28 de marzo de 2024

Por José Orellano Jorge Oñate y evocaciones de una amistad

1 de marzo de 2021
1 de marzo de 2021
Fanny Zuleta y su esposo Jorge Oñate: amor que seguirá por la eternidad…

Por José Orellano

A Jorge Oñate, ‘El ruiseñor del Cesar’, como lo ‘bautizó’ el inolvidable Alonso Oñate Fernández, me lo metí en el corazón algunos años antes de conocerlo personalmente.

Cuando lo conocí y lo entrevistaba para El Heraldo, supe que él prefería el apelativo de ‘El ruiseñor del Cesar’ no tanto como el de ‘El jilguero de América’ porque aquel se lo había endilgado alguien de la cesarense dinastía Oñate y porque así fue como lo conocieron desde sus comienzos con ‘Los hermanos López’, estos tan de La Paz como el esposo de Fanny Zuleta.

A la residencia de Jorge Oñate, allí en La Paz, yo entraba y me emborrachaba como Pedro por su casa y, durante años, amanecer allí el primero de mayo —después de clausurado el Festival de la Leyenda Vallenata en entonces inmodificable 30 de abril— era una obligación de amistad.

Gratos recuerdos en el desarrollo de la relación con Jorge —tanto durante mis entradas y salidas a El Heraldo como en otros medios— conservo en el relicario de los recuerdos. El más sentimental y afectuoso: la vez aquella en que, vinculado yo a El Informador de Santa Marta, él llamó por teléfono desde El Rodadero para saludarme y yo le comenté una aflicción que me agobiaba.

—Tranquilo, José, ni más faltaba —me dijo… «José», así me llamó siempre—. Ya te mando el carro con mi chofer para que hagas esa vuelta.

Corría abril de 1992 y yo debía viajar de urgencia a Barranquilla para participar en la firma del documento por medio del cual los cinco hijos, yo único varón, y el esposo de Evelina Dolores Niebles Monsalvo, mi madre, autorizaban la amputación de una de sus piernas, la derecha, afectada por una gangrena producto de la diabetes que padecía. Mamá moriría días después, el primero de mayo, afligida por ese desmembramiento, más que por cualesquiera otras razones.

Eso hizo Jorge Oñate, cuya esposa, la amiga Nancy, siempre me demostró su aprecio y, como gran anfitriona, se desbordaba en atenciones durante aquellas visitas a su esposo. Ella disfrutaba al máximo viendo su casa repleta de amigos del destacado artista.

Varios años antes, a finales de los 70 —en pleno apogeo ‘Mi nido de amor’—, al regreso de un viaje de ‘El ruiseñor del Cesar’ a Francia, Jorge no dudó en visitarme en al altillo de librepensador bohemio que yo habitaba en la calle 44 con carrera 44 de Barranquilla para entregarme, personalmente, dos botellotas de un genuino Roger&Gallet Jean Marie Farina Men que me había traído en espontáneo gesto…

Jorge Oñate y Rafael Manjarrés, vicepresidente de Sayco.

En 1982, porque le nació a él —y cuando no había por qué pagar grandes sumas de dinero o regalar una camioneta o un par de acordeones por un saludo “en el próximo disco”— Jorge me mencionó al comienzo del tema ‘Al otro lado del mar’, de la larga duración ‘Paisaje de sol’, de la autoría de Gustavo Gutiérrez Cabello. Recuerdo que una amiga-admiradora me llamó para decirme que ella se había desbordado en emociones cuando, viajando en un Brasilia de Valledupar a Barranquilla, escuchó decir que “para los distinguidos periodistas José Orellano y Pat Jiménez” (Patrocionio) antes de que el intérprete comenzara a cantar “Nuestro amor/ seguirá/ por la eternidad/, los pasos del tiempo/ por la madrugada/”.

En 1984, en mi condición de juez del ‘Festival de acordeones’ del Carnaval de Barranquilla —se escenificaba en el Coliseo Cubierto Humberto Perea, el martes de entierro de Joselito— fui quien, contra los deseos de todos mis compañeros miembros del jurado, lo erigí como ganador de ‘El Congo de oro’ por indiscutidos méritos y por su respeto a las reglas del certamen. Ese año Diomedes Díaz no podía volver a ganar, y en seguidilla, por cuanto, saltándose el reglamento, había repetido dos de los temas con los que, muy merecidamente, había resultado triunfante en 1983.

En ese decenio del 80, en una entrevista que le hice a Oñate para la revista VSD de El Heraldo, titulé el trabajo como ‘La voz’ partiendo del hecho de que, si el jazz y el blue la tuvieron en Frank Sinatra —‘La voz’—, por qué el vallenato no podía tenerla en la de Jorge, ‘La voz’, sin desconocer ni demeritar los rangos de Poncho Zuleta, Alfredo Gutiérrez, Rafael Orozco, Daniel Celedón, Beto Zabaleta, Iván Villazón y pare de contar. La de Oñate, no hay duda, era ‘La voz’.

Me encanta algo que por estos días de incertidumbre frente a la salud de ‘El ruiseñor del Cesar’ le leí al cronista vallenato Juan Rincón Vanegas, quien cuenta que Oñate jamás podía ocultar su orgullo cuando precisaba que él era el cantante que más había grabado con reyes vallenatos. Y mencionaba a Miguel López, Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza, Raúl ‘El Chiche’ Martínez, Gonzalo ‘El Cocha’ Molina, Álvaro López, Fernando Rangel, Julián Rojas y Cristian Camilo Peña.

Todas estas no han sido más que evocaciones en torno a una amistad que se fue distanciando con el paso del tiempo y mi salida definitiva de los medios, a principios del siglo XXI —el último fue ‘El pilón’, en Valledupar—, una amistad que estaba dada a darse desde cuando, en 1972, en medio de parrandas en mi pueblo para celebrar mis prácticas en Diario del Caribe, hacía repetir, una y otra vez, en la cantina en que me encontrara, el tema ‘Mi gran amigo’ en la voz de Oñate con ‘Los hermanos López’. Desde entonces, me lo metí en el corazón. Lo conocería tres años después, en el Festival de la Leyenda Vallenata.

Y gracias a este recuerdo surge otro en torno a una promesa que no había de cristalizar… Sucede que, en unos previos del Carnaval de Barranquilla, montados Oñate y Juancho Rois en mi Land Rover, en parranda, dando vueltas por Barranquilla, yo les pedí que el día que muriera mi padre me acompañaran a enterrarlo interpretando ellos dos ese tema, ‘Mi gran amigo’, de Camilo Namén Ropalino.

—No lo dudes —me dijo Juancho.

—Pa’esa vamos, José —remató Oñate.

Infortunadamente, Juancho se mató en accidente aéreo ocho años antes del fallecimiento de mi padre. Y pedirle en 2002 a Jorge que fuera a Soledad a cumplir aquella promesa, me resultaba de pa’rriba.

Eso sí, mi papá —‘El coloso’— sabía que ese era ‘Mi gran deseo’ para su despedida final.