28 de marzo de 2024

Viernes cultural San Fileno de Levante /Herman de los Ríos Tobón

8 de mayo de 2020
8 de mayo de 2020

Nacido en Belén de Umbría, Risaralda, en 1941, muerto en Pereira en 1982. Bachiller del Colegio de Cristo, en Manizales, Abogado por la Universidad de Caldas. Juez en La Virginia, Secretario de los Seguros Sociales de Pereira y del Ingenio Risaralda. Abogado independiente.

Intelectual brillante desde su juventud, partícipe de los movimientos intelectuales de Manizales en los años sesenta y setenta, entre ellos el Nadaísmo, publicó cuentos en El Espectador, La Patria de Manizales, El Pueblo de Cali, y las revistas literarias Pereira Cultural, Tambor de Barranquilla, y Siglo XX de la Universidad de Caldas. En Pereira, fue miembro del movimiento Amigos del Arte.

Finalista del Concurso Nacional de Cuento El Espectador (1977) y de El Pueblo de Cali (1982).

Su prematura muerte interrumpió un importante proceso intelectual y literario, y privó a la región de un escritor de muy alta calidad y amplísimo horizonte.

Entre su buena lista de cuentos hay seis escritos en el peculiar estilo de las hagiografías y martirologios, ya en desuso, el que Herman manejó con una irreverente y desenfadada manera de narrar, condimentada con un decidido toque erótico, hasta entregar “un conjunto construido con arte y fuerza sostenida”, como dice alguna crítica literaria.

De tales cuentos, Eje 21 entrega hoy el que se titula San Fileno de Levante.

SAN   FILENO   DE   LEVANTE

HERMAN DE LOS RÍOS TOBÓN

Tánta es la misericordia divina, que hizo a la mujer partícipe de los beneficios de la Redención, así fueran innumerables sus culpas y hubiese demostrado ser la cuna eficiente del pecado y de la ruina de la humanidad.

Mujer y pecado fueron sinónimos para muchos santos, y éstos, divina ironía, casi siempre reflejaron en su apariencia, en sus gestos y en sus gustos, una delicadeza que podría confundirse con la feminidad.

Pero todos juraron renunciar a la mujer, y en el cumplimiento del juramento hallaron la santidad.

Esta es la historia de San Fileno y de su lucha heroica para cumplir su voto de abstenerse de la causa del mal.

Nacido en Alicante, el culto al santo se extiende por todo el Levante español, y su imagen es más venerada que la Dama de Elche.

Desde su primera niñez, San Fileno demostró, en todas sus actuaciones, la más tierna devoción, la más delicada pureza, y la más firme vocación a la santidad.

Contaba apenas cuatro años cuando ya cosía preciosos vestidos para la imagen de la Virgen que presidía su casa y, en acceso de piedad, un traje completo para el Crucificado que siempre velaba su sueño.

Daguerrotipos de la época nos lo muestran con los rizos rubios que le llegan a los hombros y que circundan su cara con tal brillo, que parece anticipo del halo de los bienaventurados.

No se explican los sicólogos que han estudiado su vida, el por qué San Fileno fue tan adicto a la mujer durante su infancia, y cuál fue el rayo de Damasco que le hizo abrir los ojos y abominarlas por el resto de la existencia. Porque ha de saberse que el santo tuvo una niñez feliz, rodeado de mujeres: de su madre, a la que adoraba; de su prima Anabella que le enseñó a tejer y con quien cosía los vestidos para las imágenes sagradas y para las muñecas de sus continuos juegos. Sin contar las tías que lo consentían y la hermana mayor que complacía sus horas rizando los cabellos del infante.

Tal vez este habitual trato con las mujeres le hizo conocer prematuramente la condición femenina, de allí su promesa de renunciar a ellas y el desprecio que siempre les demostró.

A partir de la Primera Comunión del santo, la entristecida parentela femenil empezó a sufrir el escozor de sus desdenes y el agobio de sus desplantes. En la primera fiesta a la que asistió, fue invitado a bailar por la despechada Anabella, y Fileno, en súbito arranque, humilló a su prima, prefiriendo bailar con un compañero de estudios, lo que hizo durante toda la noche.

He de anotar que las danzas típicas del Levante español permitían escogencia de pareja sin exigencia discriminatoria.

Desde entonces nunca el santo frecuentó mujeres por propia voluntad. En un principio su única amistad era el compañero con quien había bailado, con quien solía ir a recorrer los viñedos, a quien confiaba sus secretos, y a quien tanto quería que celebraban sus encuentros con castos besos y puros melindres.

Eran los amigos de tan bella presencia, que semejaban niños de Reynolds o personificaciones del Narciso de Caravaggio. Prueba de ello es el que hubieran sido escogidos para representar en la escena a la Virgen de Lourdes y a Bernardita Soubirou, y que lo hubieran hecho con extrema complacencia, gracia, devoción y competencia. Fileno fue la Virgen, y virgen se conservó siempre, a pesar de que su hermosura concitara todas las fuerzas del mal contra su virtud.

Es triste decir que su propia familia no fue ajena al hostigamiento de la seducción y a la deshonesta instigación.

Tenía el santo trece años y se hallaba de vacaciones en casa de su tía, en Murcia. Se encontraba en su habitación leyendo, en la cama, la vida de San Sebastián, en un bello libro colmado de imágenes, y cubierto sólo por una sábana delgada en razón de la calidez de la estación. Tal vez esa misma calidez hizo efecto en la mujer, su tía, la cual, de improviso, se le presentó desnuda en su cuarto. El horrorizado joven saltó de la cama, cubrió con la sábana el cuerpo de la impía, y, desnudo, huyó de ella y buscó refugio en la cama de su primo.

Nunca contó a éste la razón de su decisión, pero determinó no volver a dormir solo durante su permanencia en la ciudad del Segura.

Con este primo sí que hizo el santo una hermosa amistad. Intercambiaban estampas y crucifijos, se regalaban ramilletes espirituales, y en sus largas caminatas o en sus prolongadas encerronas, su tema principal era la estadística de la perfidia femenina, el caudal de males que nos ha traído, y la recopilación de las citas de los santos Doctores de la Iglesia sobre la perversidad inherente a la mujer. Es lástima que de estas conversaciones fueran ellos los únicos testigos. Esto nos priva, seguramente, de inspiradas palabras que podrían llevar a algún descarriado, al santo temor de Dios.

Esta bella amistad indujo a Fileno a prolongar su estada en Murcia, y allí vivió tres años en casa de la tía. Esta, hay que decirlo, jamás reincidió en su pecado. Siempre conservó en su avergonzada memoria la imagen del joven desnudo que huía y este pensamiento permanente la movió a dedicar su vida a purgar la culpa, a trabajar por los demás, y a colaborar con Santa Angustias en la constitución de la Orden de las Hermanas de la Perpetua Frustración.

En ese tiempo los primos estudiaban en el colegio de la capital, destacándose como hábiles e inspirados dibujantes. Nunca un tema profano aparecía en sus dibujos. Nunca una mujer se hizo presente, excepción hecha de la Madre de Dios. Eran siempre pasajes bíblicos masculinos o relatos hagiográficos, que les estimulaban sus sensibilidades religiosas: la creación de Adán, Caín y Abel, David y Jonatán, Jacob y el Ángel, los Ángeles de Sodoma,  Tobías y su compañero, el martirio de San Sebastián.

En la Catedral de Murcia se conservan algunos de estos dibujos, y es patente, además de su arte, su potencia milagrosa. Y del estudio de los cuadros se desprende que los amigos se servían mutuamente de modelo. Y hacían bien: en quién, mejor que en el compañero, podrían encontrar la mirada pura de Abel o el cuerpo núbil de San Sebastián?

Estos mismos episodios fueron llevados a la escena por el grupo de teatro que nuestros amigos fundaron en el Colegio para contrarrestar la influencia nociva de los Calistos y Melibeas, y de los licenciosos personajes de Zorrilla, Moratín y Tirso de Molina, que infestaban los proscenios.

También, como avezados bailarines, realizaron sacras coreografías de ballet, y como directores de la biblioteca de la institución canalizaron sus esfuerzos para expurgar, tijera en mano, todas las enciclopedias, de las venus, odaliscas, ninfas y gracias, que sólo son un pretexto de los pintores para sus desfogues lascivos, y que, en alto porcentaje, son razón suficiente que conduce a los estudiantes a agotamientos onanistas.

Pero no tardó la infamia humana en considerar perversa su amistad y en malear su    relación, estimando viciosa su intimidad, sospechoso su tomarse de las manos, reprobables sus besos de cariño, preocupante su compartir el catre. Con deliberada y dolosa minuciosidad examinaron sus cuadros, y en la ausencia de mujeres no hallaron la virtud sino el pecado nefando demostrado. Tal la razón para que Fileno y Adamado, que ya es momento de decir su nombre, fueran excluidos del plantel en forma pública, convictos de sarasas, bujarrones, enerves y cacorros.

Pero no quiso el Señor que el santo que, de niño, lo vestía; el que cosía para la Virgen; el que abjuró de las mujeres sin entregarles la manzana de la pureza; el que no cayó en la red de su rijosa tía; el que sacralizó el teatro y el ballet; el que con sus recortes evitó la comisión de centenares de pecados semanales, fuera escarnecido de tal manera.

No había terminado el rector de leer la atroz sentencia, cuando el rayo divino cayó sobre la cúpula de la Catedral. De haber caído un minuto antes no habría tenido ocasión el vulgo de enterarse de la inaudita imputación. Pero Dios quiso que los santos cargaran con el sanbenito, y, según la tradición, dispuso que mientras más de la mitad de los habitantes de Murcia creyera la calumnia, la cúpula no podría reconstruirse.

El vigésimo intento, el año pasado, también resultó infructuoso: la construcción se fue a pie la víspera de su inauguración por razones que nadie ha podido explicarse, a no ser que, a pesar de la canonización, los santos tengan todavía en Murcia fama de bardajes.

El hecho de que, en principio, se hubiese tomado el milagro como simple meteorología, hizo que Fileno y Adamado, repudiados por sus cognados, dejaran la provincia y se establecieran en zona rural de Castellón de la Plana, donde adquirieron un baldío que, gracias a sus cuidados, muy pronto fue un pensil de nardos, alelíes, geranios y gladiolos.

Pero hasta allá fue a buscarlos el demonio de la lujuria, presente en ocho suecas desnudas que, de sorpresa, invadieron la playa, usualmente desierta, que daba al frente de la cabaña. También desnudos, porque el cuerpo en su totalidad es un homenaje al Creador, dormitaban los santos sobre la arena, cuando los despertó la algazara de las libertinas, que ya, desde entonces, infestaban nuestras playas mediterráneas. En su afán de cubrirse las partes pudendas, ninguna defensa podían oponer los donceles al salaz ataque de las descaradas nórdicas.

Esta es una imagen de las que más suelen meditar y recrear en sus mentes los buenos devotos de San Fileno, y una de las que más circulan y se venden en bella edición de Alinari: Los santos, con los ojos cerrados y las manos en gesto púdico bajo sus vientres, imploran a las ocho rubias que los acosan en porreta.

Casi lograban las concupiscentes su propósito de descubrir las carnes de los predestinados y, dada la acentuada virilidad de los jóvenes, cabe pensar en el combate que libraba su voto, nunca atacado en tanta demasía.

En forma oportuna y exacta, como bajada del cielo, llegó esta vez la ayuda divina. Cuando ya las falanges de las manos de los amigos cedían en la lucha, fueron éstos transformados en dos bellas suecas desnudas, que carecían para las asaltantes de interés erótico. Como una alucinación alcohólica, dada la afición etílica común a las rubias del Norte, tomaron las suecas lo ocurrido, y, haciéndose las tales, se alejaron en busca de masculinidades menos comprometidas con el Señor.

Teólogos en entredicho se atreven a criticar esta merced y afirman que igual de fácil, o hasta más, le habría resultado a Dios convertirlos en plantas o piedras, en perros que causaran escarmiento, o simplemente hacerlos invisibles. Afirman que no era necesario que la nueva apariencia les persistiera después de la ida de las suecas, ya que lo cierto es que a San Fileno le duró cuatro días, y un mes más a su fiel Adamado. Dicen que, por lo menos, Dios debió impedir la presencia de los pescadores que los vieron al regreso, imperitos en cubrir con sus manos partes del cuerpo que hasta entonces habían carecido de veste y atavío, y que los sometieron de palabra a toda la procacería imaginable.

Al llegar a la cabaña el espejo les demostró que el milagro continuaba, lo que sumió en llanto a los jóvenes, los cuales, con pudor que desconocían estando a solas, se cubrieron con cortinas y frazadas y, por esta sola vez, no lloraron abrazados.

Los santos optaron por separar dormida, y para no crear ventajas a favor de alguno, tendieron sendos jergones en el piso.

¡Cuántas veces el ardor juvenil de los amigos no los despertaría en la noche, al imaginar la reciente hermosa mujer que dormía tan cerca!  ¡Y cuántas veces vencerían la tentación al repasar en sus propias figuras, y pensar que, a la violación del voto, se sumaría el agravante del acto nefando y contra natura!

Ya a los cuatro días, esta última circunstancia no contaría para Fileno, quien recuperó su presencia viril, pero no la desenvoltura ante su amigo, quien seguía como mujer.

Vitelas de muy escasa circulación nos muestran a los santos orando en la iglesia de Castellón. El luce flux azul y camisa con cuello mariposa. Ella, es decir Adamado, un capisayo monjil.

Durante el mes de discriminación divina con los jóvenes, fueron más intensos y justificables, si se quiere, los intentos de la tentación, ya que había dejado de existir similitud sexual.

Pero a fuerza de agua de alcanfor, de meditación en las eternas consecuencias de la ruptura del juramento, y de permanentes duchas frías, lograron los santos pasar esta prueba, y todo volvió a ser como antes.

Una noche en que los amigos se hallaban en oración, un mozalbete llegó a sus puertas en urgencia de posada. Todo en él reflejaba candor y belleza, y los santos lo dejaron dormir en el jergón que había sido de Adamado. Pero ignoraban que todo eran señuelos del demonio, ya que el invitado era una mujer disfrazada y dispuesta a quebrantar la ya famosa castidad de los mancebos, y que, en continuo espionaje, tramaba el momento oportuno para realizar sus planes.

Ocurrió que Adamado, mientras su amigo dormía, hubo de levantarse al lugar excusado, por exigencias fisiológicas de las que muy pocos santos se han librado, instante que aprovechó la oportunista para ocupar su lugar al lado de Fileno.

A su regreso, el desconsolado Adamado contempló la escena y en su tristeza se tendió en el jergón vacío. Estos momentos de vacilación, de falta de fe en Dios, de celos y de desconfianza en el amigo, han sido obstáculo para la canonización de Adamado, quien sigue siendo apenas Siervo de Dios.

La costumbre hizo que, al sentir el cuerpo a su lado, el brazo de Fileno lo abarcara, pero de repente sus manos sintieron turgencias frontales incompatibles con su devoción, que hicieron que el iracundo joven, a foetazo limpio, expulsara a la pecadora, dejándole en la espalda recuerdos de su fallida tentativa.

Se recomienda a los devotos adquirir la estampa que muestra a Fileno, cubierto con una sábana, perseguir con un rejo a la mala mujer que, en su desnudez, muestra largas huellas rojas en su espalda y en sus glúteos.

Desde su retiro como monja del Convento Trinitario de Albacete, que allí terminaron los días de la desventurada, muchas veces Anabella rebatió los infundios de ser ella la mujer del disfraz, de modo que ha quedado a oscuras la identidad de la maldita.

En razón de estos hechos los santos hubieron de hacerse a los servicios de un mastín misógino y feroz que avistaba a distancia a las presuntas invasoras y las hacía huir despavoridas.

Y monótono y probablemente lúbrico sería el relato de los intentos de las relapsas por corromper el pudor de los jóvenes y por inducirlos en prácticas ajenas a sus propósitos.

En aquella época del siglo veinte España estaba en crisis de masculinidad. Se oteaba próximo un conflicto bélico, y los gobiernos se empeñaron en exaltar las cualidades que, como la saña, el despotismo y la fiereza, eran consideradas viriles, y en proscribir y perseguir la delicadeza en los hombres, a pesar de que las recientes canonizaciones de Estanislao de Kotska, de Domingo Savio y de Gabriel Borromeo, santos de tan discreta virilidad, que prácticamente canonizaban tan bella condición.

Por ello, perseguidos en primer término fueron Fileno y Adamado, por acusación de travestismo, y por causa del milagro de las suecas, si es lícita la expresión, y a la chirona fueron a dar.

Otra lámina favorita de los devotos de San Fileno muestra a éste y a Adamado en prisión, las ropas desgarradas y la mirada aterrada y suplicante, mientras una veintena de degenerados trata de someterlos a la más humillante y dolorosa vejación. En ese preciso instante, como si todos los sufrimientos de los santos fueran trama de Dios para su golpe de gracia, los amigos desaparecieron de entre las manos de los presos, y en su lugar quedaron dos lirios, que fueron como fuego en las manos de los presuntos violadores.

Era que el Señor los había atraído hacia Sí, y que, enamorado de la virtud y pureza de los jóvenes, había resuelto, como en otra ocasión, hacer persistente el milagro.

Por razones prácticas, y por ser parte del sumario de la desaparición de dos presos, los dos hermosos lirios estuvieron mucho tiempo en un Juzgado y hoy se exhiben y veneran en el Museo de la Fuga y Tácticas de Evasión de la Escuela de Policía de Valencia.

La Santa Rota acogió la versión que antecede, y previa declaratoria de presuntos muertos por desaparecimiento, fueron elevados a las alturas, aunque en diferentes estratos, Fileno y Adamado.

Parece que la oración y el clamor de los devotos han dado fruto y que las autoridades policiales han dispuesto donar a la Catedral los dos añosos lirios. Dicen que las múltiples peregrinaciones a la Escuela de Policía, el mucho rosario y parafina, el permanente asedio en la puerta del Cuartel de los millares de jóvenes delicados que los han tomado como sus patronos, las innumerables monjas que imploran a los santos misericordia por su triste estado de mujer, son aspectos que justifican la donación, a más de que el Museo no es de historia natural y de que tanta llama de cirio ablanda el acero.