Viernes Cultural. De quijotes y sanchos. Jaime Jurado

Primera mención de honor en la Primera Maratón Literaria «La Candelaria lee y escribe», de la Alcaldía Local de La Candelaria, Bogotá. Con exclusividad para Eje 21, Alvarado nos ha enviado la siguiente Crónica Literaria.
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De quijotes y sanchos.
Con verdadero deleite, cercano al éxtasis, disfruté la película colombiana “Un tal Alonso Quijano”, exquisito regalo que hacen al país la directora Libia Stella Gómez, la Universidad Nacional, los demás patrocinadores y, desde luego, su formidable equipo de actores.
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Un clásico en la publicidad.
El primero era un hombre corriente, serio y bajo, de barba canosa, ya bastante veterano en su momento, cuyo nombre nunca conocí y que nadie averiguaba porque simplemente se le conocía en Manizales como “Don Quijote” porque actuaba como tal, cabalgando en Rocinante, muy posesionado del papel, acompañado, desde luego por su propio sancho que lo seguía en un burrito. No protagonizaba grandes aventuras, pero no faltaba en cuanto desfile importante se realizaba en las calles de la ciudad. Comenzó haciéndolo por gusto, pero muy pronto algunos comerciantes aprovecharon las miradas que despertaba entre el público, para solicitarle que llevara propaganda alusiva a sus negocios.
Para nada se disminuía su dignidad por el hecho de que en su peto y hasta en su yelmo brillaran los emblemas publicitarios de la Industria Licorera o de otras empresas. Lo importante es que un hombre del común, que frisaba, por lo menos la edad en la que su inspirador emprendió la batalla contra los molinos de viento, trascendió los marcos estrechos de una existencia normal y trajo a la cordillera central y revivió a su modo, en pleno siglo XX al Caballero de la Triste Figura, con las nieves perpetuas que enmarcan el imponente volcán del Ruiz como telón de fondo, un personaje que pervive por siglos.
Un tal Leonardo Quijano.
Nunca imitó a don Alonso ni quiso reencarnarlo. Aunque no tan alto como el manchego, el aura de sobriedad y reflexión que rodeaban, junto a las volutas de humo que salían de una infaltable pipa y su estatura mediana lo hacían parecer más elevado. Sin embargo, se le parecía en su aire melancólico, siempre enfundado en un eterno gabán oscuro. Coincidencialmente, su apellido sí lo hacía quijotesco. Leonardo Quijano fue un pintor y escritor que en algún momento de una carrera en ascenso se retiró de todo y cayó en un silencio frente al mundo. No luchaba contra molinos externos sino contra los demonios interiores de la locura, pero nunca fue un simple loco de pueblo que inspirara compasión o risa. No mendigaba, sino que sin decir palabra recibía cualquier retribución por los retratos que hacía al carboncillo o por la entrega de su periódico. Sí, tenía su propia publicación, un “cadapuedario” que sacaba no se sabe cómo, que lo tenía como director, redactor y único periodista. De ese medio de comunicación, si así puede llamársele, lo único inteligible era su nombre: “El diablo”. El contenido era totalmente confuso, ya no digamos en sus columnas o noticias porque no las había; estaba compuesto de una mezcla totalmente inconexa de letras, ya que no había palabras y ni siquiera frases, como si las teclas de la máquina se hubieran tocado al azar y apresuradamente. Sin embargo, aunque era claro que algo quería transmitir, las ideas nunca llegaban a expresarse en forma coherente. ¿Qué bullía en su mente perturbada? La respuesta no se sabrá nunca, no la tiene ni “El diablo” porque dejó de circular. Tampoco Quijano mismo porque murió hace mucho tiempo en un hospicio en el que se le recluyó después de una campaña adelantada por el poeta Wadis Echeverry para que el maestro no terminara su trágico periplo vital en las calles.
De paso sea dicho, Echeverry es también un quijote de la cultura porque prefirió una vida de entrega y promoción de las artes, a las mieles de la burocracia o de los negocios que le auguraba la sólida posición económica y social de su familia. Inició su labor cultural dirigiendo el grupo musical “Hijos de la tierra”, que por la afición de sus miembros al canabis era conocido por el apodo colectivo “Esclavos de la yerba”. Wadis siguió cabalgando a pesar de los ladridos del vulgo y ha persistido con el periódico cultural “El correo de los carrapas”, con su cultivo de la poesía y de las plantas ya que después de un período capitalino en el que fue jardinero de la Casa de Poesía Silva (su época más floreciente, según los críticos), volvió a la provincia a continuar con la tarea que ha marcado su existencia.
La vida de Leonardo Quijano está recogida en la novela “Tierra de leones” del escritor Eduardo García Aguilar.
Miguel de Cervantes Zuluaga.
Ese es el nombre del personaje principal de la novela “Manizalados”, escrita por Fernando “Flaco” Jiménez. Narrada en primera persona cuenta la vida y peripecias de un aspirante a escritor que en el fragor de las luchas políticas y sindicales de la década del 70 promete hacer homenaje a su compañero y jefe en el partido maoísta muerto violentamente en el marco de un movimiento huelguístico. Caracterizada por un humor constante y corrosivo, refleja con gracia y sutil burla de sí mismo el deseo de parecerse al más grande novelista en lengua hispana (¿Qué puede haber más quijotesco?). Además, muestra las miserias y grandezas de quien después de la decepción por el fracaso del proyecto revolucionario y de pasar por las horcas caudinas de la enfermedad mental se redime en las letras y deja el testimonio de una época y un ideal al que entregaron su vida destacados integrantes de una generación que aún tiene mucho que decir y aportar