19 de abril de 2024

Guerras dentro de la guerra. Crónica.

6 de noviembre de 2020
Por Jaime Jurado
Por Jaime Jurado
6 de noviembre de 2020

Rara vez un conflicto armado está compuesto de dos bandos claramente definidos. Con mucha frecuencia, especialmente en las guerras civiles y con mayor razón si en ellas se involucran otros países, el panorama se hace más complejo y se producen entrelazamientos y enfrentamientos sorprendentes. En el caso colombiano, donde en principio la lucha se daba entre grupos guerrilleros de izquierda contra las fuerzas armadas oficiales y sus aliados paramilitares de extrema derecha, se han dado episodios de violencia entre sectores que formaban parte del mismo espectro político-ideológico que en medio del maremágnum de la violencia han pasado casi inadvertidos. En todo caso, tales situaciones han generado gran cantidad de víctimas y contribuido a enrarecer más el clima político y de seguridad del país. Por supuesto el jugoso negocio del narcotráfico juega su papel, aunque no explica totalmente las situaciones como pretenden hacer creer versiones interesadas en velar los intereses que hay detrás y en desconocer el origen político del alzamiento en armas protagonizado por los movimientos insurgentes.

En esta nota, abrebocas de futuras crónicas sobre esta temática, haré una relación sucinta de los choques más importantes entre grupos que en general pueden catalogarse como del mismo bando. Se dejan por fuera los casos de “fuego amigo”(ocasiones en las que uno o varios miembros de un grupo armado le disparan por error, desinformación o descoordinación a sus propios compañeros) y las masacres de miembros de una fuerza oficial como la policía a manos de otra, el ejército, que se dieron en Guatarilla y Jamundí, porque son situaciones puntuales que no configuraron luchas por el predominio territorial o la hegemonía política de calado más hondo como los que se verán en el apretado resumen que sigue.

Bala entre camaradas-dialéctica del plomo-

Son varios los casos de enfrentamientos entre distintos movimientos guerrilleros pero los más destacados han sido las disputas armadas entre frentes de las FARC y otros del ELN, sin que se haya llegado al extremo de guerra total entre ambos. Las situaciones han obedecido a conflictos a nivel de regiones, especialmente en el departamento de Arauca y en el Cauca en la década de los años 90 del siglo pasado y en los primeros años del nuevo milenio. Hubo ocasiones en las que la hostilidad adquirió grandes dimensiones como a mediados de 2000 cuando hubo fuertes combates entre el frente 59 de las FARC y unidades conjuntas del ELN y el EPL en la Serranía del Perijá que el primero acusaba a los segundos de desviarse de los principios revolucionarios y de realizar acciones criminales contra el campesinado.

En una de esas refriegas las víctimas mortales ascendieron a 20 y los farianos capturaron a 25 de sus rivales, que posteriormente entregaron a representantes de la Cruz Roja y de las Naciones Unidas.

Cabe recordar que además de representar ideologías afines y tener como enemigo común al estado y a los grupos paramilitares, las FARC y el ELN tuvieron un escenario conjunto en la Coordinadora Nacional Guerrillera Simón Bolívar, creada en 1987 y disuelta al cabo de algunos años, hacia 1989 cuando otros dos de sus integrantes(el M19 y el sector mayoritario del EPL)adelantaron procesos de diálogo con el gobierno.

En general los roces entre ambos se fueron superando a través de diálogos y acuerdos entre sus máximas comandancias. Así mismo, fue importante la intervención conciliadora de los partidos de la izquierda legal y del Comandante Hugo Chávez, con ascendencia y buenas relaciones con los dos grupos. También contribuyó la exigencia de las bases sociales de unos y otros que no entendían cómo se llegaba a extremos de choque violento entre organizaciones hermanas.

Desde que las FARC dejaron de ser movimiento armado y se convirtieron en partido político se vienen haciendo revelaciones a la luz del sistema de verdad y justicia creado por los acuerdos de paz. Se han dado ceremonias de perdón estremecedoras y reconocimientos sorprendentes, como la responsabilidad en el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado. Es un buen momento que en este marco se esclarezcan las muertes y atentados contra los miembros de Esperanza, Paz y Libertad, movimiento político surgido de la desmovilización del EPL, que tenía una presencia destacada en la zona de Urabá y en el departamento de Córdoba, que se atribuyen a las FARC, supuestamente dirigidas a la destrucción de ese movimiento o por lo menos a la eliminación de su presencia en esas regiones.

Aquí cabe remontarse brevemente al origen del conflicto: Entre 1990 y 1991, la mayor parte de la guerrilla maoísta del EPL(Ejército Popular de Liberación) pactó la paz con el gobierno y sus integrantes fundaron el grupo Esperanza, Paz y Libertad.

Las FARC, que habían protegido al sector minoritario y disidente de ese pacto, encabezado por el Secretario General del Partido Comunista Marxista Leninista(PCCML) del que era brazo armado el EPL, acusaban al recién nacido movimiento de aliarse con los paramilitares y de convertirse casi en apéndice de las AUC dirigidas por Carlos Castaño. Así cayeron decenas de sus miembros por atentados atribuidos a las FARC, en tanto éstas señalaban que no atacaban civiles sino a los miembros del partido convertidos en objetivo militar por trabajar con el ejército, el Das o con las famosas cooperativas de seguridad que eran cobertura de los paramilitares y de ser parte de los planes de exterminio de lo que quedaba de la Unión Patriótica, el Partido Comunista o cualquier otro movimiento social o político que tuviera una relación supuesta o real con la guerrilla que no se acogió a los acuerdos en ese momento.

También ha habido pequeñas guerras entre el ELN y el EPL, que de aliados pasaron a ser enemigos en la región del Catatumbo. Allí queda el último reducto del segundo de los grupos nombrados, el cual pasó a ser calificado por el gobierno, ya no como una disidencia sino como una banda criminal, a la que puso el mote de “Pelusos”.

Es conocido el axioma de que en una guerra la primera baja es la verdad y a pesar de que en efecto tal agrupación presenta algunos comportamientos criminales, no parece del todo cierto eso de que se trata de una simple banda de delincuentes dedicada al narcotráfico y la extorsión. Un primer factor a considerar es su origen, dado que en efecto es continuador del histórico frente Libardo Mora Toro del EPL, su ideología y objetivos siguen los lineamientos de los que se nutrió y persiste su accionar contra las fuerzas armadas del estado. Igualmente, el ingreso a sus filas de exmiembros de las FARC decepcionados con el rumbo que ha tomado el proceso de paz entre el gobierno y esa fuerza, refuerza la tesis de que se trata de movimientos de naturaleza insurgente, con todas las críticas que puedan hacérseles.

Ciertamente, las declaraciones de un alto mando del ejército en 2019 dando a entender que en la contienda entre las dos organizaciones, las fuerzas oficiales se apoyarían en los “pelusos” introduce en el espinoso punto de su identidad un elemento de confusión que no deja de llamar la atención.

El conflicto estalló a principios de 2018 cuando pobladores y líderes comunales de municipios como el Tarra y Hacarí, denunciaron una creciente situación de hostilidad entre estos dos actores armados ilegales que durante décadas han operado en el Catatumbo.

De acuerdo con “los elenos”, el EPL le declaró públicamente la guerra al emitir un mensaje donde aseguraban que los confrontarían “sin ninguna consideración” hasta recuperar lo que ellos consideran “su territorio y su gente”.

Desde entonces, buena parte del Catatumbo se ha convertido en un verdadero teatro de guerra, que ha repercutido dramáticamente sobre la población civil que lleva largos años padeciendo la violencia.

Corre la sangre de los matarifes

Al interior de los paramilitares no ha sido fácil la convivencia y todavía se recuerda la versión para de Caín(ya que ninguno de los dos cumplía el papel de Abel) cuando Carlos Castaño fue asesinado por orden de su hermano Vicente. Los ajustes de cuentas y asesinatos entre estos elementos han sido una constante, pero los enfrentamientos más agudos se dieron entre el llamado Bloque Héroes de Tolová, junto con la estructura Cacique Nutibara, comandados por alias “Don Berna”, exlugarteniente de Pablo Escobar, y el Bloque Metro, dirigido por el exmilitar Rodrigo García, conocido como “Doble Cero, que reseñaremos brevemente a continuación.

Héroes(¿??)de Tolová-Cacique Nutibara y otros 4 – Bloque Metro 00

Con la llegada de Álvaro Uribe Vélez a la presidencia en 2002 se allanó el camino para un arreglo con sus aliados paramilitares. En medio de las negociaciones de Santa Fe de Ralito(Córdoba)se informó que los altos mandos de las denominadas Autodefensas Unidas de Colombia-AUC-, de por sí ya bastante untados de narcotráfico, habían vendido varios bloques a narcotraficantes puros que de esa manera pasaban a figurar como paramilitares y se harían beneficiarios de la llamada Ley de Justicia y Paz. En ese contexto, Carlos Mauricio García Fernández, uno de los más sanguinarios, conocido como Doble Cero, se opuso a la decisión mayoritaria de las llamadas de las AUC e insistió en hacer otra negociación por su cuenta. La respuesta fue la guerra total de sus antiguos compañeros y así se agudizó la disputa que ya tenía con el Bloque Central Bolívar y otras estructuras paras, especialmente con el llamado Bloque Héroes de Tolová y el Cacique Nutibara, comandados por Diego Fernando Murillo, conocido como “Don Berna”. Como no podía ser de otra forma entre grandes criminales, la disputa fue a muerte y las calles de Medellín, así como los casos urbanos y zonas rurales de muchos municipios de la zona central de Antioquia, se anegaron en sangre como resultado de los atentados y de los feroces combates entre miles de integrantes del grupo oficial de las AUC y los leales que le quedaban a García, que fueron reduciéndose cada vez más. Como consecuencia de reveses militares, presiones económicas y soborno o deserción de muchos de sus hombres, que incluyeron el cambio de bando de cerca de 300 de ellos, el Metro fue derrotado en toda la línea y lo que quedó de él, literalmente borrado.

El combatiente “puro”, que asesinó miles de civiles indefensos, que no aceptó la alianza con el narco y prefería ser recordado como un paramilitar que violó derechos humanos, pero nunca como un mafioso, cercado no solamente por “Don Berna” sino también por hombres de Mancuso, Julián Bolívar, Cuco Valoy, HH y otros capos del jet set para, que además pusieron por su cabeza el módico precio de dos millones de dólares, tuvo que huir con un puñado de conmilitones.

Solo y derrotado, acompañado solamente en la conciencia por la memoria de sus innumerables víctimas, creyó pasar de agache en el anonimato de El Rodadero de Santa Marta, donde se refugió con su familia. Hasta allá llegó la mano larga de sus rivales el 28 de mayo de 2004 cuando fue ultimado por dos pistoleros, en una de las muertes más anunciadas desde la de Santiago Nasar.

“El Llano en llamas”

Nunca se sabrá el número de muertos producido en la pequeña guerra que acabamos de comentar, pero en todo caso fue mayor el de otro de los conflictos entre estructuras paramilitares. El título de la famosa obra de Rulfo es más que apropiado y hasta puede quedarse corto frente a la dimensión que adquirió la rivalidad entre el Bloque Centauros de las AUC, liderado por Miguel Arroyabe, que respondía las órdenes de Salvatore Mancuso y Carlos Castaño, y las Autodefensas Campesinas de Casanare(ACC), dirigidas por Martín Llanos, nombre de combate de uno de los hermanos Buitrago que las fundaron.

Se estima que el resultado fue de aproximadamente 3000 víctimas fatales entre los enfrentados en una lucha que duró entre fines de 2002 y mediados de 2003 por diferencias de poder y de visiones frente a la negociación con el gobierno.

En julio de 2003 se libró una batalla decisiva, tanto que como resultado de ella, después de muchas horas de combate se rindieron a sus enemigos cien miembros de las ACC, conocidos como “buitragueños” por el apellido de sus comandantes.

Por haber ejercido como Procurador en la región pude tratar con algunos desplazados por esa contienda y recuerdo la ingenuidad con la que un hombre muy viejo, el mayor de la aldea en que se dio uno de los enfrentamientos más violentos solamente se dio cuenta de la situación cuando el poblado quedó totalmente desocupado por sus habitantes civiles. Pasados unos días, cuando ya retornó parte de la población y entraron algunas autoridades del departamento, a la pregunta de por qué no se había ido respondió: “es que yo casi no oigo, no escuché nada, pero sí sentí algo raro en el ambiente y cuando salí a ver no estaba ninguno de mis vecinos y solamente había unos extraños vestidos de tigre”.

Conmovedora la inocencia del abuelito en medio del terror pánico que hizo huir en estampida a sus coterráneos.

A pesar de tener más arraigo local, las ACC sucumbieron ante el Centauros, que ya desde 1997 con la masacre de Mapiripán a manos de un equipo de cientos de asesinos trasladados desde Urabá con el apoyo del ejército habían entrado pisando fuerte en las sabanas del oriente del país. Para este desenlace fue decisivo el hecho de que el estado no permaneció impasible, sino que apoyó más a uno de los engendros, aunque ambos eran hijos de la complicidad oficial. Las ACC contaban más con el respaldo de autoridades regionales y locales pero el vuelo de Castaño y compañía era más alto y para decirlo con una palabra elegante que últimamente, sin que tenga la culpa, se ha corrompido, más ubérrimo.

Tanto es así que una fuente directa que por razones de salud no puedo divulgar y cuyo nombre se cambia por petición suya, mando medio de los casanareños en Yopal, comandante de un equipo urbano, cuenta que un día del que no quiere acordarse lo visitaron en su propia casa dos hombres que claramente no eran de la región.

-Quihubo, hermano. Vamos a ser muy francos. Venimos de Urabá en nombre de los Castaño y somos los nuevos patrones aquí. Sabemos que sos mando de los hombres de Martín Llanos y te damos 24 horas para que escojás si te vas de la zona o trabajás con nosotros-dijo con voz tranquila uno de los visitantes.

Impresionado por la seguridad que transmitían los recién llegados, así como por oscuridad brillosa de la piel y la imponencia física de su elevada estatura, Giovany tuvo que esforzarse para mostrar tranquilidad y simplemente les respondió: “mañana será otro día”.

-No aceptamos evasivas, paisita- dijo el que no había hablado antes. No nos salgás con güevonadas, veo que vos también sos como de Antioquia, del eje cafetero o de otra zona paisa. Si apreciás tu vida no creás que podés jugar con nosotros.

-Simplemente les estaba diciendo que mañana les tenía la respuesta, porque me dijeron dos opciones, o no?-dijo utilizando un tono intermedio para que los sujetos no lo creyeran amilanado pero tampoco altanero.

-Así quedamos, fueron las palabras que le dijeron como adiós, pero que le quedaron resonando como una advertencia que no podía tomar a la ligera.

El hombre no pudo contactar por radioteléfono con sus mandos y eso lo preocupó más aún. Decidió desplazarse inmediatamente al batallón local con cuya dirigencia mantenía una fluida relación de trabajo y al llegar, con la firme intención de poner la queja y pedir que se ratificara el apoyo que venía recibiendo, fue mayúscula su sorpresa al encontrar allí, tranquilos como Pedro por su casa a los “diplomáticos” que lo habían visitado y al ver cómo un numeroso grupo de paramilitares de las AUC estaba acantonado en la instalación castrense como si fuera parte de la guarnición.

En ese momento Edginardo entendió que no tenía sentido alguno hablar con los oficiales a los que quería contactar y ni siquiera se despidió de sus hasta ese momento jefes buitragueños.

Hizo maletas inmediatamente para su ciudad de origen para dejar atrás todo un pasado de violencia que ni siquiera su familia más cercana conoce, a la cual, sin darles más detalles y dados sus antecedentes ganaderos le había dicho que en el tiempo de ausencia estuvo trabajando como matarife.