29 de marzo de 2024

Por Guillermo Romero Salamanca La odisea de llevar a Colombia a Flor Silvestre y a don Antonio Aguilar

1 de diciembre de 2020
1 de diciembre de 2020

Por Guillermo Romero Salamanca

En la década de los noventa el sueño del público amante de la música ranchera era ver a los dos ídolos en algún escenario en Colombia.

Varios empresarios artísticos lo habían intentado, pero sólo Raúl Campos emprendió la odisea. Fueron decenas de llamadas a casas discográficas, a periodistas y a organizadores de espectáculos mexicanos para obtener el codiciado teléfono.

Raúl, algo tembloroso lo llamó y el propio Antonio Aguilar le contestó:

–Mandeeee, le dijo.

–Mire, soy un empresario artístico de Colombia y nos gustaría tenerlo para una serie de presentaciones.

–Nooooo, amigo, yo a Colombia no voy. Además, ya tengo todo el año vendido. Debo hacer conciertos por todo el país, en Los Ángeles, Dallas, Houston y no sé qué más. Lo siento señor.

Raúl sudaba y trataba de pasar saliva ante la angustia, hasta que le manifestó tembloroso: “Me gustaría, de todas formas, ir a México, hablar con usted y plantearle la idea. Los colombianos queremos verlo. Es usted el máximo ídolo ranchero que conocemos. Todos los días en las emisoras suenan sus canciones…”

La única foto de Raúl con los dos ídolos.

–¿Y cuándo vendría?, le preguntó don Antonio.

–Cuando usted diga. Compraré el próximo tiquete y llegaré a donde me indique.

–Pues venga esta semana, lo espero en mi rancho en Zacatecas.

Raúl estaba emocionado. Sudaba. Había hablado con el ídolo de su abuelo, sus padres, sus paisanos boyacenses y los colombianos. Le vinieron a la memoria canciones como “Ay Chavela”, “Caballo de patas negras”, “El venadito”, “Por el amor de mi madre”, “Gabino Barrera”, “La Martina”, “El hijo desobediente”, “Corrido de Lucio Vásquez”, “ya viene amaneciendo”, “Hace un año” y otros 30 temas más.

Raúl Campos había sido promotor discográfico, locutor y había hecho algunos conciertos con Diomedes Díaz, El Binomio de Oro, Raúl Santi, Rómulo Caicedo y hasta Galy Galiano, pero ya un nombre como el de Antonio Aguilar era pasar del piso uno al treinta.

Se dirigió a la embajada para solicitar la visa. Explicó el motivo de su viaje y le desearon suerte.

Viajó en Mexicana de Aviación en compañía de un amigo. No llevaba ni la dirección a donde se dirigiría.

En el vuelo, luego de varios tequilas, conversó con su compañero sobre Antonio Aguilar. Los dos sabían que era un cantante que empezó su vida artística cantando ópera, que era uno de los hombres fuertes de la época de Oro del Cine Mexicano, que había vendido más de 50 millones de discos. Pero, además, una azafata les comentó que don Antonio era productor, guionista y cineasta de sus propias películas. Era, además, el esposo de Flor Silvestre y padre de los cantantes Tony Aguilar y Pepe Aguilar.

Sabían también que don Antonio Aguilar poseía un sinnúmero de caballos con los cuales ofrecía un espectáculo de charrería, había sido uno de los pioneros de la música norteña y un bolerista consumado. Era también un ídolo nacional y con Vicente Fernández estaban en la cúspide de la canción ranchera.

El avión aterrizó en una ciudad llena de polución y los dos pasajeros buscaron habitación en el hotel del aeropuerto. Allí comenzaron a planear la visita al artista. Conversaron con un taxista y le comentaron que iban para el rancho de Antonio Aguilar.

–Órale, pero eso es más allá de Zacatecas. Eso es como a 350 kilómetros de acá. Yo les sugiero que descansen hoy y mañana madruguen.

–¿Usted nos consigue el carro?

–¿Carro?, ah, la nave. Sí señor cómo no.

Estaban agitados con tanta información. A la mañana siguiente emprendieron la travesía. Raúl pensaba que sería cuestión de dos horas, pero fue un poco más.

Los vecinos que encontraban en el camino les indicaban exactamente dónde quedaba el “rancho” de don Antonio. De pronto llegaron a un inmenso portón, de unos dos metros de alto y arriba decía: “El Soyate”. Estaban en territorio Tayahua, en Zacatecas.

Los dos paisanos veían a lado y lado inmensos potreros, un ruedo para torear, otro para gallos, un patio, una casa y luego una mansión.

Don Antonio los saludó efusivamente y los invitó a su oficina.

Raúl miraba a un lado y otro. Fotos con los grandes del cine, desde Cantinflas hasta Charles Chaplin. Afiches de películas y discos de oro, platino y uranio. Un gigante escritorio, una mesa de juntas y otra sala con mullidas poltronas.

–Mire, le dijo don Antonio. Es difícil que vaya a Colombia. Yo ando con 40 personas, tiene que ir mi esposa Flor Silvestre, mis dos hijos y hacer por lo menos unas seis fechas. Necesitamos avión. Agua destilada. Frutas frescas. Toallas blancas grandes y seguridad…Y le pasó un papel con el costo de cada concierto.

Raúl miró la cifra, calculó el monto. Sabía que el ídolo ranchero le había puesto las más difíciles condiciones para intentar que desistiera de la idea de llevarlo.

El hombre de Paipa, Boyacá, hijo de don Teófilo y doña María Jacinta Cruz Becerra se levantó de la silla y le dijo, mientras le apretaba su mano derecha: “Don Antonio, serán seis fechas en Bogotá, Bucaramanga, Cali, Pereira, Medellín y Tunja”.

“Para que vea nuestra seriedad, acá le traigo un adelanto”, agregó.

Don Antonio se levantó también y en ese momento Raúl se dio cuenta que tendría un problema más en Colombia.

Caminaron un rato por el rancho y le comentaba que cuando era niño veía sus películas en blanco y negro en el parque donde se reunían a ver sus personajes como Heraclio Bernal, Pánfilo Natera, Gabino Barrera y el mismísimo Emiliano Zapata protagonistas de la revolución mexicana.

“En Colombia crecimos escuchando sus canciones y viéndolo en sus películas”, le dijo. Don Antonio le respondió que deseaba cantar unas canciones colombianas para tener en su repertorio. “No puede faltar Nadie es eterno en el mundo de Darío Gómez y El tren lento”, por ejemplo.

–Consígame esos temas.

–Con gusto don Antonio.

Pasaron por un pasillo donde vieron afiches de películas como “La cama de piedra”, “La cucaracha”, “Ánimas Trujano”, “Los hermanos del hierro”, “Albur de amor” y “Astucia”, entre otros.

De un momento a otro don Antonio sacó unas jeringas, se subió las mangas de su camisa y se inyectó. Les explicó que era un remedio suizo que él preparaba para prolongar la juventud.

Al rato le entregaron una copia del contrato y entonces se dio cuenta que su ídolo se llamaba José Pascual Antonio Aguilar Márquez Barraza, había nacido en Villanueva, Zacatecas el 17 de mayo de 1919.

Llegaron en ese momento doña Flor Silvestre, Pepe Aguilar y Tony.

Para Raúl era un banquete. No lo podía creer. Estaba al frente de una de las mujeres más admiradas en América Latina. Se sabía canciones como “Mi destino fue quererte”, “La basurita”, “Ándale”, “Gaviota traidora”, “La basurita”, “Échele cinco al piano”, “Cruz de Olvido” y “El peor de los caminos”, entre sus 1500 temas grabados.

Don Antonio tomó el teléfono y marcó un número, cuando le contestaron dijo: “Oye Salinas de Gortari, hijo de $%&/&/))#,, voy a Colombia a unas presentaciones y espero que no me dejes matar. Mándame a unos escoltas”, manifestó.

Era una cordial llamada con el mismísimo presidente de México. Y en la gira viajaron dos gendarmes acompañando a la familia Aguilar.

En la tarde los dos colombianos salieron para México D.F. de nuevo. Estaban empapados de conocimiento musical.

En el bar del hotel desocuparon las botellas de tequila que encontraron de la felicidad. A la mañana siguiente, Raúl recibió una llamada de don Antonio.

–Oye Raúl, ven por tu adelanto. Ya no voy a Colombia. Eso es muy peligroso. Mira los titulares.

–¿Qué pasó don Antonio?, le alcanzó a responder mientras trataba de adivinar qué había sucedido.

–Pues mira las noticias. Mataron a 22 soldados en Caquetá. Eso allá está en guerra. Y yo así no voy a ir.

–Don Antonio, Caquetá es la selva, eso queda lejísimos de Bogotá y de las ciudades donde serán las presentaciones…

–No, mira, yo no voy.

–Don Antonio, usted tendrá recibimiento del presidente, apoyo de los alcaldes, de los gobernadores, del comandante de la Policía, del embajador y de 40 millones de colombianos.

Con esos argumentos de último momento, don Antonio Aguilar viajó a Colombia un mes después.

En el aeropuerto El Dorado, Raúl estaba listo. La dificultad máxima era la altura de los cantantes.  Una camioneta fue acondicionada para la gira por Colombia.

Fue un periplo apoteósico. Miles de personas gozaron de sus presentaciones y hoy guardan los mejores recuerdos.

Este 25 de noviembre Raúl, con tequila en mano, recordaba esa gira, sus experiencias, pero consideraba que nunca había visto a una pareja que se quisiera tanto. “Él no la veía como a la estrella que era, sino como a su esposa y ella lo miraba como a su ídolo. En el escenario dieron todo de sí, les enseñaron su camino a sus hijos Pepe y Tony, dos grandes personajes. Fue una experiencia maravillosa”, comenta el empresario.

–¿Tomó fotos?

–Sólo salgo en una, contesta, mientras suelta una carcajada.