29 de marzo de 2024

El romance del socialismo gringo

23 de septiembre de 2020
Por Jaime Lopera
Por Jaime Lopera
23 de septiembre de 2020

El último romance de los norteamericanos, tímido y  menguado, es el socialismo. Desde hace un tiempo ese fantasma está recorriendo todos los Estados de ese país, primero apocadamente y luego con una fuerza juvenil de la que dan cuenta los noticieros. Kamala reforzó esas conmociones. Pero los jóvenes, los afrodescendientes y las minorías en general, sienten ya allá el aroma de una nueva visión del mundo.

La cosa no comenzó tan fácil: hace años el partido comunista norteamericano ha sido una organización viva y actuante, pero pequeña. Muchos guionistas, directores y actores de Hollywood que vivieron las penurias del macartismo (como Dalton Trumbo, como Elia Kazán, por ejemplo) fueron encarcelados, vetados, desconocidos por el sistema político de ese país, por no mencionar la orfandad de los intelectuales y profesores de las mejores universidades, como Rawls, que no han negado su apoyo a las causas progresistas. La revista The New Left fue portadora de un mensaje radical que comprometió en su tiempo a prestantes figuras de la economía como Perry Anderson, Paul Baran y Paul Sweezy.

Pero hoy el pensamiento de Paul Krugman, de Joe Stiglitz, de Jonah Harari y de otros señala en dirección de un socialismo democrático que ha sido fortalecido por las dos campañas políticas de Bernie Sanders y Elizabeth Warren quienes han conquistado nuevos espacios en una Norteamérica que nadie había adivinado antes. La llegada de Biden y de la Harris a la candidatura demócrata es el epílogo del fuerte arraigo que han tenido estas ideas liberales en buena parte del electorado gringo.

Pero el socialismo democrático de hoy no es el mismo socialismo que abundó en los países europeos después del triunfo de la revolución rusa –tan bien narrada por el escritor norteamericano John Reed. A cambio de la apelación a la lucha de clases, hay un nuevo socialismo que se acerca más a los estadios de bienestar social de los países escandinavos los cuales han sido un ejemplo en la Europa occidental de nuestros días. En otras palabras, el lenguaje actual es el de la desigualdad: esta realidad ha llegado a ser una desgracia procedente del capitalismo globalizado (denunciado por Piketty y muchos más) y que sigue vigente con el nombre de neoliberalismo.

Pero el triunfo de Biden/Harris no es de una extrema sino de una izquierda moderada: eso sí, ambos se hallan en una posición drásticamente contraria a las nocivas consignas derechistas de Trump. De ser así, presumo entonces con satisfacción que nuestros compatriotas migrantes en EEUU se verán favorecidos por los demócratas y es probable que los recursos de las remesas no se vayan a perder. Lo que no sabemos es si en Colombia estamos preparados para comprender el cambio ideológico que se va a presentar en el país del Norte con la llegada de Joe Biden y su nueva concepción del mundo hacia una humanidad más igualitaria y más tolerante que antes.

Eso no lo sabemos, pero cada día es más evidente que las palabras izquierda y derecha perdieron su contenido hostil, de parte y parte, y su sola pronunciación es síntoma de una forma de polaridad de la que ya estamos renegando todos. “Que no me llamen de derecha, que no me llamen de izquierda” es el vocerío de una juventud que no cree en el rejo de las campanas ni mucho menos en las estatuas leninistas. Más bien pueden creer, como decían los llamados padres fundadores en EEUU, que la función de los gobiernos “no es prevenir la desigualdad mediante la construcción de hospitales para los pobres, sino impidiendo que los ciudadanos sean más pobres”. Para ese propósito sobran las estatuas.

Septiembre 2020