28 de marzo de 2024

Adiós a Planolandia

14 de enero de 2020
Por Víctor Zuluaga Gómez
Por Víctor Zuluaga Gómez
14 de enero de 2020

Dice la epistemóloga Denise Najmanovich: “Dividir el mundo en buenos y malos, lindos y feos, pobres y ricos, inteligentes y tontos, relativistas y dogmáticos, héroes y antihéroes, etc., es uno de los vicios más profundos y activos de nuestra civilización. Estas clasificaciones dicotómicas resultan ideales para todos los amantes de las ideas “claras y distintas”; salvo cuando alguien osa ubicarlos en un bando “indeseable”. Los adictos al pensamiento polarizado o dicotómico tienden a reunirse siempre en el paraíso y destinar a sus enemigos al infierno.”

Esa es la tragedia que actualmente vivimos a nivel planetario y en todas las esferas del conocimiento humano: educación, salud, economía, et.

Voy a referirme al caso de la salud en donde  encontramos posiciones  enfrentadas,  cuando se habla de medicina Occidental y de medicina tradicional, referida esta última a las prácticas realizadas por comunidades indígenas.

Me llamaron en alguna ocasión de un ente gubernamental con el fin de organizar un encuentro de Jaibanás (médicos tradicionales de los Embera) y cuando les propuse que ese encuentro debería hacerse con los médicos y paramédicos de Pueblo Rico y Mistrató, de inmediato me dijeron que era como faltarles al respeto a los médicos egresados de una Universidad. Entonces no acepté. Porque frente a ese tema hay quienes consideran que la medicina tradicional y en general la cultura aborigen debe permanecer inalterada y no contaminarse con los desarrollos científicos de la medicina Occidental. Así lo ha defendido  la brasilera Susana Ramírez cuando afirma: “La globalización reconoce la diversidad pero, a su vez propone su homogeneización en aras de una supuesta convivencia armónica, dentro de un mundo global” (Salud, globalización e interculturalidad, en Revista Ciencia y salud, vol. 19, octubre 2014).

Desde luego que hay voces desde Occidente, desde posiciones científicas, que abogan por la eliminación de prácticas ancestrales en el campo de la medicina, pero hablemos también de las posiciones que defienden la interculturalidad, entendida ésta como la posibilidad de aproximar los conocimientos de las diversas culturas, de manera que sea posible reforzar aquellas conductas o saberes que puedan impactar favorablemente en el campo de la salud. Me decía un Jaibaná que los médicos de Universidad “curan” pero no “sanan”. Y tienen razón, en muchos casos cuando el médico receta omeprazol sin preguntarle al paciente cuál es su hábito alimenticio, que es el verdadero causante de su malestar intestinal.

Pero si bien hay algunas miradas despectivas desde la Academia, hacia lo que tiene que ver con la medicina alternativa, también es cierto que hay dogmas que se han enquistado desde la medicina alternativa y de algunas prácticas tradicionales de algunas etnias, que de ninguna manera se pueden considerar positivas y sí dañinas y violadoras de los derechos naturales. Me refiero en concreto a la práctica de la ablación del clítoris entre los Embera-Chamí, al considerarse que es una costumbre ancestral. En primer lugar, lo he podido constatar con documentos, no es una costumbre ancestral sino una práctica que los indígenas tomaron de los esclavos africanos procedentes de Malí, quienes a su vez la habían tomado de los árabes. Y a pesar de existir un mito entre los Chamí que intenta darle fuerza a dicha práctica, lo cierto es que ni es ancestral y violenta la integridad de las niñas, aduciendo una cosmovisión que a todas luces es equivocada.

En síntesis, digamos que en cada pueblo, cada cultura, existen prácticas, creencias, que violan los derechos humanos y que van en contravía de los más elementales valores éticos. Por ejemplo, en la que llamamos “cultura paisa”, aquel principio de la “viveza”, que un paisa no se vara y que es necesario conseguir dinero trabajando y si no lo puede hacer de manera correcta, ética, de todas manera hay que conseguirlo, hace parte de una práctica indeseable, carente de ética y que es necesario desterrar.

Digamos entonces que la interculturalidad consiste en un acercamiento entre las culturas de una manera respetuosa de manera que cada una aporte los valores que propicien una convivencia armónica y con una fundamentación ética.