27 de marzo de 2024

Radicalismo

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
9 de abril de 2021
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
9 de abril de 2021

Lo que ella tomó como un deber de militancia y un poco el ejercicio de la solidaridad humana, terminó constituyéndose en el instrumento de salvación de un futuro para la familia que no era nada prometedor y en el que el dolor, la sangre y las lágrimas se aparecían como la probabilidad más cierta para los cuatro, padres e hijos. Cuando decidió que no era esa la vida que le satisfacía y que el derrumbe total de lo que intentaron construir se veía venir, no dudó en poner en custodia de la autoridad competente a esos tres menores de edad que no eran suyos, pero a quienes aprendió a querer como si lo fueran, por lo que poseía la legitimidad de que solamente a ella se los podrían entregar en el momento en que diera solución a los problemas argumentados a la hora de entregar esa custodia, que le había llegado por caminos bien diferentes a la de la legalidad, pero eso era algo que no se sabía y mucho menos por parte del ente estatal, que necesariamente pone por delante la defensa de los intereses de quienes aún dependen de los demás.

La decisión de tenerlos como elemento de negociación para salvar su vida, la de su esposo y las de sus dos hijos, pudo aparecer como poco honesta, pero es la angustia de verse rodeado de todos los riesgos ciertos en un momento determinado y sin posibilidades de defensa frente a quienes llegaron a constituir un poder de dominación y sometimiento que ellos tomaron como parte de la necesaria disciplina que debía imponerse en un proyecto de cambio social, que se había emprendido desde lo ideológico y que al concretarse en la realidad, se ofrecía como una alternativa cada vez menos viable.

Esa decisión de instrumentalizar unos seres humanos indefensos, no aparecía acorde a su pensamiento, a su sentir, a su manera de ser honrada y transparente de siempre, en lo que creía con firme convicción, pero estaba en la disyuntiva de hacerlo o permitir que aquellos con quienes se propuso la lucha acabaron con la vida de sus hijos, quienes apenas frisaban los veinte años y la de su esposo, a quien los años le iban pasando, le habían encanecido completamente el cabello y amenazaban con volverlo un luchador que podría convertirse más en estorbo que en otra cosa. Ella por su parte estaba decidida a dar un paso al costado en la convicción de que seguir luchando en esas condiciones no podría nunca conducir a un éxito colectivo, en el que se pudiesen hacer uso de esos ideales que tantas veces soñaron. No faltaron los momentos de duda, ante semejante determinación. Puso todo en una especie de balance de conciencia, para determinar lo más conveniente y en ello pesó mas la pragmaticidad que las ideas y el pensamiento forjado en tantos años de estudio, de diálogo abierto con su esposo. Su criterio femenino terminó por imponerse: era la vida de su familia o el regreso de esos niños a sus hogares, si es que llegaren a tenerlos. Si seguía pensando en el tema, no sería capaz de seguir adelante. Y lo iba a hacer y lo hizo. Y con eso los salvó a todos y se salvó ella misma de una debacle inconducente, que fuera de dolor y malos recuerdos no podría arrojar nada más.

Superado el enorme conflicto entre su conciencia y la necesidad de reintegrar la familia y que sus hijos tuvieran un futuro conforme a sus aspiraciones, el condicionar la devolución de los niños a sus padres, o a quien le indicaran, les permitió a Valentina, Amancías, Raúl y Sol volver a ser Luz Elena, Fausto, Sergio y Marianela, para documentarse y poder retornar a uno de sus orígenes. Ya no serían más la fuerza de apoyo urbano a una red subversiva, ni el combatiente raso en la selva, donde nunca supieron para donde iban, ni el guerrillero a quien le encomendaron misiones absolutamente inútiles, con tal de someterle a la arbitrariedad de una autoridad nacida de los hechos propios de quienes asumían el papel de tal y de la guerrillera linda a quien los comandantes pretendían como simple objeto sexual, también en el ejercicio de esa autoridad desconocedora de los límites de la ética civil.

La madre y los hijos habían llegado a la conclusión de que el propósito era tan etéreo, tan carente de solidez y tan ausente de futuro, que sin renegar de sus ideas, en las que confiaban plenamente por conocimiento y estudio, y que lo mejor era hacerse a un lado y mantener su ideología que no podía desmoronarse por la conducta de unos compañeros revestidos de autoridad de facto, pero procurando papeles de influencia cierta en el pensamiento de la gente para que se tomara conciencia de la necesidad constante de la defensa de lo humano. Por su parte el padre si tomó las cosas con mucho cargo de pensamiento, pues consideraba que estarían traicionando una causa justa, cuya lucha era larga y en la que debía persistirse, por lo que su regreso a la vida de antes lo condujo a una decepción ante un proyecto vital que estaba convencido nunca se iba a desmoronar.

Hay una distancia larga, amplia y profunda entre lo que se piensa, lo que exponen las filosofías y el desarrollo empírico de una dura batalla en favor de causas colectivas. Es que pensar puede ser coherente. Actuar de acuerdo con ese pensamiento, es lo difícil. Y en esto han residido los grandes defectos de esta clase de proyectos que se han propuesto cambiar el mundo, pero que en manos de dirigentes que al conocer el ejercicio del poder se obnubilan de tal manera con el mismo, que piensan que está es a su servicio y que ellos llegan a hacer uso de privilegios que siempre han combatido, pero que cuando tienen la oportunidad de ostentarlos no dudan en hacerse dueños de las cosas, de las situaciones, de los seres humanos. Las decepciones han sido todas, y siguen presentes en muchas partes del mundo, pero para quien ha crecido en ese proceso consciente de la construcción de un pensamiento, no es fácil decir hasta aquí llegamos y comenzar de nuevo. Las dificultades no pueden ser entendidas como un final del camino, sino como tropiezos que deben ser superados de alguna manera y seguir adelante. Fausto sintió un gran desengaño, del que nunca se repuso y lo llevó consigo por siempre, hasta el final de sus días.

Tantas veces ha ocurrido en la vida de los seres humanos que la realidad se hace ficción y esta a su vez se convierte en realidad. La realidad y la ficción se necesitan entre sí. Se complementan. No les es posible vivir la una sin la otra. Para contar la realidad se hizo la ciencia humana de la historia, con todos sus matices del interés y objetivos que se persigan al contarla. Para contar la realidad con todos los elementos necesarios para entenderla, se hizo la ficción. De ahí porque terminan por parecerse tanto. La realidad de la segunda mitad del siglo XX en Colombia se lleva una vez más a la novela, es decir a la ficción, de tal manera que en sus páginas van apareciendo hechos, personajes y situaciones por muchos conocidos, en los que se fue conformando esa cotidianidad nacional, que a veces deja la sensación de conducir al caos o al menos a la catástrofe final que no ha llegado, pero nunca deja de amenazar con llegar.

En la última novela de Juan Gabriel Vásquez aparece esa realidad de finales del siglo anterior en nuestro país y usando y gozando de la libertad del lenguaje que da la ficción, va contando la vida del director de Cine Sergio Cabrera, sus padres y su hermana. “Volver la vista atrás”, publicada en el mes de diciembre de 2020, con una gran acogida del público lector, que va viendo el reflejo de lo que ha sucedido, sucede y amenaza con seguir sucediendo sin que nunca se encuentren soluciones ciertas acordes a las verdaderas necesidades de la comunidad, como que siempre hay quienes den la lucha por mantener los privilegios de siempre, como si fuesen inconscientes de que ese mundo que crece abajo es impaciencia y que alguna vez -no se sabe cuando- va a explosionar y allí nadie estará en capacidad de explicar que puede suceder.

Con hechos ciertos todos, Vásquez va construyendo la trama de su novela, en nuestro concepto la más acabada de todos sus obras, haciendo uso de todo lo que le contara en muchas sesiones de trabajo Sergio Cabrera y contando con la autorización de este para hacer ficción de su existencia, que tan conocida es en materia de ser un gran realizador de cine y televisión, pero que pocos o ninguno podían conocer en su proceso de formación al lado de un padre que con conocimientos culturales amplios y disciplina personal, se impuso hacer de sus hijos dos revolucionarios, en el mejor y más riguroso sentido de la palabra. En 475 páginas, en la edición de la colección de narrativa hispánica, de Editorial Alfaguara, a la que le sobran las últimas tres páginas, en las que el autor da una absolutamente innecesaria explicación de la obra, que de alguna manera le puede restar fuerza de interpretación propia del lector, se va sabiendo de la vida y la obra de Sergio Cabrera, desde sus ámbitos familiar, personal, amorosa, aprovechando la coyuntura de la realización de una retrospectiva de su obra cinematográfica en la ciudad de Barcelona, que es el tiempo presente de la obra, en la que aparecen su fracaso matrimonial con Silvia y su relación con los hijos, especialmente con Raúl -quien le heredó su nominación como guerrillero-, con quien habla muy a fondo de tantas cosas, sin permitirse expresiones sentimentales y en esencia tratando de conocerse mutuamente.

Poco a poco, en una trama expectante, se va sabiendo de la llegada de Fausto Cabrera a Colombia, pasando por Centroamérica, como producto de la fuga de las fuerzas franquistas en la Guerra Civil Española que no dudan en quitarle la vida no a quien pensara contrario a ellos, sino simplemente que no compartiera sus cultos a ese oscuro y diminuto general que logró permanecer por tantos años en el poder, mediante el ejercicio del abuso, del atropello y de la arbitrariedad, tiempo durante el cual se sintió dueño de todas las vidas humanas españolas. Se sabe de la lucha por la supervivencia de Fausto, haciendo muchas cosas, impulsado por su tío paterno que termina ejerciendo una gran influencia vital, hasta cuando logra un mínimo papel de teatro, con lo que se enamora de la actuación, para lo cual hace uso de su enorme vocación de declamador de poesía, especialmente la de los grandes maestros de la literatura hispánica, particularmente la de Federico García Lorca, por quien siempre sintió y procuró reverencia. Fue como llegó a la escena colombiana, donde permaneció por muchos años y en la que dejó huellas imborrables de cuando la televisión se hacía en vivo y en directo.

Dado su proceso formativo y especialmente las grandes luchas de supervivencia que debiera dar siempre, en Fausto se fue acendrando un gran radicalismo en lo que hacía y pensaba. Fue un convencido que la televisión como medio masivo de comunicación, debía cumplir un papel eminentemente formativo, en lo que dejó por fuera la característica de industria -y como tal productiva- de ese medio. Comenzó haciendo a los grandes clásicos, recitando la mejor poesía en vivo y en directo con su bella voz y sus entonaciones dramáticas, hasta cuando le comenzaron a exigir productos comerciales, que las empresas pudieran financiar a través de la publicidad, con dramas de amor y entretenimiento, por lo que se sintió irrespetado y tomó la decisión de hacerse a un lado, seguramente en la convicción de que era indispensable en el desarrollo de la televisión, lo que esta se encargó de demostrarle que no lo era, y se fue a cumplir otras tareas, hasta cuando alguna vez alguien le ofreció irse a trabajar a China, como especialista en Español, por lo que le pagarían, llevaría a su familia consigo y viviría de manera cómoda y segura. Sus hijos menores de edad y su esposa Luz Elena, que por entonces veía fracasar su relación matrimonial, consideraron que era la gran oportunidad de conocer otros mundos, de saber de otras culturas y especialmente de ser testigos presenciales del desarrollo de la Revolución Cultural China, en cabeza de Mao, quien aparecía como el nuevo gran líder y pensador de un mundo para todos igual.

Esa fue una nueva vida para todos. Llegaron a un mundo de comodidades y satisfacciones que no conocían en Colombia, siendo tratado Fausto como especialista y teniendo derecho toda la familia a vivir en el Hotel de la Amistad donde se agrupaban los núcleos familiares de todas las personas llegadas de todo el mundo a contribuir de alguna manera con la sociedad china para la construcción de un nuevo hombre.

Los hijos de Fausto, Sergio y Marianela terminaron estudiando en colegios comunitarios, con el pleno aprendizaje del idioma y luego se formaron dentro de las fuerzas militares juveniles de defensa de la revolución, por lo que su carácter se fue moldeando en las ideas maoístas, que de alguna manera se contrariaban con las del socialismo soviético, al que consideraban revisionista, por alejarse de las tesis radicales de Marx y Lenin. El proceso formativo fue completo y la familia se hizo cada vez más radical en la medida en que iban conociendo los avances de una revolución que lograba metas que podían lucir inalcanzables.

La decisión familiar fue unánime: la vida de todos estaba en la lucha revolucionaria y sin que se lo dijeran de manera expresa, pensaban en que todos tenían un escenario propicio y era llegar a luchar por esas causas igualitarias en Colombia, donde las injusticias sociales han sido una constante. El propósito era formarse ideológicamente en la China, pero su vida futura estaba en la lucha por un mejor país en Colombia. Y cuando hubo la oportunidad del regreso, cuando ya los menores de edad eran adolescentes y comenzaran a acercarse a la mayoría de edad, volvieron a su tierra y teniendo como base de trabajo la ciudad de Medellín se fueron involucrando en ese propósito que germinaba con fuerza luego del triunfo de la Revolución cubana, al terminar la década de los cincuenta.

Todos terminaron involucrados en las filas del EPL, una célula guerrillera de ideología maoísta, que se organizó en varias regiones del Departamento de Antioquia. Tanto Sergio, como Marianela, quienes habían recibido formación militar y terrorista, se fueron al monte a lucha por una causa desordenada, deshilvanada, incoherente, en la que había muchos mandos y poca tropa y luego lo haría Fausto quien fue tratado sin consideración alguna y arrojado a los peligros de una lucha contra un enemigo invisible al que nunca le propinaron el más leve golpe.

Fue una lucha de simple supervivencia, ante las adversidades del clima, del hambre, de la topografía y de la arbitrariedad ponzoñosa de los comandantes que se pensaban dueños de esas vidas de jóvenes universitarios idealistas y campesinos que buscaban una mejor manera de vivir y encontraban una peor manera de ser ultrajados.

Apasionante la lectura de la novela “Volver la vista atrás” de Juan Gabriel Vásquez, quien es una de las figuras más representativas de esa literatura novedosa de los colombianos en que las voces se han separado definitivamente del patrón de la fabulación de nuestra gran estrella de las letras y han encontrado el gran poder de comunicación de la ficción con un excelente manejo del relato histórico. Que es la realidad misma mediante el uso de la ficción, que es la mejor herramienta para contar debidamente la historia social, sin que se tengan los compromisos ideológicos de muchos historiadores que se deben a los patrocinadores de sus investigaciones.

Valía la pena contar noveladamente la vida del director de cine colombiano Sergio Cabrera y Vásquez la convierte en un libro de gran aliento, que en muchas ocasiones es difícil dejar en pausa, para tomar descansos que dejen respirar al lector. Es una sucesión de la historia de Colombia, contada de otra manera, de la mejor manera.