28 de marzo de 2024

El nuevo camino del Quindío

4 de noviembre de 2020
Por Jaime Lopera
Por Jaime Lopera
4 de noviembre de 2020

Lo más importante de este libro sobre el Camino del Quindío de Victor Zuluaga Gómez[1] es su persistencia y tesón. Solo es necesario imaginar las muchas veces que pasó removiendo los archivos de varios sitios (Popayán, Buga, Cartago, Mariquita) para extraer, tosiendo como un minero, las piedras preciosas de información que pudieran ayudar a reconstruir el proceso de crecimiento y avance del Camino en sus diferentes épocas.

Cada uno de los cinco capítulos de este libro es incitante y novedoso[2],  en especial por la cantidad de testimonios escritos y verbales que se encuentran a cada paso. Pero hemos dado mayor importancia, aparte de las notas genealógicas que aparecen aquí y allá, a la investigación por fin demostrada con muchos detalles del efecto de las numerosas guerras civiles que transitaron este Camino y apoyaron su imagen. Fuera del caso del coronel Echavarría, fusilado en Armenia durante la guerra de los Mil Días, las referencias a las luchas militares en esta región no habían sido demostradas con tan valiosa capacidad de información.

El golpe de Urdaneta (1830), la guerra de los Supremos (1839), la dictadura de Melo (1854), la ocupación del poder por Mosquera (1860), la toma de Salento (1876) por el general Casabianca, permiten al autor señalar la hipótesis principal de su libro: las guerras civiles fueron la principal obstáculo para la colonización temprana del Quindío. El enigma de parecida afirmación se resuelve en estas páginas y debemos a dicho estudio una novedosa comprobación que demanda más tiempo de análisis y más bibliografía complementaria para enriquecer y engrosar aún mejor la nueva historia quindiana con la suposición que nos ofrece Zuluaga.

Todo hay que decirlo: la visión del Camino en general fue ignorada por los nacionales, hasta que nos dimos cuenta de los muchos viajeros extranjeros[3] que lo transitaron con aprensión y admiración desde el siglo XVII hacia el eje cafetero. Vale decir, se conocieron los testimonios de los forasteros que lo cruzaron porque la feracidad de estas tierras y la riqueza botánica y zoológica que por allí observaron, eran suficientes estímulos para hablar de un Camino que se confundía con los lodazales, los precipicios y los hermosos paisajes del Nuevo Mundo. En otras palabras, el Camino del Quindío se transitaba pero poco se hablaba de él como si fuera una rutina innecesaria: solo un tiempo después, hace más bien poco, vimos que era el hilo conductor de la nacionalidad colombiana y que nunca más pueden llegar a sus costados las invocaciones del olvido.

El historiador Zuluaga Gómez, que lo es de arriba a abajo con el particular desvelo y disciplina como debe afrontarse este oficio, nos brinda, con las muchísimas fuentes que ha indagado, el esclarecimiento de distintos episodios de la vida quindiana que ha transcurrido bajo el pabellón de ese Camino, en especial la fundación de presidios y poblados en su ruta, la creación de jurisdicciones especiales y el sinnúmero de pleitos que ocurrieron mientras se mantenía con vida esta ruta de unión entre el oriente y el occidente colombianos. Ningún capítulo de las colonizaciones, ni de las guerras republicanas del siglo XIX, puede escribirse sin aludir a las experiencias y  vínculos que el Camino demandaba.

Por el Camino del Quindío transitaron los inmigrantes y colonos en alpargatas, carriel de nutria y sudao de morrillo; las tropas de los ejércitos caucanos que procuraban vencer al Estado de Antioquia donde los conservadores se defendían de los ateos liberales; los ajuares de los clérigos, de los obispos y sus alzafuelles cuando se disponían a instalar sus servicios religiosos. Y desde luego, las cosas: los pianos, los ataúdes, las sillas vienesas y las campanas de las iglesias que venían del puerto fluvial de Nare; las cargas de café que iban para Estados Unidos desde Honda por el rio Magdalena; los arietes de golpe, las bombas de agua, los repuestos mecánicos y los machetes finos; las recuas de millares de mulas y caballares que servían a los ejércitos de los Estados; en fin, todos los componentes humanos y materiales que forman lo que hoy llamamos una civilización.

Noviembre 2020

[1] Zuluaga Gomez, Víctor. El Camino del Quindío y las Guerras Civiles. Gráficas Buda, Pereira, 2010.

[2] Según una ley de mayo de 1855 ya se menciona a Calarcá, pues se conocía este nombre treinta años antes de la fundacion del poblado homónimo.

[3] Humboldt, en primer lugar, y Cockrane, Berg, Duane, Hamilton, Roulin y muchos más.  Antei, Giogio. Guia de Forasteros. Seguros Bolivar, Bogotá, 1995.