Méjico lindo y sufrido (IV)

Con las catrinas , desde que las conocí, fue amor a primera vista. Son una mezcla indescifrable de humor trágico, mensaje filosófico subliminal, pero también sonreída esquelética invitación a la vida adornada, no ordenada. Porfirio Barba Jacob, que le debe tanto a Méjico de su renombre como poeta, dijo que hay que vivir dentro de un mágico desorden. Digresión se llama esta figura.

Según cuentan, la catrina fue una figura ideada hacia 1910 por un dibujante de nombre José Guadalupe Posada y bautizada por Diego Rivera, el muralista. Catrina es el femenino de catrín. Y catrín, en mejicano, es una especie de filipichín, que siempre anda con una dama tan bien vestida como él, pero a quienes se les nota su etnia indiada y mestiza. La calavera, de sexo femenino se supone, aun cuando creo que las calaveras no tienen sexo, solo va tocada con un sombrero, lo mas elegante que se pueda. Los demás adornos y versiones, están a cargo de los imagineros. Pero su significado, es muy aplicable a todos los latinoamericanos: estamos en los huesos, pero queremos ser franceses o españoles. Así sea únicamente por los atuendos.
Desde un estante de libros, me mira una catrina pequeña, con un hijo calaverita y unas flores en los brazos, que me está recordando la frase de su creador José Guadalupe Posada: «La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera (rubia), morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera». En el cementerio de mi pueblo, en su frontis, hay una calavera cruzada por dos húmeros, como la de la bandera de los piratas, y debajo una frase que reza «Lo que eres fui; lo que soy serás». Vean pues. Un trasvase cultural, como dicen ahora.

Lo que ni siquiera los chinos pueden adocenar son los alebrijes mejicanos, esas figuras maravillosas, de fábula, fantásticas, que se consiguen por todas partes, elaboradas en papel maché, cartón o madera y que identifican la expresión mas auténtica de la artesanía mejicana. Yo no sé si cada pieza es única, pero si se hacen en serie, por centenares, no pierden su gracia ni su atractivo. Es un esplendor surrealista, un sumum de la creatividad. Por algo surgieron de las alucinaciones producidas por la fiebre al artesano Pedro Linares en 1936, en las que aparecían figuras zoomorfas, combinadas unas con otras, quienes aterraban a Linares con sus gritos monocordes de ¡alebrijes…alebrijes…alebrijes..!. De ahí su nombre. En las repisas, bibliotecas, cualquier lugar de la casa de quien ha ido a Méjico, luce un alebrije. Algunos le dan contenido esotérico. Tal vez porque recuerdan que hay un alebrije inmortal. Pepita, una combinación entre águila, jaguar, carnero e iguana es la guía espiritual de Mamá Imelda, la tatarabuela de Miguel, el protagonista de Coco, la película inolvidable de Disney. Yo tengo un alebrije de madera, que no me canso de mirar, así es la fascinación que en mí ejerce. Dicen los mejicanos que uno no escoge a su alebrije; que es el alebrije el que escoge a su dueño.
Terminado el recorrido extenuante, la retina impregnada de colores, de cromatismo rutilante, encontramos al frente de Artesanías Ciudadela, la Biblioteca de Méjico, José Vasconcelos. Vasconcelos es una de las figuras mas destacadas de la intelectualidad mejicana de todos los tiempos. Y como reconocimiento perenne bautizaron esta Biblioteca con su nombre. Si a alguien se debe la difusión de la cultura de su país es a este político, novelista y funcionario público cuya obra mas difundida y polémica fue el ensayo La Raza Cósmica, en el que nos anuncia a los latinoamericanos como la quinta raza, dueña del futuro. Vasconcelos murió a los 77 años de edad, en 1959. Y el espacio también murió, pacientes lectores. Hasta el próximo lunes, en que encontrarán ustedes la última crónica sobre este discursivo y multitemático viaje.