Belalcázar, balcón del paisaje
José Miguel Alzate
Sus primeros pobladores fueron colonizadores antioqueños que llegaron hasta sus terrenos en busca de nuevas formas de producción, en una oleada migratoria que se inició en el año 1800 para poblar la gran mayoría de los municipios que hoy conforman el departamento de Caldas. Hombres que llegaron a estas tierras sin más equipaje que sus sueños de levantar un poblado donde vivir tranquilamente con sus familias, organizando un sistema de producción, fueron los primeros pobladores del municipio. La empresa la acometieron, entre otros, Pedro Orozco, Bartolomé Chavez, Alvaro Naranjo y Lisimaco Orozco.
Observado desde la parte más alta del monumento a Cristo Rey, Belalcázar parece una colina iluminada desde donde se puede observar el paisaje majestuoso de todo el Valle del Risaralda y el Cañón del Río Cauca. Desde una altura de 46 metros, que es la que tiene este monumento que fuera levantado por el sacerdote Antonio José Valencia como un llamado a la reconciliación en los tiempos de la violencia, el poblado serpentea bucólico sobre la cima de un ramal de la cordillera occidental. Parece una réplica de uno de esos poblados franceses que se levantan sobre las colinas de los alpes desafiando la fiereza de los vientos. Las calles se observan desde la altura como diseñadas por hombres que previeron las dificultades del terreno para hacerlas ondulantes en su parte posterior, y con leves curvas en la parte superior.
En 1890 el hoy municipio de Belalcázar fue erigido como corregimiento. 21 años después fue elevado a la categoría de municipio mediante ordenanza # 017 de 1911, aprobada por la Asamblea Departamental. Su primer corregidor fue el señor Vicente Marín Abello, escogido por los habitantes por haber sido una de las personas que trabajaron en su proceso de fundación, representativa de las calidades cívicas de quienes poblaban entonces el pequeño caserío. Una vez aprobada la erección de la parroquia se desempeñó como primer cura párroco el sacerdote Marco Tulio Villegas. La primera persona bautizada responde al nombre de Julio Acevedo. El sacramento le fue suministrado por el padre Antonio José Estrada. Desde entonces hasta hoy, Belalcázar ha escrito su historia en páginas memorables que muestran la pujanza de una raza que venció las dificultades para proyectarse como un poblado progresista que a lomo de mula, por caminos de herradura, alcanzó su desarrollo.
Belalcázar es conocido como el Balcón del Paisaje, nombre que se le dio por su afortunada ubicación sobre la cima de un cerro desde donde, como dijimos antes, se puede observar el paisaje majestuoso del Valle del Risaralda, alcanzando a divisarse a lo lejos el casco urbano de municipios como Viterbo, Belén de Umbría, Santuario, Balboa, Cartago, Palestina y Manizales. La vista se regodea ante un paisaje impregnado de una naturaleza exultante, donde el verde encendido de la llanura parece confundirse, a lo lejos, con el tono más claro de la caña que se cultiva cerca a La Virginia. Extensos pastizales le dan color a una postal que despierta la admiración de quien mira desde sus calles sencillas hacia ambos lados de la cordillera. Las aguas del río Risaralda, que corren apacibles por entre el verde intenso del paisaje, brillan a lo lejos como una corriente cristalina que desciende romántica desde una montaña lejana.
El monumento a Cristo Rey es el símbolo de este pueblo de virtudes cristianas que en la época de la violencia fue sacudido por el fanatismo político de sus pobladores. Fue esta la razón por la cual en el año 1948 el sacerdote Antonio José Valencia, que ejercía como párroco, se aventuró en la colosal empresa de levantar este monumento que imita un poco al Cristo del Corcovado en Brasil. La obra tiene 46 metros de altura y 17 de profundidad. Se estima que tiene 400 toneladas de peso, y para llegar hasta su parte más alta, la cabeza, es necesario ascender un total de 145 escalones. En el interior de la parte baja, donde se inician los escalones, fue construida una pequeña capilla donde se le rinde culto a la imagen del señor caido, una talla en madera de origen quiteño. En su construcción se gastaron 1650 bultos de cemento y en los brazos tiene 7 toneladas de hierro. El costo total de su construcción ascendió a la suma de 300 mil pesos de entonces.
A Belalcázar se llega por una carretera en buen estado que sale de Manizales por el sector conocido como La estación Uribe para, una vez atravesado el puente sobre el río Cauca, en el Corregimiento de Arauca, tomar un ramal que lleva hasta un sitio llamado El Crucero, de donde se desprende otra vía que conduce hasta sus calles. Desde allí el viajero empieza a disfrutar el paisaje que le ofrece una naturaleza espléndida. Es una carretera con pequeños tramos destapados, pero en buenas condiciones de transitabilidad. Son 68 kilómetros que el turista recorre reconciliándose con la naturaleza, respirando su aire cálido, sintiendo en la cara el viento fresco de la madrugada. Además, saliendo de Pereira se llega por la Troncal de Occidente hasta el sitio conocido como el Cairo. Allí se inicia un leve ascenso de 13 kilómetros por entre cafetales florecidos, por una carretera que se encuentra en proceso de pavimentación.
Este pueblo que en los tiempos de la conquista fuera habitado por los Indios Ansermas, la tribu que dominó una gran parte de los terrenos del occidente de Caldas, se siente orgulloso de sus ancestros antioqueños. Sus pobladores son hombres trabajadores que heredaron de sus antepasados el amor por la tierra. Los campesinos, que salen religiosamente todos los domingos al caso urbano para asistir a misa y comprar lo necesario para el hogar, son la imagen de esos hombres forjadores de progreso que con machete al cinto y azadón en mano desbrozaron montañas para fundar un pueblo. Hombres que enfrentándose a lo agreste de la selva derribaron árboles para levantar viviendas, y sometiendo a la naturaleza dominaron la tierra para que pudiera producir el alimento de sus familias.
La Administración Municipal que orienta el alcalde Jahír de Jesús Alvarez ha comprometido sus esfuerzos en mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Con el escaso presupuesto que maneja ha emprendido obras de desarrollo que benefician a toda la comunidad. La ampliación de la cobertura del sistema subsidiado en salud, el mejoramiento de vivienda a familias de escasos recursos económicos, el bienestar para las personas de la tercera edad, la atención a los programas educativos en los diferentes planteles, la construcción de viviendas de interés social y el apoyo a las actividades deportivas y culturales son programas que atiende con recursos propios y las tranferencias que hace la nación.
Por las calles de este municipio de gente amable deambulan a toda hora personas que hacen parte de su rutina diaria. Camina el estudiante que con los cuadernos bajo el brazo se dirige al colegio, la muchacha hermosa que con la ronrisa dibujada en el rostro expresa su alegría interior, el anciano de andar lento porque ya le pesan los años, la pareja de novios que abrazados viven sus propios sueños de amor, las señoras elegantes que exhibiendo sus mejores trajes se dirigen a la iglesia. Todos caminan por estas calles sin temor a nada porque la tranquilidad habita en ellas. Belalcázar en un pueblo pacífico donde muy pocas veces ocurren hechos de violencia. Allí todos se conocen entre sí. Y se saludan todas las mañanas como exteriorizándose sus afectos.
En la zona rural de este municipio que en los primeros años se llamó La Soledad tiene asiento la comunidad Embera Chamí, un resguardo indígena que conserva en su forma de vida las costumbres que caracterizaron a sus antepasados. Tanto que todavía castigan a sus miembros con el sistema que utilizaban los indios. Cuando alguno de los miembros de la comunidad comete una falta grave es condenado al cepo durante 36 horas para que espíe sus culpas. Y nadie puede interceder para que le rebajen la pena. El principio de autoridad prima sobre cualquier circunstancia. La apariencia física de los integrantes de esta comunidad recuerda, por la singularidad de sus rasgos, a los primitivos pobladores del territorio caldense. Aunque no visten taparrabos, ni usan narigueras, ni practican la antropofagia, conservan algunas costumbres propias de la raza indígena.