28 de marzo de 2024

¿Por qué Sri Lanka?

4 de febrero de 2021
Por Mario De la Calle Lombana
Por Mario De la Calle Lombana
4 de febrero de 2021

Una de las características importantes de nuestra lengua es el hecho de que se se lea como se escribe, esto es, que a cada letra corresponda un único sonido y viceversa. Esta no es una regla absoluta. Hay algunas excepciones. Por ejemplo, la b y la v en español se pronuncian de manera exactamente igual, y ese sonido bien podría ser representado por una sola de esas dos letras y no requerir a veces una, y a veces la otra. La g y la c suenan distinto cuando están antes de las vocales e o i, que cuando están antes de cualquier otra letra; es decir, cada una de ellas representa dos sonidos distintos, no uno solo como exigiría la norma. Y en el colmo de la disidencia, la letra x suena como j en ‘México’, ‘Texas’ y ‘Oaxaca’, como s en ‘xilófono’ y ‘xenofobia’, y como el conjunto ks en los demás casos: ‘sexo’, ‘extraño’, ‘éxito’. Y además en España, en tales casos, también se acepta pronunciarla gs en lugar de ks, si así lo desea el hablante. Es decir, esta letra puede, según las circunstancias representar cuatro sonidos diferentes.

Pero una cosa es que existan excepciones aceptadas por las academias y por los usuarios del idioma, y otra muy distinta es que se dé la bienvenida a formas que distorsionen la lengua innecesariamente, como es el caso de la partícula Sri el nombre Sri Lanka, correspondiente al país insular del sudeste asiático que antiguamente llamábamos Ceilán. El conjunto Sr como inicio de palabra, y por lo tanto la partícula Sri, son sonidos inexistentes en nuestra lengua y solo deberían aceptarse como extranjerismos. Por supuesto, uno puede aprender a pronunciar Sri Lanka, pero debería ser consciente de que es una expresión extranjera. La propia Fundéu (Fundación para el Español Urgente), entidad que opera en llave con la Real Academia y que recomienda, aparentemente sin razón de peso, el nombre Sri Lanka en lugar de Ceilán, reconoce lo impronunciable de ese término cuando propone como gentilicio la extrañísima palabra esrilanqués, y no se atreve a sugerir srilanqués, que obviamente sería un término incorrecto. Y, además, también acepta como gentilicios ceilanés o ceilandés. Entonces, ¿por qué despreciar el nombre Ceilán? ¿No hay allí una clara inconsistencia?

Cada país debe tener un nombre propio válido en nuestro idioma, y este debería ser asignado por la Real Academia Española (o mejor, por la Asociación de Academias de la Lengua Española). No por la Organización de las Naciones Unidas, que no es autoridad lingüística.

Existe un ejemplo claro en el que esto es evidente: La colonia francesa de la Costa de Marfil (en África) se convirtió en república miembro de la Comunidad Francesa en diciembre de 1958, y adquirió su independencia absoluta en agosto de 1960. En los años 80, según Wikipedia, el gobierno del país pidió que se utilizara en todos los idiomas el nombre francés Côte d’Ivoire, «para evitar la confusión causada por la diversidad de los exónimos (Costa de Marfil, Ivory Coast, Cost do Marfim, Elfenbeinküste, Ivoorkust, Costa d’Avorio, Boli Kosta, Norsunluurannikko, Elefántcsontpart, etc.)». Hubo presiones incluso en la ONU, cuyo Grupo de Expertos en Nombres Geográficos acogió la solicitud y recomendó (¿ordenó?) que ese país, en castellano, se llamara «República de la Côte d’Ivoire». Sin embargo, acertadamente, la Asociación de Academias de nuestra lengua desatendió esa norma y continúa utilizando el nombre tradicional en español: república de Costa de Marfil. La ONU, repito, no es autoridad lingüística. No faltaba más.

Y es que así debe ser. Hay una gran cantidad de países cuya denominación en español no tiene nada que ver con su nombre en el idioma nacional. He aquí algunos ejemplos. Incluyo los nombres en español y, tomados del traductor de Google y de Wikipedia, los nombres originales en su idioma nacional y su pronunciación aproximada; en nada se parecen los nombres Alemania y Deutschland, Albania y Shqipëria, Armenia y Hayastan (Հայաստան), Grecia y Elláda (Ελλάδα), Egipto y Miṣr (مصر), Finlandia y Suomi), Hungría y Magyarország, Irlanda y Erie o Georgia y Sakartvelo (საქართველო).

La isla de Ceilán, al sur de la India, recibió ese nombre de portugueses que la invadieron y la colonizaron. Anteriormente había sido llamada de diferentes maneras como Simoundou, Taprobane, Serendib, Selan, Lankadvīpa y Lanka, Finalmente, el nombre dado por los colonizadores portuguesas fue adoptado en general en todos los idiomas occidentales. En inglés fue Ceylon, en francés Ceylan, en italiano Ceylon, en alemán Ceylon, en portugués Ceilão y en ruso Цейлон (pronunciado Tseilon). Después de ser colonia portuguesa, la isla perteneció a los holandeses, y a partir de 1815 terminó como colonia británica, conservando el nombre en todos los idiomas. Ese nombre es famoso por la calidad de las especias que se cultivaban y exportaban y, principalmente, por el conocidísimo té de Ceilán.

La colonia obtuvo en 1948 su independencia dentro de la Comunidad Británica de Naciones, pero continuó llamándose Ceilán hasta 1972, año en que el gobierno, deseando olvidar su pasado colonial, decidió cambiar el nombre por

Sri Lanka, que significa en sánscrito «tierra resplandeciente».

Como en el caso de Costa de Marfil mencionado arriba, Sri Lanka pidió que ese fuese su nombre en todos los idiomas. De hecho, el Grupo de Expertos de las Naciones Unidas en Nombres Geográficos, adoptó y recomendó esta denominación; y esta vez sí, el nombre fue acogido por la Asociación de Academias de la Lengua Española. Y yo me pregunto: si el extranjerismo Côte d’Ivoire fue rechazado por nuestros académicos, ¿por qué no ocurrió lo mismo con el extrañísimo e impronunciable Sri Lanka? ¿Caprichos de académico? ¿Mayor influencia política? Vaya uno a saber. Y, por otra parte, ¿con qué autoridad pretende la mayoría étnica cingalesa que domina esa nación, imponer el nombre al resto de mundo, si ni siquiera lograron imponerlo a la minoría tamil que allí habita, en cuya lengua, que también es oficial, Ceilán se llama Ilaṅkai y no Sri Lanka?

En todo caso, este debería ser un caso más de un país cuyo nombre en castellano es diferente del que recibe en el idioma propio. No existe ninguna razón para introducirle a nuestra lengua un sonido exótico e impronunciable para nosotros, por darle gusto al patrioterismo de una etnia dominante, en un conflicto en el que nada tenemos que ver. Sería un acierto histórico, estético y lingüístico rescatar el hermoso nombre Ceilán y rechazar el innecesario extranjerismo. Quisiera uno tener alguna influencia frente a los miembros de las academias, para tratar de convencerlos de la bondad de esta decisión.