28 de marzo de 2024

Romance del gato y el ratón

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
19 de junio de 2020
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
19 de junio de 2020

La noticia circuló hace poco en ese periódico sin rotativa que es el voz a voz.

La cosa fue así: Un ratón estaba haciendo de las suyas y buscaban un gato para lo de su competencia. Lo de su competencia era convertir al roedor en bisté a caballo.

Poco importaba que el gato fuera blanco o negro. Suficiente que cazara ratones.

No necesitaba ser de la familia de Beppo, el gato de Lord Byron. Borges, admirador del inglés, tomó prestado ese nombre para su micifús de angora.

Tampoco se le exigía que fuera discreto como Socks el gato del presidente Clinton que nunca contó que su amo, tabaco en mano, convirtió en oral el despacho Oval de la Casa Blanca.

Nadie exigió que tenía que ser primo remoto de Trump, el gato-mascota del expresidente Samper. (Hasta el momento no se conoce ninguna protesta de la Sociedad Protectora de Animales en defensa de Trump… Me refiero al gato, no al del peluquín. No debe ser fácil para una mascota ir por la vida con semejante nombre).

¿Exigían que fuera descendiente del gato que el maestro Botero encontró en casa de las mellizas Arias, según el poeta Mario Rivero, o en casa de Marta Pintuco, otra madame de la época, según Bernardo Hoyos? Negativo.

Bastaba con que el felino anduviera con silenciador en cada pata para no alertar al intruso ratón.

Finalmente, un Arquímedes de barrio gritó alborozado: ¡Eureka! Habían encontrado el gato.

El resto fue cuestión de carpintería: llevar el “gato maula” a casa de su ancestral enemigo, el “mísero ratón”, que seguía haciendo ochas.

Pero  hubo química, física y trigonometría a primera vista entre el ratón y el gato. En reciprocidad, el ratón dejó de hacer de las suyas.

A lo mejor leyeron Vida, la deliciosa autobiografía de Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones, quien cuenta que de niño adoptó un gato, Gladys,  y un ratón que se llevaban de maravilla. Lamento decir que, Doris, la madre de Richards, mató al gato. El roquero nunca se lo perdonó.

No tiene perdón de Dios y ojalá de la justicia que a Elbacé Restrepo, la argentina del suroeste, mi  vecina de página en el periódico, un perro le haya matado a Dulce, su “gota de tigre”. ¡El amo cómplice  y el perro tienen la libertad por cárcel todavía!

También murió de vida el gato de una amiga a la que le envié lacrimógeno mensaje:

Diana Elvira, lamento la partida de Merlín, un ser humano excepcional. Varias veces fue nuestro anfitrión. Para estar a tono con su talante jamás nos regaló un desdén. Cuando tocábamos la retirada maullaba de felicidad. Soy más canino que felino pero tratándose de tu otra media naranja en reñida competencia con el uruguayyyyo Enrique, haré una excepción para derramar un lagrimón en su memoria.