Postpandemia, ¿vivienda sin privacidad?
El largo aislamiento forzoso dentro de las paredes del hogar ha obligado a repensar sus espacios, a modificar su tradicional percepción. Ha significado un tremor de tierra que ha puesto entredicho la frontera entre el sitio de vivienda y el de trabajo. Quienes se apresuran a profetizar que los cambios producidos serán ya permanentes, se guían por el registro del sismógrafo de hoy, y olvidan en sentido del movimiento tectónico.
El teletrabajo pese a su aura de vanguardia, o justo por eso, ha sido una propuesta que ha marchado lenta, a contrapelo de empleadores resistidos a que sus trabajadores dejen de marcar la hora de salida de la empresa. Por cuenta de repetidas cuarentenas y toques de queda, recibió un impulso inusitado y descontrolado. Esta figura prevista en nuestra legislación – Ley 1221 de 2008- es practicable bajo un riguroso reglamento, cuya aplicación suspendió el Ministerio del Trabajo con el falso ingenio de cambiarle de nombre y llamarlo Trabajo Remoto.
Se anuncia como buena nueva que nuestra sociedad del futuro inmediato será de teletrabajo y en el hogar. Trabajo sin costes por transporte para el trabajador, sin cargas por arriendos y servicios públicos para el empleador, y quienes lo promueven dicen, el reino de la felicidad, trabajadores plenos sin salir de su vivienda. Sobre la eficiencia, los datos deben estimarse en un plazo largo. Todo esto se ha de recibir con beneficio de inventario, si advertimos que esta no es más que una respuesta a una coyuntura, la que va contra un proceso mas profundo y sólido, como es el que ha tomado la humanidad para expulsar del ámbito domestico al homo faber. ¿Es posible que el encierro forzoso de un año cambie el sentido de ese progreso civilizatorio?
Los espacios físicos de la vivienda y del sitio de trabajo, se construyen respondiendo a conceptos propios diversos y cambiantes, cada uno con su propia línea evolutiva, y según sea la época y el modo de producción, uno y otro en algún tiempo coincidieron, – o coinciden- para separarse luego radicalmente, antes de la pandemia.
Las labores domésticas que gracias al estar atadas a la de la supervivencia biológica son las que nos proporcionan en gran medida la alegría de vivir, el placer de comer, de amar, y como son acuciantemente repetitivas, nos proporciona el habito que nos ayuda a sentir que somos inmortales, tomando una línea de Anverso de Borges.
Dado que la labor corresponde a la propia condición de vida, participa no solo de la fatiga y de los problemas de la vida, sino también de la simple felicidad con la que podemos experimentar nuestro estar vivos, nos dice Hanna Arent, de la labor, expresión que reserva para la actividad doméstica, al lado de la del trabajo y de la acción.
Para las domésticas se ha reservado históricamente el más bajo renglón en la jerarquía de esas actividades del hombre. Este detalle explica el inconcebible retraso con el que la tecnología llegó al hogar. Esta era pensada para resolver la fatiga de la fábrica. Solo hace ciento veinte años, a los estadunidenses se les ocurrió utilizar el motor para las faenas del hogar.
La liberación de la subordinación de la labor al trabajo, su dignificación, ha tenido como supuesto la independización de espacios, lo que se ha logrado paulatinamente.
En la medida en que la sociedad se industrializa, se construyen establecimientos de trabajo con requerimientos especiales, adecuados a equipos humanos y maquinarias de diseño especial. Y cuando estas son numerosas y diversas, se hace más profunda la separación, es necesario ordenar el territorio, preservar el medio ambiente, diseñar zonas industriales.
Nada es absoluto, como lo es, que al lado de esa diversificación subsistan los hogares-talleres, como el del trabajo a domicilio, al menos en el papel de nuestra legislación, –artículo 89 el CST- , o el de los trabajadores urbanos de oficios artesanales, aprovechen mejor su vivienda para realizar allí su actividad económica. Este modelo es propicio para recuperar para el mundo del trabajo formal, tanta víctima laboral de la pandemia, como ha sugerido Impulso Regional, centro del pensamiento del Eje Cafetero.
Pero al lado de estos procesos marginales, hay un paradigma dominante, que se ha solidificado lentamente, debido a ser un elemento cultural principal para el bienestar humano. La casa de vivienda exclusivamente para el hogar, como hoy, es usual.
Esta forma como hoy vivimos no es remota. Es del siglo XVII, y es el aporte por el que se han de sentir orgullosos los holandeses. Hasta entonces las casas albergaban a la familia y a la servidumbre, y en ella se desarrollaban la vida doméstica y el trabajo. Y por virtud de la sociedad burguesa, próspera, en donde primaba la libertad y la tolerancia, nació la idea de las casas de dimensiones proporcionadas a un hogar de solo los miembros de la familia, sin servidumbre. El trabajo fue expulsado de allí, y surgió el ámbito privado que hoy disfrutamos.
El confinamiento de la pandemia acelera ese proceso regresivo que significa el Teletrabajo. Los apartamentos debieron ser reacondicionados, para que la mesa el comedor valieran como pupitres , las de centro de sala fueran desplazadas para instalar escritorios, y hasta la cama se convirtió en sitio para reuniones de trabajo. Se regresó a los más refinado del siglo XV, al palacio de Versalles, en el que las estancias eran multipropósito, de día para conversar de trabajo, por la tarde para jugar cartas, y por la noche para dormir.
La privacidad y la intimidad son conquistas enormes, que no se pueden arriesgar. Han alcanzado el rango de derechos constitucionales. Requerimos de espacios que estén por fuera del escrutinio de los demás, ahora alterado con las pantallas que revelan el interior de nuestro hogar, y de paso nuestra interioridad. Que nos despojan de la doble intimidad del hogar para con los extraños compañeros de trabajo, y la intimidad del trabajo, convertido ahora en asunto familiar, traslada al hogar para hacer participe a sus miembros de las dificultades que entraña el trabajo de empresa. La multiplicación de las actividades restringe o desaparecen los espacios para estar solo conmigo mismo.
Y a la mujer, a muchas de ellas, que se le anuncia la facilidad de sus tareas, se le encadena nuevamente a la rutina del hogar. Labor y trabajo bajo el mismo techo y al mismo tiempo.
Los hábitos que nos ofrece lo cotidiano de la vida domestica perderán el beneficio de darnos estabilidad y refugio, si los contagiamos con el aburrimiento de la fatigosa repetición del trabajo.
El teletrabajo ha de ser una opción de flexibilización laboral, para facilitar reuniones de trabajadores geográficamente dispersos, a la congestión vial, pero. no una forma de vida. No podemos sacrificar civilización cultural, por la euforia tecnológica, y en aras del culto a la eficiencia de gastos, tiempo y dinero, en el transporte del trabajador y en el funcionamiento de la empresa.