28 de marzo de 2024

Mis viejos mejores amigos

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
8 de abril de 2020
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
8 de abril de 2020

No cantaletean,  no traicionan, no dinamitan oleoductos, no piden plata prestada, no votan,  no se estresan, no pagan impuestos. Es su forma de ejercer el goce pagano.

No leen correos electrónicos, no son lagartos. No practican la traición.  “No olvidan nunca su canción”, a tono con el poema de Rogelio Echavarría. Dicen que sin wasap también hay paraíso.

Están amañados en su oficio de pájaros. Viéndolos atravesar el viento con una cierta sonrisa, me late que a mis cucaracheros amigos no les gustaría ser nube, desobedeciendo otro verso, de Tagore.

Mis viejos mejores amigos son dos cucaracheros con los que redistribuyo ingresos y ocios. Son mis siquiatras. No me  pasan factura a.c y d.c, después del coronavirus.

No cobran entrada por oírlos cantar. Los Troglodytes  aedon, o cucaracheros comunes, de la llanura, pájaros de a pie, tienen dos cantos: uno breve, amenazante, cuando creen que  intrusos con plumas se le van a meter al rancho donde sueñan sus pichones.

Cuando es  necesario, el trino que emiten parece una ametralladora con silenciador. Es su arma disuasiva, junto con un pico que parece clonado del pez espada y que manejan con destreza de d’Artagnan, el mosquetero estrella de Dumas. Defendiendo a los suyos, se mueven, nerviosos, iracundos.  Es su forma de marcar territorio, exigir respeto.

Los he visto poner en fuga a solitarios y agresivos mayos, a  azulejos que siempre van en pareja, y a ciriríes bulliciosos que tienen escrituradas las copas de los árboles.

El otro canto de los cucaracheros es más amable, festivo. Provoca sacar pareja. Contagian sus ganas de vivir. Verlos en esta actitud rebaja kilos. Nos ahorra tomar pastillas, practicar yoga; qué pilates ni qué ocho cuartos.

Pero también son sensatos y escogen enemigos relativamente pequeños para poderlos derrotar. Tampoco son giles: las pocas veces que han venido a su pajarera amedrentadoras pavas maraqueras, les dejan el espacio libre. Toca espantarlos.

Los cucaracheros tienen respeto, admiración, por la soledad o barranqueño. Cuando aparecen, chorrean la baba por ellos. O ellas. Su altiva aristocracia les provoca envidia. También son humanos. ¿Cómo culparlos?

Fieles a morir “no inventan nuevos picos para el amor” y “a nadie humillan con su feliz indiferencia”. Mejor dicho, parece que se supieran de memoria el poema del transeúnte Echavarría.

Mientras más conozco a los hombres y a los perros más quiero a mis cucaracheros. (www.oscardominguezgiraldo.com)