28 de marzo de 2024

Participar en consensos

26 de noviembre de 2019
Por Jaime Lopera
Por Jaime Lopera
26 de noviembre de 2019

Es innegable: los consensos son lentos; todo diálogo es parsimonioso, las decisiones consensuales producen letargo. En cambio, los apremios de las personas y de las empresas son inmediatos, en especial en estas épocas de vertiginosos cambios e incertidumbres. ¿Cómo podemos conciliar entonces las decisiones lentas y participativas con las urgencias instantáneas y rápidas?
El que no sepa responder esta pregunta estará condenado a ser un probable enemigo del trabajo en equipo. Porque la lentitud del consenso que se suele presentar en las funciones de un equipo, contrasta paradójicamente con la rapidez del autoritarismo. Es evidente: es más factible que una imposición individual descienda fácilmente por la pirámide organizacional, que un consentimiento grupal tomado por varias personas se presente a tiempo al sitio donde debe llegar.

   Preguntamos entonces: la velocidad del cambio al que nos vemos enfrentados como personas y como organizaciones ¿requiere menos consensos y más autoritarismo? Qué queremos al fin: ¿consensos lentos o decisiones autocráticas? Resolver esta contradicción constituye la esencia de la participación.

   Al hablar de esta palabra se nos ocurren las mismas reflexiones: involucrar, concurrir, asociar, envolver, son algunos sinónimos legítimos de la participación. Pero involucrar es también un proceso de muy lento aprendizaje y difícil alcance –que la sola Constitución del 91 no puede propulsar por mucho que se mencione la participación en muchas de sus cláusulas.
Asociar es pues un asunto de tiempo, de aquiescencia, de tranquilo intercambio con la otra parte. A pesar de las apariencias, los partidos políticos colombianos no han tenido la paciencia para involucrar a sus militantes, y por lo tanto han tenido muy pocas posibilidades de facilitar la participación. Los gerentes tampoco tienen paciencia para involucrar a sus colaboradores en las decisiones de su organización, y prefieren la persecución en caliente, la línea rápida y de menor resistencia en las decisiones importantes. De esta manera nadie aprenderá, ni en la familia, ni en las empresas, ni en el Gobierno, la lenta pero definitiva naturaleza de participar.

   En otras palabras: participar es sentirse parte de algo. Si yo me siento parte de algo, me involucro en ello. Si mi eventual sentimiento de participación no existe, ¿por qué demonios me involucro en alguna cosa?

   Por todas estas razones no es de extrañar que la paz sea tan complicada para los impacientes y para los que ni sienten la necesidad de participar, ni han recibido oportunidades para ejercerla.