahora: la resignación. Saben que todo viene mal, que todo va a ir peor, que no hay soluciones, pero deben afrontar con sus propios y escasos recursos lo que sigue en adelante. Ahora son conscientes de que ese llamado al paraíso, no fue más que un llamado con canto de sirenas y que éstas nunca han sido realidad.

El libro de Melba Escobar, con 330 páginas y un corto suplemento en papel brillante de fotos a color, todas ellas desperdiciadas por lo pequeño de su tamaño en la edición, editado por Seix Barral, es el resultado de una seria investigación de campo durante un año, que traduce los testimonios según el estilo de una brillante escritora, que quiso fungir de reportera, pero que no tiene ni el estilo, ni el tesón de quien se obliga a lo meramente real, ya que sus emociones y ficciones se le colaron por muchos de esos renglones. Un libro esencial para saber que es lo que sucede ahora en Venezuela.