25 de abril de 2025

Un sentir más allá de lo que somos

28 de junio de 2020
Por Celmira Toro Martínez
Por Celmira Toro Martínez
28 de junio de 2020

Parece que se avecina una revolución indescriptible, nunca vista.

Hay movimiento de sables en las filas de quienes por siempre fueron veteranos de guerra, porque los  más capaces, los que pensaron siempre antes de decidir y de decir, los que hicieron poco a poco, centavo a centavo, la riqueza de este país y del mundo y en medio de la nada avizoraron nuevas tierras, horizontes inmensos sin medida ya no tienen lugar, ni tiempo y están recluidos por amenazas a vida y a la  existencia.

Se está agotando la generación de los más fuertes, ellos, las raíces eternas de nuestra tierra, de lo que somos.

Un día amanecieron sin camino; ya no había que ir a hacer mandados, ni pagar las facturas, ni sacar el perro, ni recoger al amor de su vida en el colegio.

No, cuando quisieron salir, no tenía permiso y entre todos le cerraron un cerco, dicen que un cerco de amor interminable, hermoso, pero al fin cerco y los unos y los otros se encontraron sin saberlo en una misma prision de amores y recuerdos.

No es la revolución, ni son las canas las artífices de este momento, es que la fuente necesita correr y llegar lejos.

Es que quien dio los pasos primeros no puede estar dispuesto a aquietar su sentir y sus anhelos.

Es que quien enseño a amar no puede asimilar la soledad así sea en nombre de la vida.

No es estar solos lo que vale, es sentir el apoyo, la confianza, el amor que rebosa la medida y el abrazo detenido en silencios.

Es entender que el nido está vacío, los polluelos ya se fueron, incuban nuevos hijos y viven lejos.

Es la puerta abierta que hace muchos años está cerrada con los goznes del alma enmohecidos y viejos.

Es ver que ahora el ímpetu primero se detiene; los pasos ya son lentos, el corazón más sereno, el amor más intenso; muchos años, mucho camino recorrido, muchas huellas, esas que ahora parecen detenerse en un instante para obligarnos a mirar con honor nuestro pasado, a volver a vivir así sea en sueños la realidad de amor que un día construimos y que hoy no podemos cambiar, solo aceptar con honor, con valentía.

Nuestra infancia, esa primavera lejana pero hermosa vuelve a germinar otra vez y a llenarse de flores.

El verano de nuestra adolescencia aún aviva nuestro corazón y nos permite disfrutar con hidalguía el otoño señorial de nuestra edad mayor plena de recompensas y de frutos, con ella y a su lado llegaremos con toda nuestra alma al invierno final de lo que somos, pero a partir de hoy nuestras raíces volverán a brotar nuevos retoños y volverá otra vez la primavera, el verano dará razón de nuevos amores, de nuevas esperanzas, de muchos sueños porque nuestro otoño y nuestro invierno de ahora son el presagio sin fin de un nuevo amanecer de una nueva vida.

No es revolución es una sublime sensación de haber llegado al final como los genes inmortales de nuestra raza, de nuestra historia.