28 de marzo de 2024

Por Armando Rodríguez Armenia y sus guirigáis

27 de abril de 2021
27 de abril de 2021

En los últimos días he estado reflexionando sobre Armenia, no sé si por causa de esta pandemia desenfrenada o porque sencillamente la llevo en el corazón, y concluí que algo pasa en mi ciudad o más bien que algo no pasa en ella. No logro comprender qué sucedió para que los armenios y sus gobernantes permitieran su degradación paulatina al punto que lo coyuntural se volvió estructural. Cualquiera que transite por sus calles se da cuenta de que algo no funciona, que las cosas no están en su sitio. Se tendría que ser miope, indiferente o insensible para pasar por alto lo que en ella ocurre y no se soluciona.

Ir por sus vías en las primeras horas del día es encontrar a numerosas personas que amanecen a la intemperie en un estado de abandono extremo que cuestiona todo concepto de dignidad humana. Cuando se camina por lugares como la peatonal de la Calle Real, los parques de Sucre y Los Fundadores, la plazoleta del CAM y hasta por la emblemática plaza de Simón Bolívar donde se halla la gobernación del Quindío, es como si se observara por un caleidoscopio el conjunto diverso y cambiante de nuestra condición humana: buhoneros con sus chazas, carretas y venta de tintos y llamadas, jíbaros y drogadictos, desplazados sin rumbo, mendicantes, prostitutas, ladronzuelos, rebuscadores, cantantes con sus melodías, ancianos callejeros, indígenas con niños en el suelo y no sé cuántas otras más expresiones de la realidad humana que al parecer no llegan al alma colectiva porque se volvieron paisaje.

Pasar por la zona centro es entrar a un mundillo de caos y desorden, de anarquía y barullo, de ilegalidad y desgobierno. No hay palabras ni eufemismos ni metáforas ni realismo mágico que describan en lo que se transformó el corazón de la ciudad, en particular si uno se aproxima al sector que fue la galería central y donde ahora están las sedes de la alcaldía y del concejo municipal.  Y ni pensar en transitar por sus calles al caer la penumbra porque si de día hay desorden en la noche el lugar se vuelve territorio de nadie.

Y haciendo caso omiso de otras manifestaciones de deterioro como son el estado de las vías, el caos vehicular, las obras inconclusas, las basuras, la contaminación hídrica, las zonas verdes, la inseguridad y la corrupción, pues no hay espacio para tanto tema, pienso que la ciudad está enferma y que además no le interesa sanar pues se volvió una adicta compulsiva y patológica del caos y la anarquía en medio de los códigos tácitos que imponen la ilegalidad, la informalidad, el descontrol y la falta de autoridad.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua trae dos definiciones para la palabra guirigay: «gritería y confusión que resulta cuando varios hablan a la vez o cantan desordenadamente» o «lenguaje oscuro y difícil de entender». Lo curioso es que ambas acepciones encajan para la Ciudad Milagro, en ella todos son dueños de nada y reclaman para sí un pedacito de ciudad, en ella todos hablan al unísono en estridente algarabía queriendo imponer su propio alegato para no oír a los demás, en ella el lenguaje de ciudadanos y autoridades es oscuro y difícil de entender.

Esta realidad de Armenia me trae a la memoria una historieta del incomparable Quino donde Mafalda pregunta: «¿Hacia dónde creen ustedes que se dirige la ciudad?» Y Felipe y Manolito, sentados uno enfrente al otro, cara a cara, responden mientras se señalan con su dedo índice: «Hacia adelante por supuesto». Pero como se están mirando a los ojos, se trenzan en una ardua discusión pues el adelante de uno es lo opuesto para el otro, al punto que uno de ellos grita airadamente: «¡Tu adelante no es mi adelante!». Desconcertada Mafalda, sin saber qué hacer, exclama: «Empiezo a comprender por qué a la ciudad le cuesta tanto ir hacia adelante».

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