3 de junio de 2023
Directores
Juan Sebastián Giraldo Gutiérrez
Ximena Giraldo Quintero

DOLOR

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
17 de enero de 2020
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
17 de enero de 2020

No había cumplido los tres años, apenas si podía con la articulación completa de las palabras, bailaba al ritmo de la música, según los pasos que previamente sus padres le marcaron en el escenario. De ese escenario no se volvió a bajar hasta que las fuerzas de la confusión vital  se lo comenzaron a convertir en un laberinto donde se perdía, sin saber que estaba haciendo allí, sin tener razones ciertas de permanecer, sin siquiera saber a que se había subido. Los demás la veían como una estrella, ella ni siquiera se percibía como persona. La voz se mantuvo intacta por siempre, potente, poderosa, sonora, muy bella. Fue una estrella inmensa  en el mundo del espectáculo, en el que nació, en el que se crió, creció, se desarrolló y solamente le faltó morirse porque alguna vez no pudo despertar del sueño profundo inducido a base de muchos barbitúricos combinados de manera desordenada y en el desespero de conocer el descanso. Fue grande como la que más. Pero nunca vivió. No se pudo disfrutar  su vida. No pudo estar al lado de sus hijos. No supo nunca escoger adecuadamente el amor. La formaron para triunfar y triunfó y ella casi ni se enteró.

Le enseñaron desde un comienzo que la vida era trabajar  en el montaje de espectáculos y que éstos debían salir perfectos ante el público. Eso sencillamente  impedía que hubiese niñez, que se dieran juegos, que se pudiera comer las golosinas que cualquier menor  pretende. No. Nada de eso era para ella. Le metieron en la cabeza que ella había nacido para ser estrella y debería serlo y no podía conceder la menor licencia de tiempo libre, ni de diversiones infantiles.  Era una niña, pero tenía que ser una gran estrella.

Cuando apenas tenía 7 años, en 1929, debutó ante las cámaras cinematográficas, ante las que tuvo un excelente registro, con una extraordinaria capacidad histriónica, resultando el más afortunado de los personajes de la película, la inicial que haría en lo que se convertiría en una extensa filmografía que colmó todos los teatros del mundo, por lo refrescante de las actuaciones de la niña, por la maravillosa voz y sus bailes  arduamente entrenados hasta el cansancio.  Supo de ensayos, de tomas repetidas muchas veces, de gritos de director,  de extensas jornadas de filmación, de consumo permanente de pastillas que le daban los mayores para que no le diera hambre y evitar de esa manera que pudiera llegar a engordar y por ende perder la agilidad de su cuerpo y la armonía de sus formas.  La convencieron  diciéndole que de esa manera sería bella por siempre y que una gran estrella jamás puede dejar de ser bella.

Para la menor no era fácil asumir esa vida exageradamente responsable. Pero no tenía alternativa. No tenía salida.  Había nacido en el seno de una familia del espectáculo, en él debía formarse, hacerse un futuro y llegar a ser leyenda mundial, deslumbrante en todo momento ante los ojos de los demás, pero sin que nadie supiese a cambio de que se lograban  esas metas. Todos veían esa parte luminosa  de una gran cantante, de gráciles movimientos corporales, con una expresividad  imposible de imitar, con un cuerpo  casi perfecto. Era la parte correspondiente a la respuesta del público que siempre fue la de los aplausos de pie. Nunca  fue posible saber del gran drama de dolor y angustia que ese bello cuerpo llevaba consigo.  Ese dolor que se le anidó en la vida desde el primero hasta el último de sus días.

Cuando pretendía descansar, el cansancio mismo se lo impedía. Poco a poco fue perdiendo el sueño. Daba vueltas en la cama, se tapaba la cara, quedaba en absoluta oscuridad  y el sueño no llegaba.  Comenzó a consumir licor como una manera de embotar su cerebro para tratar de lograr el vencimiento de las energías y reposar hasta el descanso. Nunca lo logró. Siempre se embriagó. Hasta terminar dependiente de una droga más: el alcohol. La hicieron dependiente de las pastillas para no aumentar de peso Y de las pastillas para mantener y multiplicar la enorme energía para mantenerse sobre el escenario en largas presentaciones,  con las que deliraba el público, estallaba en aplausos e histeria  y los artistas  pensaban  que la gloria estaba entre sus manos  y no podían dejarla ir, ni siquiera un momento. La fama, las giras, las luces, los aplausos les aturdían la existencia y ellos, los artistas, ni siquiera se daban cuenta que podían tenerlo todo, menos la vida.

Ella  no fue nunca consciente de lo que estaba construyendo en su transcurrir de los días, diferente a lo que le indicaron otros desde siempre: tienes que ser la mejor, la más grande, la más luminosa, la reina, la insuperable.  En la medida en que las pérdidas se le comenzaron a hacer una realidad, fue  siendo testigo de lo que ciertamente era su vida.  En medio de esas inmensas multitudes, ella estaba grandiosamente sola.  No había sabido ser hija, porque sus padres le impidieron que lo fuera, pues, por encima de todo, querían que fuera una gran artista y que se convirtiera en la gran generadora de muchas guanacias económicas para la familia; no supo ser amante, pues sus fantasmas interiores la asaltaban cuando de estar consigo misma se trataba,; no supo ser esposa, porque tuvo la peor manera de escoger a sus compañeros, confundiendo intereses en todos los casos, diferentes a los de tener un compañero de vida; no supo ser madre porque no quiso, no pudo, no fue capaz, al punto que la disputa de la custodia y guarda de los menores terminó en la vergüenza de que no se la dieron a ella por la sencilla razón de carecer  de recursos económicos, para garantizar su estabilidad en el proceso formativo; no supo ser, ni siquiera, ella misma porque no le permitieron serlo, desde un comienzo la obligaron a que fuera otra, esa que era capaz de representar y cimpartir  sus expresiones  en un escenario al compas de unas notas y sobre el significado de unas canciones. Transmitía mucho para los demás. Nunca se transmitió nada para ella misma.  Se le fueron llenando los días de vacíos, de dudas, de olvidos.

El  alcohol  y los barbitúricos, los habidos y por  haber, de alguna manera  la mantenían de  pie, cuando no conservaba fuerza de ninguna naturaleza, por la sencilla razón de que comía muy poco (le hicieron coger temor de los alimentos para que no aumentara su peso y no se dañara su figura) y no conseguía nunca conciliar el sueño, pues el cansancio que debía conducirla hacia él, se convertía en el gran obstáculo para ello, pues se le acumulaba de tal manera  que la mantenía completamente alerta las 24 horas día.

Por muchos momentos llegó a pensar que la vida era un fardo enorme y pesado que se colocaba sobre sus frágiles espaldas y la aplastaban contra el piso. El siguiente trago la volvía a la realidad. Era una estrella y como tal debía afrontar a todo el mundo. Las estrellas no se dan por vencidas, siempre  se muestran de la mejor manera y deben cantar cada vez más bello. Ella respondía.  Sus reflejos se fueron resintiendo ante la ausencia casi total de reposo para recuperaciones biológicas, mediante el acatamiento de las leyes naturales que no están a la discrecionalidad  de los seres humanos, que apenas son sujetos pasivos frente a esos procesos evolutivos  y condiciones y exigencias que de no ser atendidas conducen a secuelas no calculables, pero en todo caso, dañinas y destructivas  de ciclos que se deben cumplir en orden natural. Forzar la naturaleza es alcanzar propósitos humanos. La naturaleza no olvida y vuelve a imponer sus condiciones.  Terminaba imponiéndoselas y la llevaron a ese dolor constante  en que le convirtieron su exitosa existencia.

Es extraño que en medio de hermosas canciones, orquestadas con la mejor calidad, con notas que pueden marcar nostalgias, pero de todo modos poseen la frescura de lo que se dice a través de las diferentes escalas que marcan las notas musicales y sus tiempos, no sea posible sentir la emoción positiva de estar presenciando un hermoso espectáculo y esa percepción de dolor y tristeza  no abandone en momento alguno. Se siente dolor, ser percibe dolor, se respira dolor, se huele el dolor, se sufre el dolor. Es como si el sometimiento constante al éxito, al triunfo, a la gran victoria condujera a una extraordinaria derrota de un bello ser humano. Cuando intenta levantarse es mucha la fuerza que la acompaña. De nada sirve. Cae muy fácilmente. Esa fortaleza no existe. Es terriblemente débil. Es como una pluma que puede ser desaparecida al menor movimiento brusco del viento. Solo admite leves toques de viento que apenas si la rocen. Es un cuerpo  frágil, muy frágil y todos temen la quebradura final. No es difícil saber que va a pasar al final, pero todos se niegan a que ello se haga realidad. Nadie quiere que llegue lo que tiene que llegar.

Es posible que se espere una pausa a ese dolor formativo con excelentes resultados. La pausa no llega. La cadena de dolor no se detiene y al fin, solamente cuando encienden las luces del teatro, es posible aterrizar en la realidad no forzada del espectador que acaba de presenciar una de las mejores películas que se van a ver en este 2020 en Colombia,  en la que un director inglés, especialista en Shakespeare, ha querido  hacer una biopic  de Judy Garland, la gran estrella de Hollywood  en los años sesenta que terminara convertida  en una especie de derrotada infinita.

En esta película estrenada en las salas  colombianas  en los primeros días de enero, se observa un repaso de una parte de la vida de Frances Ethel Gumm, nacida en Gran Rapids, Minesota, Estados Unidos, el 20 de junio de 1922, quien artísticamente desde un comienzo y hasta el final fue conocida por el público como Judy Garland. Una actriz que a los 18 años ya había ganado un Premio Oscar, como actriz juvenil, siendo nominada como actriz principal en 1955 y 1961, convirtiéndose en una  de las grandes leyendas de Hollywood, donde la trataron siempre como un gran producto comercial, con el mas completo olvido de un ser humano que necesariamente habitaba en ella. Nunca fue niña, nunca fue adolescente, nunca fue mujer en el sentido completo de la expresión, nunca fue esposa, nunca fue hija, nunca fue madre, nunca fue compañera, la hicieron estrella apenas pudo caminar y hablar y de ahí no la volvieron a mover, hasta llegar al cuadro que con gran maestría establece este filme. Una realización  de gran calidad. Un drama enmarcado en bellas canciones y excelente sonido, con unas imágenes que se convierten en el vaso comunicante efectivo para transmitir muchas emociones al espectador que se niega a tolerar tanto dolor junto, pero a quien no le queda alternativa que soportarla durante casi dos horas.

A Judy Garland la hicieron estrella de espectáculo sus propios padres,  Frank Gumm y Ethel Milne, quienes eran actores de teatro musical y en ese mismo camino embarcaron a sus hijas, montando con ellas comedias con canciones y baile, que la llevaron a debutar  en las tablas cuando ni siquiera había cumplido los tres años.  No es fácil saber si se percibe admiración o amargura de acabar con la niñez de alguien. Cuando apenas contaba con 13 años ya la Metro Golden Mayer la tenía en su nómina como estrella exclusiva  y le extrajo todos los réditos posibles, con profesores y formadores que la trataron como una cosa que debía responder a unas disciplinas inmodificables. Era un producto y los productos se hacen para sacarles provecho económico. Todavía la MGM lo sigue haciendo con sus filmes. En 1929 hizo su primera película y en 1963 la última,  en lo que constituye una obra actoral del orden de 20 cintas. Hizo muchos conciertos en el mundo, una vez la MGM la liberó de sus obligaciones contractuales. Igualmente fue el eje de atención en numerosos programas de TV  entre 1955 y 1963. Grabó muchos albúmenes  en audio, éxitos mundiales y otros tantos de sus conciertos, con sonido en directo.  Se valió de barbitúricos y el alcohol, para tratar de soportar esas extenuantes jornadas de trabajo. Fue tanto el abuso que terminó por destruir su ciclo natural de sueño. Buscando el descanso  acudía a esos elementos artificiales  que una noche la logran dormir, para siempre. Era el amanecer  del 22 de otro junio en 1969, cuando estaba en Chelsea, Londres, durante una temporada de conciertos, en uno de los cuales se derrumbó y solamente pidió con angustia que no la fueran a olvidar.  Tenía miedo de no ser nada en el futuro, cuando ella lo quiso ser todo.  Tuvo tres hijos, Liza Minelli,  de su fracasado matrimonio con Vicente Minelli y Lorna y Joey Luft, cuya custodia nunca pudo tener por carencia de recursos económicos.  Ganó todos los premios del espectáculo de la ndose luego al teatro y a las artes audiovisuales, en Highgate Londrel  que presenta todas las dificultades de los personajes quépoca y figura como una de las grandes de la historia del cine musical.

A Judy la encarna magistralmente (acaba de ser nominada a mejor actriz en los Oscar, que ya ganó  en el 2003) la actriz norteamericana Renée Zellweger, nacida  el 25 de abril de 1969 –en el mismo año que muriera su personaje-, quien hace absolutamente creíble la representación, con unas expresiones corporales y actorales que bien justificarían que el mayor galardón  del mundo del cine se le entregue con merecimiento.  Es la columna vertebral  del filme y no permite que este decaiga en ningún momento. Se sufre todo el tiempo con esa mujer que representa. Una extraordinaria actriz, para un papel  que presenta todas las dificultades de los personajes que se salen completamente de lo que todos llaman la normalidad.

La película “Judy”  fue filmada  en el 2019 con guión de Tomas Edge, por el director inglés  Rupert Goold,  nacido el 18 de febrero de 1972, en Highgate Londres, quien  se formó académicamente como traductor, dedicándose luego al teatro y a las artes audiovisuales, concentrando sus energías en la gran expresión teatral de todos los tiempos del maestro William Shakespeare,  de cuyas obras ha hecho varias adaptaciones para televisión y cine. En 2010 hizo la versión cinematográfica de Macbeth, en lo que ya se puede adivinar la exigencia  que se propone  en lo que hace. En el 2012 hizo los capítulos correspondientes al drama de Ricardo III, para la serie de la Corona Hueca de la televisión inglesa. En el 2015 dirigió la cinta Falsa Identidad, con mucho éxito de taquillas y crítica. En este año se exhibe en las salas del mundo esta biopic de Judy Garland, con una gran aceptación del público que ha tenido ocasión de verla. Y ya tiene la candidatura de su protagonista en la edición actual de los Oscar. Un joven director con un recorrido de cine de contenido, al que no se va a distraerse, sino a participar de los dramas que es capaz de armar  con técnicas exquisitas y un manejo de todos los detalles  que no permiten desatenciones.

Esta cinta es un buen presagio para la cartelera nacional de este año, a la que llega tanta basura comercial irresistible, pero de tan  grandes efectos  financieros para los distribuidores.  Conocer la vida exitosa y luminosa de Judy Garland a través de esta película inglesa, es asistir a la biografía del dolor.