Ayudar
No les sobra nada. Es posible que si les falte bastante. En el mejor de los casos ni les sobra, ni les falta. En el vecindario todos viven en medio de la obligada austeridad a que conduce la pobreza. Se vive con lo estrictamente necesario. Todos los días agradecen lo poco que tienen y piensan que esa nueva vida que todos de alguna manera han emprendido, vale la pena y que no van a dejar de luchar hasta cuando logren muchos de esos objetivos que cargan cada mañana a manera de sueños. Los saben irrealizables, pero deben intentarlo. A veces pasan cosas tan malas por esos lados, que se tiende a perder el optimismo con que quieren enfrentar el futuro. No faltan las estigmatizaciones del resto de la ciudad, que los mira con desconfianza por su origen, que de alguna manera toca con hechos irregulares, de esos que se salen del común devenir de lo que es la organización social. Ellos lo saben. Lo rechazan, pero no arman polémicas con nadie, pues desde siempre han sabido de la inutilidad de esas confrontaciones que en nada bueno terminan.
Como todas las de las grandes ciudades, son una comunidad heterogénea, que en su caso se enfatiza por la procedencia de situaciones no ajustadas a la normalidad. Con 319 casas entregadas a titulo gratuito, como subsidio y apoyo del Estado. Están en el oriente de Cali, hacen parte de lo que de mucho tiempo atrás se ha denominado el Distrito de Aguablanca, en el que se agrupan muchos barrios y algunas Comunas. Hacen parte de la Comuna 15 y con otros siete barrios conforman un entramado social en el que se viven muchos hechos que de alguna manera los va definiendo dentro de un conjunto de ciudad que habla de ellos cuando generan noticias.
Allí solamente viven desplazados, desmovilizados y reubicados. Se calcula que el barrio tiene n este momento del orden de los 26.500 habitantes. Las calles son ordenadas, hay buenos planteles educativos, cuentan con los servicios de salud necesarios, hay limpieza y muchos de los muros de sus paredes son utilizados por ellos mismos para enviar mensajes de convivencia, paz y reconciliación. Todos saben de donde vienen.
Hay reinsertados de la guerrilla, fruto del acuerdo de cese al fuego suscrito con el gobierno nacional en Noviembre de 2016. Son muchos de los integrantes que estuvieron en los frentes de combate del sur occidente colombiano y recalaron en Cali, como el destino escogido hacia el futuro.
También allí se encuentran muchos ex paramilitares de los que participaron en el conflicto en las montañas del Valle del Cauca, quienes integraron bloques de violencia y grandes movimientos de desplazamiento de la población más vulnerable.
El tercer núcleo de sus habitantes son reubicados del jarrillón del Rio Cauca, quienes por muchos años se asentaron en una extensa zona del nororiente de la ciudad a donde llegaron huyendo de la muerte violenta o de las amenazas constantes con hechos evidentes, del desempleo o de la pobreza. Fueron obligadamente reubicados y las pequeñas posesiones que habían ostentado, muchas de ellas agrícolamente productivas desaparecieron. Era cuestión de vida o muerte. Llegaron a convertirse en uno de los más graves riesgos de calamidad pública de la ciudad, por utilización indebida de las riveras del rio, lo que ponía en peligro casi media ciudad, en el momento en que el cauce del segundo afluente del país, pudiese desbordarse en búsqueda de su memoria de recorrido.
Todos ellos llegaron allí no como el fruto de una escogencia completamente libre, como la que se acostumbra en casos de personas que pueden escoger donde vivir, sino como la atención a unos deberes legales dentro de las políticas de redistribución del ingreso que debe ser uno de los objetivos de la existencia del Estado.
Seguramente entre ellos pueden haber reconocimientos negativos, pues nada extraño luciría que un desplazado por la violencia de guerrilla o paramilitarismo, le haya visto el rostro a quienes le causaron su desarraigo del lugar donde vivían y obtenían su sustento decente. Es cuestión de mirar, pensar, recordar un poco, hacerse a la idea de que lo pasado en el pasado debe quedar y que el futuro es lo que sean capaces de construir entre todos. Cada quien finge el olvido, para seguir en lo que ahora se han propuesto, que no es nada distinto a sobrevivir de la mejor manera.
El año anterior el barrio se puso en boca de todo el país, a través de los medios masivos de información, cuando dieron cuenta de los hechos violentos en los que el 14 de agosto cinco jóvenes fueron asesinados en un cañaduzal, de uno de los ingenios cercanos, sin que se diese una explicación que permitiera al menos procurar entender lo sucedido. Allí perdieron la vida cinco muchachos, ninguno de los cuales había arribado a la mayoría de edad. Se fueron de la vida sin haberla vivido: Álvaro José Caicedo, Jair Cortés, Josmar Jean Paul Cruz, Luis Fernando Montaño y Leider Cárdenas. Por sus muertes hay tres detenidos, todos ellos personas de condiciones humildes, uno de los cuales logro huir durante un buen tiempo. El caso avanza en los despachos judiciales penales. Se tiene la certeza de que ellos son los autores materiales, pero hasta ahora no se ha develado cuales pudieron ser los motivos o razones que hayan conducido a dispararles de manera mortal, algunos de ellos por la espalda. Hablaron mucho, entonces, de Valle Verde de Cali y no faltaron quienes, en ese lenguaje de descalificación que han asimilado los colombianos, de una vez colocaron en la picota pública a toda la comunidad. Hubo actos colectivos de desagravio y especialmente de los mismos habitantes del barrio que se pusieron a marchar por sus calles, con pancartas blancas, sin desconocer sus orígenes, pero reclamando el derecho a su dignidad humana, como seres que se encuentran en la construcción de una vida en las mejores condiciones que sean capaces de obtener.
Llano Verde no desconoce el origen de sus habitantes, ni mucho menos lo niega, pero pide que le respeten su presente, al que han llegado en acatamiento a lo que ha ordenado el mismo Estado , aceptando ese apoyo de subsidio de vivienda a que pocos acceden en una comunidad en la que tener casa propia no es riqueza, pero no tenerla es signo de demasiada pobreza. Saben de donde vienen y a donde no quieren volver nunca más.
Llano Verde es uno de los ocho barrios que componen la Comuna 15 de la ciudad de Cali, en los límites de lo que antes fue la escombrera y el sitio de acopio del basurero de Navarro, ahora convertido en parque ecológico, luego de colmatado el espacio. El resto de formaciones urbanas son Los Comuneros I, El Retiro, Laureano Gómez, El Vallado, Ciudad Córdoba Mojica, Morichal de Comfandi. Es una formación político administrativa en la que el estrato social más alto que se puede encontrar es el tres. Todos son de estrato dos o uno y eso que la clasificación obedece más a una codificación oficial que a la realidad de lo que cada familia en sus interior soporta cada día. Cuentan con servicio de acueducto, alcantarillado, recogida de basuras, pero la energía la consumen según su capacidad de compra, pues les instalaron un sistema de pre-pago de consumo, para evitar incumpli9miento en el pago de la facturación, luego de hecho el consumo. La pandemia los ha golpeado de manera especial, pues casi todos ellos son trabajadores informales que con las restricciones, cierres, limitaciones de circulación y medidas restrictivas se han quedado sin la menor fuente de ingreso. No es extraño que en sus calles luzcan muchos trapos rojos, de esos que se colocan en las ventanas como señal de solicitud de auxilio por hambre.
Las 319 casas son uniformes, de dos pisos, con 48 metros cuadrados de superficie, en las que en la primera planta está la sala-comedor, la cocina, el patio y un baño social. En la segunda hay dos habitaciones y un baño. La mayor parte de sus habitantes saben cultivar la tierra y por eso no han dudado en volver productivos los pequeños patios en tierra en los que las hortalizas y las legumbres se producen para el consumo de cada hogar. Nada para vender. El espacio cultivado es mínimo.
Dado el origen de sus habitantes, no es extraño que en Llano Verde existan muchas personas con condiciones innatas de líderes sociales, pues vienen de una existencia en la que la lucha ha sido el común denominador. Su gente es luchadora por excelencia.
Donde haya luchadores el hambre no se puede ensañar con las personas. Los puede tocar, pero nos los puede ahogar, no los puede matar, por lo menos, no a todos a la vez.
En medio de tantas necesidades por cubrir, pero especialmente de tantas hambres por calmar surgen personas como doña Rubiela Ibarguüen una desplazada de la violencia del Pacífico, quien es una brillante cocinera ancestral y se ha propuesto la tarea de ayudar a los demás, eso si contando con la ayuda de muchos. Para ella, a quien todos conocen como Rubi, ayudar es algo propio de su naturaleza humana. Siempre lo ha hecho. Se ha destacado en todos los espacios en que ha vivido por su capacidad para ayudar y lo hace con el orden y el rigor de quien es capaz de ponerse al frente de pequeños grandes proyectos en busca de soluciones precisas, que a ella le gustaría que fueran permanentes, pero que desafortunadamente no pasan de ser esporádicas y muy temporales. Piensa que es mejor hacer algo o no hacer nada.
Recientemente reunió a un grupo de vecinos del barrio. Les expuso la crítica situación de hambre que atraviesan muchos de sus compañeros de existencia. Les pidió que dieran ideas para ayudar. Todos se miraron, porque todos están para que los ayuden, no para ayudar , porque no tienen con qué. La señora Rubi fue concreta: no se trata de dar de lo que tenemos, porque no tenemos nada, se trata de conseguir algo para calmar un poco el hambre de la gente. De entrada ella ofreció cocinar lo que fuera para el mayor número de personas y hacerlo en público, pero con la ayuda de todos. Debía haber el compromiso de los jóvenes y los niños de conseguir la madera para armar un fogón, de los mayores en conseguir comida en las plazas de mercado, en los supermercados, donde fuera, pero que todos debían hacer el esfuerzo de alimentar un poco a los vecinos. Era cuestión de empezar y ella tenía la seguridad de que podrían hacerlo no una sino muchas veces.
De esa manera nacieron las frijoladas de doña Rubi en el barrio Valle Verde. Tres vecinas que también entienden de cocina se ofrecieron como ayudantes de Rubi. Cuando hicieron el almuerzo colectivo por primera vez, debieron levantarse a las cuatro de la mañana. Había que estar organizados antes de que saliera el sol, a la luz de las luminarias del alumbrado público. Llegaron a un lote de zona verde. Ubicaron el sitio y Rubi le fue indicando a los hombres como colocaban los ocho adobes de cemento gris que harían las veces de fogón. Lo abastecieron de leña, que no eran más palos viejos y ramas secas de árboles podados en sectores vecinos que los más jóvenes habían recogido.
Hacia las seis de la mañana el fogón estaba armado y encendido. Montaron una gran olla de fondo muy profundo, dos ollas grandes y comenzaron la tarea de introducir los ingredientes, cuya preparación había sido dirigida por Rubi, sobre mesas de madera y de plástico prestadas por los mismos ayudantes. Iban a hacer una gran frijolada, para entregar a la hora del almuerzo a todo aquel que lo necesitara. La única exigencia era que cada quien trajese sus propios platos, pues de vajillas colectivas no disponían.
Hacia las once y media de la mañana se había formado una larga fila de personas con sus platos a la mano, esperando a que doña Rubi diera la orden de comenzar a servir. En la olla de gran fondo cocinaron los frijoles, con la exquisita sazón del Pacífico y en las otras dos cocinaron el arroz. Todo fue aportado con la ayuda de comerciantes de la Galería Santa Elena y establecimientos de comercio del mismo barrio. Ese día repartieron un total de 150 almuerzos.
Cuando se había agotado la fila de comensales, quienes agradecieron en todos los términos ese plato de comida, muchos de ellos con lágrimas en los ojos, la señora Rubi y sus ayudantes cayeron en cuenta que ellas no habían almorzado y que la comida se había agotado en su totalidad. Se miraron, hasta se sorprendieron un poco, pero terminaron con la satisfacción de poder ayudar un poco a los demás. Ya irían a sus casas y se harían algo de comer, ya que eran de quienes no les sobra nada, pero tampoco les falta. Se trataba de ayudar, pues no hay que estar clamando que los demás ayuden, primero se debe comenzar a ayudar con lo que se pueda o se tenga, o se deba conseguir. Alguien tiene que hacer algo y todos lo pueden hacer, ayudar parte del principio de querer hacerlo, antes que del de tener con que hacerlo.