Entre ciclas, pedales, consolas y tornamesas
En el ciclismo, el uno, y en la radio, el otro, vieron las primeras luces de sus quehaceres futuros en el departamento de Caldas el prematuramente desaparecido pedalista Arturo López, “Peluca”, y el operador de sonido Rogelio Cruz Mejía, “Lamparilla”, quien acaba de hacer su arribo a los 80 abriles.
López nació en Boyacá, de donde lo trajo muy joven a Manizales su mamá, doña Lastenia, una vendedora de frutas que se afincó en el populoso barrio El Carmen.
Cruz nació en Rionegro, Antioquia, pero recibió las aguas bautismales en la Ciudad de las ferias. Se paseó, en su orden, a partir de los 14 años, por cuatro emisoras de la comarca: Radio Luz, de don Jorge Hoyos; Transmisora Caldas, de don Ignacio Escobar; Radio Manizales, de don Alberto Hoyos, y la Voz del Ruíz, de don Gilberto Aristizábal.
¿Qué cosas tuvieron en común estos dos invitados al Contraplano del 17 de mayo? Una sola circunstancia, bien sui géneris:
“Peluca López” murió trágicamente en 1962, cuando contaba 25 años, mientras descendía “a tumba abierta» al chocar con una camioneta de estacas de la CHEC, en la curva izquierda cerrada de «Los Halcones», cerca del Hospital Santa Sofía, en cumplimiento de una doble a Pereira.
Del accidente recuerda el exciclista Fernando Gutiérrez Rivillas que hubo una etapa Manizales-Cartago-Manizales y después de la salida en la Plaza de Bolivar, López y Rubén Darío Gómez tomaron la delantera y en el vertiginoso descenso después de la plaza de toros, cerca a la Estación Uribe, apareció el fatal automotor de la hidroeléctrica contra el que se estrelló de frente Arturo López, quien murió al instante.
Se trataba de un entrenamiento, de cara a la venidera Vuelta a Colombia, en cuya edición anterior había sido cuarto en la clasificación general. Su trágico deceso causó hondo pesar en el ámbito ciclístico por tratarse de una figura respetada, de gran porvenir, que mantenía una sana rivalidad en las carreteras caldenses con Gómez, el llamado “Tigrillo de Pereira”, nacido en Chinchiná, Caldas.
Para los especialistas de la época, López llegó muy tarde al ciclismo, cumplidos los cinco lustros. No obstante, era un corredor completo, de todos los terrenos. Muy resistente, fuerte y sin miedo para el descenso. «Nació en la época que no era para este deporte», recuerda el colega Duván Marín Martínez.
Un día después de la muerte trágica del popular “Peluca”, nació como por arte de birlibirloque el apodo de un conocido personaje de la radio manizaleña: Rogelio Cruz Mejía.
El recordado narrador deportivo Augusto Salazar Urrea, a quien llamaban “El Angustiado” por la rudeza de su rostro, transmitía en directo por la Voz del Ruíz, sin más apoyo que el de su control máster, desde los estudios centrales, situados a media cuadra de la Catedral, cuando una falla técnica sacó del aire la transmisión del funeral. En medio de la desesperación, el “Róger” le echó mano al primer disco que encontró en el estudio y lo puso a sonar al aire sin mirar el título: era “Lamparilla”, de las mejicanas hermanas Padilla. A su regreso a la estación, Salazar, el sobrino de don Tulio Urrea, le aplicó para siempre a Cruz Mejía el remoquete “Lamparilla”, que lo acompaña hace más de seis décadas.
La apostilla: Sin saberlo, compartieron apodo, a muchos kilómetros de distancia, por sus abundantes cabelleras, Gabriel García Márquez, el futuro fabulador mancondiano, que cursaba bachillerato en el Liceo Nacional de Zipaquirá, Cundinamarca, y el ciclista Arturo “Peluca” López, el aplaudido rutero de los años 60, en el viejo Caldas.
ASI ERA LA MAMA DE “PELUCA” LOPEZ
En la siguiente misiva enviada al co-director del diario digital EJE 21, Orlando Cadavid Correa, el lector Fernando García Cuartas hace una emotiva remembranza de doña Lastenia, la señora madre de Arturo “Peluca” López:
Excelente reseña de Arturo “Peluca” López. Recuerdo que para esa época el suscrito estaba estudiando en una escuela que quedaba a un lado de lo que se llama el “sótano” de la galería, en Manizales. Yo vivía en el barrio Campohermoso y tenía unos conejos en el patio de mi casa.
Doña Lastenia tenía un puesto de revuelto en la galería y me guardaba los desechos de repollo, zanahoria, etc, para con ellos alimentar mis conejos; cada tercer día, ella, muy juiciosita me los tenía amarraditos y empacados, y no me cobraba nada. Era una viejecita hermosa, pequeñita, de ojos vivarachos, vestía impecable a pesar de su oficio, y muy amable; a veces me regalaba algunas frutas y siempre me preguntaba por el estado de salud de mis conejos. Yo vendía gazapos en la sección de animales, en el mismo pabellón, cerca del puesto de doña Lastenia, y muchas veces se los mostraba antes de venderlos y algunas veces le regalaba gazapitos. Recuerdo la alegría que ella experimentaba con esos obsequios que eran como una mínima retribución a ese gesto tan bello de doña Lastenia por la alimentación de mi incipiente industria cunícula. Qué tiempos aquellos.
Fernando García Cuartas.
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