28 de marzo de 2024

Liderazgo en tiempos de crisis

26 de marzo de 2020
Por Juan Alvaro Montoya
Por Juan Alvaro Montoya
26 de marzo de 2020

No es lo mismo ser candidato que ser gobernante. En este peregrinaje, se asciende al poder en medio de una lid que conlleva sacrificios excepcionales y una batalla extensa que no termina cuando se logra el ansiado triunfo. Su camino inicia como una quijotada que fija un horizonte claro y persiste en él. En este periplo fabrica quiméricos programas de gobierno, acumula amigos, gana rivales, se somete al escrutinio público, pronuncia acalorados discursos, expone con vehemencia sus ideas, hace del esfuerzo su consigna y finalmente, con alma de tahúr, lo apuesta todo el día de las elecciones. Cuando finalmente alcanza el anhelado solio, sus derroteros cambian. Adapta sus ideas a una realidad nueva, a una dirección que le exige un materialismo práctico en lugar de locuacidad crítica, a un contexto cambiante que debe sortear cada día, donde la fuerza de los hechos se impone sobre el ideal de la campaña.

Hacer un buen gobierno requiere de enormes virtudes: paz, justicia, pragmatismo, concordia, fortaleza, prudencia, templanza, pero, ante todo, liderazgo. Esta cualidad se extraña o elogia en momentos de ruina. El estadista que es líder construye un camino fiable para su pueblo, sabe que las dificultades no le son ajenas y las capitaliza como oportunidades para crecer, se levanta de las adversidades, transmite seguridad, imparte instrucciones con claridad y no se contradice, toma la iniciativa y evita que otros decidan por él.  Quien no lo es, quien supone que el cargo le otorga un liderazgo del cual carece, quien construye su autoridad sobre la fuerza o los pergaminos que le da una posición temporal en la administración, prueba la hiel del fracaso y la distribuye a cuenta gotas entre todos. No importan sus intenciones, sus ideales o su formación. En tiempos de crisis el liderazgo se tiene o no se tiene.

El líder debe arroparse de otras virtudes que van más allá de requeridas para un buen mandato. Debe ser rápido en la planificación y en la ejecución de sus ideas, mover sus fichas con celeridad y anticipar posibles escenarios para cubrir todos los frentes. Debe proyectar confianza y firmeza que serán fundamentales para superar los eventos calamitosos que se ciernen sobre el país pues de lo contrario, en caso de infundir inseguridad y temor, este sentimiento se propagará más rápido que el mal que busca evitar. Debe ser realista y honesto y comunicar los hechos con la mayor claridad para contribuir en el proceso de sensibilización colectiva pues en caso de exagerar o minimizar las circunstancias, tarde o temprano perderá credibilidad y con ello sus bases se verán lesionadas. Su mente debe permanecer positiva ante la complejidad de la tesitura, por difíciles que ellas parezcan y espantar cualquier asomo de pesadumbre que pueda ser contagioso. Su enfoque debe ser global, para mantener una visión amplia de las coyunturas conservando sus objetivos incólumes y la forma de alcanzarlos. Debe predicar con ejemplo, de manera que sirva como modelo para todos aquellos que le siguen. En suma, un gobernante empoderado necesita pasar de la locuacidad de la campaña a los resultados que como líder debe demostrar con su capacidad de gestión, contención y dirección y servir como faro en la oscuridad de la noche.

Hoy el mundo se enfrenta a una situación inusual. Mas de mil millones de personas se encuentran confinadas en sus hogares en razón al pánico de un posible contagio del coronavirus. Las calles desoladas, aeropuertos cerrados, destrucción de puestos de trabajo y conatos de disturbios sociales son la constante la mayoría de los países que ansiosos buscan un norte sin encontrarlo. Para alcanzar este objetivo urge rodear nuestras autoridades para que cada una, en el ámbito de sus competencias, tracen los lineamientos más adecuados para pasar la página. No obstante, es patético observar la forma en que algunos mandatarios locales parecen mantenerse en campaña durante los actuales eventos, olvidando su rol como autoridades públicas que están sometidas a un orden constitucional y tienen al Presidente de la República como Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa (CN Art. 189). Con ello minan el liderazgo del Jefe de Estado para conjurar la pandemia. Nos guste o no, nuestro país cuenta con un dirigente que fue elegido democráticamente y que debe dirigir, como lo ha procurado, los destinos de la nación en estos momentos aciagos.

Por mandato constitucional, el presidente simboliza la Unidad Nacional (CN Art. 188), y es nuestro deber como colombianos rodearlo – manteniendo nuestro sentido crítico – en las decisiones que se adopten en beneficio de la nación. Ya habrá tiempo para la campaña. Por ahora solo le decimos ¡Salve usted la patria!