28 de marzo de 2024

La postpandemia y el maquillaje de la solidaridad

19 de marzo de 2021
Por Eduardo López Villegas
Por Eduardo López Villegas
19 de marzo de 2021

El Estado Bienestar adquirió estatus luego de la II Guerra Mundial. El primer paso, el de las Constituciones Italiana y Alemana,  consistió en consagrar a favor de todos sus ciudadanos los derechos humanos a la salud, al trabajo, a la seguridad social, a la educación. Así,  despejó el camino para que las Naciones Unidas convirtieran esos avances  en legislación universal, en el Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales de 1966.

El encadenamiento cronológico de los horrores de las desastrosas confrontaciones bélicas cuasi planetarias, con la disposición de los Estados a profundizar su tarea de protección de los derechos fundamentales, podría dar pie a la tesis de cómo la tragedia transforma al hombre, lo vuelve compasivo y solidario, sensibiliza sus instituciones. Y, cómo la calamidad sanitaria, económica y social de la pandemia trae una luz de esperanza, pues  conmoverá la conciencia de gobernantes y legisladores, quienes, así, girarán hacia una sociedad más equitativa.

Es ingenua la expectativa de que lo dirigentes se apiaden del prójimo,  porque hoy, por cuenta de la pandemia, es más flagelante la miseria de la población.

La humanidad es diversa, está fragmentada en naciones, por hemisferios y  culturas, por polos y, en todas partes, según la riqueza, Pero y ¿si la tragedia los uniformiza? En 2020,  los seres humanos, todos, están expuestos al mismo peligro letal sin que cuente edad o condición,  anillos de protección, seguros médicos. Todos atrapados en la misma red, de la cual nos libraremos, solo  si  escapamos todos.

Sin embargo, la respuesta ante la tragedia es  ¡Sálvese quien pueda!

El ejercicio del poder, del mayor, del menor, del ínfimo,  el que cada uno tiene a su alcance, es para salvar su propio pellejo. Baste ver la distribución de vacunas que no va a ser universal, ni equitativa, ni siquiera responde a un sentido  pragmático de supervivencia.

Por egoísta previsión, Canadá compró cuatro veces el número de vacunas que necesita. Israel inoculó a los suyos, y con aprovechamiento  del estado de necesidad ajena, practica la diplomacia de sobornos con Guatemala y Honduras,  provee inyecciones  a cambio de mover sus embajadas a Jerusalén, y con miopía, negándoselas a los palestinos; Por cobarde temor, arriesgando su prestigio moral, países europeos han bloqueado la exportación de vacunas. Con tacañería y morosidad países poderosos se unieron  al mecanismo COVAX, que terminó aglutinando países necesitados, noventa y dos sin un céntimo, y los de clase media, los que las farmacéuticas  atendieron con desgano y  rogadamente. Jugaron  de listos los gobernantes latinoamericanos,  negociando cada uno por su lado. La solidaridad fue víctima del nacionalismo.

En el país se adoptó Plan Nacional de Vacunación, bien recibido, legitimado.  Aplica una regla de justicia adecuada para distribuir los bienes de la salud: a cada uno según sus necesidades, medidas según la vulnerabilidad a la enfermedad.  Y luego, algunos juegan sus bazas, para modificar el orden de vacunación,  para conveniencia de los suyos, introduciendo criterios de justicia impertinentes. La propuesta de la ANDI, comprar ellos, lo cual se aplaude, pero para sus trabajadores, envilece su propuesta. Y el poder sindical del magisterio, puesto al servicio de conseguir mejor turno en la vacunación, bloqueando el que ellos y los  colegios cumplan lo que es razón de su existencia, el bienestar mental de niños y jóvenes. Burbujas de rebajada solidaridad.

Y repudiable, el uso del poder de los burócratas  que tiene a su cargo distribuir las vacunas, desviándolos para si, para sus familias y amigos. De ser cierto, simular la puesta de la vacuna, para aplicarla a otro. !Despreciable insolidaridad!

Y que decir, ¿la respuesta de la humanidad es distinta, si se trata de una tragedia   que golpea hirientemente a unos, y enriquece a otros?

Los efectos económico – sociales desiguales de la pandemia son  la réplica de la abrumadora desigualdad en Colombia. Da vergüenza saber que con ella nos distinguen en los foros internacionales.

¿A qué mueve tan contundente realidad? ¿La miseria general no sensibiliza? No sirvió la crudeza de la guerra para el avance del bienestar social, eso  fue posible en Alemania e Italia, porque las constituciones fueron adoptadas en un interregno, dictadas al amparo de potencias ocupantes.

¿El generalizado derrumbe social hacia la pobreza es prueba del fracaso de  la manera de hacer las cosas, y por tanto, necesario corregir un rumbo?

En el supuesto no hay margen de error. Nuestra situación se ha deteriorado severamente en la pandemia, es lo que señalan y miden los índices Gini, de desempleo y pobreza, los de participación de las rentas de trabajo en el PIB. El progreso de décadas  en Colombia  desapareció en meses.

Tampoco  espacio para la ilusión. No será esta la ocasión de la que nos libremos del estigma de ser la sociedad más desigual de América. Vivimos una democracia exangüe, sin empatía con los desfavorecidos, entrampada en  ruindades,  votos, puestos y contratos. Hay desencanto con la democracia.

Será si aprovechada para afianzar la fórmula que ha generalizado el populismo latinoamericano para conservar el poder: votos de los estratos bajos, por cuenta de subsidios, y el respaldo del círculo del dinero, con gabelas, exenciones, tratos favorables.

La clave para entender los debates del que se ocupará el país en las próximas semanas, es  que se disimula con lo que se dice, lo que realmente se quiere. Las cosas no se llamarán por su nombre, y para empezar el de la ley, que no será el que es, el de reforma tributaria.  Que la codicia es ahorro, que los grandes capitales -trashumantes- son ahorro nacional; que la acumulación de patrimonio,- especulativo-,  es inversión, y que la inversión, – la que se hace pese al costo laboral- son puestos de trabajo. Así, se salvan las grandes riquezas.

Y para que no aparezca que los ricos salen indemnes se crea un nuevo símbolo del rico, el de la clase media, el que consume vino Las Moras, queso de cabra gourmet, y tienen ingresos laborales y pensionales de más de diez millones de pesos – el impuesto solidario que se cayó por inconstitucional . La consigna, gravarlos a ellos, con renta e IVA.

La reforma  no cambiará la estructura impositiva, en la que  el mayor peso esta sobe las rentas de trabajo -trabajadores y pensionados-, frente a las del capital, patrimonio, rentas dividendos.

El rostro social de la reforma, la renta básica universal -conversión de todos los subsidios en uno solo-, es necesario y contará con los votos de quienes nos proyectan al asistencialismo. El veneno está en el cómo se equilibran los gastos. Ronda la propuesta del desmonte de los costos de la seguridad social en pensiones, para generalizar el piso mínimo de protección. Nivelar por lo bajo a la clase media, y  entrar de lleno al Estado de asistencia social.