28 de marzo de 2024

Un humanista de veras

9 de enero de 2020
Por Jaime Lopera
Por Jaime Lopera
9 de enero de 2020

Nodier Botero, que amaba la música de Beethoven, no hubiese querido irse de este mundo sino escuchando los primeros compases de cualquiera de las sinfonías de ese prodigioso alemán cuyos doscientos años de nacimiento se cumplen en el 2020. Las melodías del compositor lo sumergían en un éxtasis del cual no salía sino con una demanda de atención que alguien le hacía para concretar una charla. Si se pudiera hablar de una pasión respetable, era esta: más que las palabras, eran las corcheas. De eso hablamos varias veces: sobre una posible sala de conciertos en Armenia con el aporte de sus numerosos CDs de música clásica y nunca, como pésimos emprendedores, nunca pusimos en marcha esta formidable iniciativa.

Pero en cambio la literatura son párrafos, frases, conocimientos,  discursos, muchas lecturas y poco de semifusas, y en este escenario empezaba la vida auténtica de Nodier porque luchaba con los conceptos al mismo tiempo que los trabajaba con cuidado en sus escritos para armar, como lo diría él mismo, una buena partitura. Fue la faceta que más le admiramos sus amigos con la condición de que muchos de ellos, que se proclamaban como tales, no lo entendían: primero, por la actitud de un flemático, más que un tímido, que solía alzar la voz para reafirmarse; y segundo, porque no le hacía arrumacos a la popularidad y, antes bien, la colocaba a un lado para que ella no le interrumpiera sus amores con la filosofía.

El ingreso de Nodier a la Academia de Historia del Quindío significó que la cultura regional tendría un historiador. Así sentimos su entrada a la entidad: como una voz nueva inmersa entre estudiosos de palimpsestos, legajos viejos y archivos; pero además, como el abanderado de una visión crítica hacia la cultura quindiana que él ya tenía explicada en sus libros sobre la novelística de la región y las sucesivas interpretaciones que un buen seguidor de Foucault le daría a tales trayectorias literarias. Haber establecido la idea editorial de la Cátedra de la Quindianidad y, más tarde, la de la Paz, fueron también prendas suficientes para que Nodier Botero le diera el lustre necesario a la bibliografía local que los académicos estamos tratando de componer.

Infatigable trabajador, culto y constante en su papel como científico social, a menudo dejaba de lado algunas técnicas estadísticas de recolección de datos en favor de las disquisiciones filosóficas en las cuales se explayaba con notoria facilidad. Con todo, el manejo de los materiales institucionales para organizar su enorme obra sobre la educación política de los ciudadanos merece destacarse, porque no solo define con ella las competencias que corresponden a la juventud, sino también el proceso histórico e ideológico de las constituciones colombianas. Su guía filosófica, política y semiológica para estudiar la Carta del 91 a la luz de la época actual, es un decidido escrutinio a las nociones de participación, convivencia y paz en Colombia. Con estos vigorosos enfoques Nodier se iba acercando más a la ciencia política que a la filosofía de la historia, y así daba cuenta de su radical descontento frente al status quo: solo que, como agitador político, lo hubiesen noqueado en el tercer segundo del primer asalto.

Por supuesto que la importancia de Nodier en los círculos intelectuales del Quindío debería medirse, si es que cabe, más por el impacto de su pensamiento en grupos que lo trataban o conocían, y que eventualmente le darían continuidad a sus ideas. Hemos hecho el ejercicio de encontrar algunos protagonistas de esta clase de influenciadores en el eje cafetero y a decir verdad es una prueba difícil, sobre todo para adelantar un pronóstico sobre los alcances de una huella humanista que tiene aquí, a mi juicio, y con las salvedades de su cautela, un solo actor de respeto, Carlos A. Castrillón.

En efecto, no se trata de mostrar que Nodier Botero era un humanista de veras sino que era un humanista con baja audiencia –si es posible clasificar a los intelectuales por el grado de predominio que tienen en una comunidad cultural. ¿La influencia se mediría acaso por el impacto de unas ideas? ¿Por el número de libros que publicó? ¿Por el número de conferencias dictadas? ¿Por el número de veces que se le cita un verso de un poema o el párrafo de un escrito? Sartre fue un influenciador en la filosofía, Borges en la literatura, Whitman en la poesía, entre otros. Pero, ¿será posible hacer un inventario de los colombianos humanistas que movieron el pensamiento nacional como Gomez Dávila, Nieto Arteta, Andrés Holguin, Mario Laserna, Abelardo Forero, Rafael Gutierrez Girardot, Antanas Mockus, por no mencionar sino unos pocos?

Pero además: ¿qué influencia puede tener aquí un escritor que no ha sido distribuido en una región donde hay poquísimos lectores? Uno podía escuchar a Nodier con el discurso filosófico siempre listo, pero en medio de una audiencia reducida por su incultura. En ese sentido nos faltó empujarlo a crear escuela (como la de Estanislao Zuleta) pues muchos estábamos dispuestos a seguirlo y recrear su nombre porque tenía las suficientes opiniones para establecer diálogos edificantes. Por ejemplo, su empatía con la región se revela en ese libro especial llamado “El Discurso de la Raza Paisa” donde el concepto de raza (muy discutible) va más allá del género o el color de las personas y se inscribe más que todo en el mundo de los valores culturales que le dan un verdadero significado a los hechos sociales.

Tal vez haya muchos solitarios que poseen una erudición sin igual en nuestro medio pero no los vemos juntos: no existe aquí una comunidad intelectual determinante y poderosa. Por tal motivo será fácil concluir en que Nodier Botero fue por lo tanto un erudito diferente, en un terreno baldío que apenas lo reconocía. Por eso mismo él tendrá nuestra preferencia y del mismo modo nos va a faltar el acicate de sus pensamientos.

Enero 2020