18 de abril de 2024

Elogio del arroz con huevo

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
16 de octubre de 2019
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
16 de octubre de 2019

Es plato de soltero, de separado, de echado de la casa, de vago, de bien y de mal casado, de ocupado, de enemigo personal de la comida de muchos trinchetes, de facilista, de sujeto escaso de equipaje en materia gastronómica.

De perezoso, de informal, de cómodo, de no me jodan con comida fusión ni yerbas afines, de amor por la tierra y el reino animal. Porque el de arroz con huevo es el mejor matrimonio de cereal con proteína y un nutriente perfecto.

Me gusta porque se puede “maridar” con chocolate, café, agua, jugo; porque se deja acompañar de arepa o pan, y se le puede vaciar un frasco de salsa de tomate y sabe mejor.

Porque se puede comer con cuchara o tenedor, porque la yema del huevo que queda esparcida en el plato se puede recoger con la arepa (mejor con el pan); mejor todavía, con el dedo.

Porque no tenés que ponerte a lavar harta loza, porque quita el hambre, no engorda, no enflaquece, porque el arroz es del carajo, así sea solo, frío o caliente. Porque la exigente fauna de los dietistas no tienen nada contra ellos.

Porque nos hermana con millones de orientales pero nos permite seguir viendo con nuestros ojos occidentales.

Porque a las gallinas se les hace el homenaje de engullírseles su principal producto de exportación.

Porque se puede comer frito, «arroz a caballo», o revuelto el arroz con el huevo, porque es económico, porque es el plato colombiano más consumido, dicho por especialistas, si es que el DANE no se pronunció al respecto.

Porque nadie le ha hecho un poema, porque se puede mezclar: una vez comés arroz con huevo, otras huevo con arroz; porque pueden ser dos los huevos, «en» dependiendo de la gurbia que tengas. Es ideal al final de la quincena cuando en casa no hay con qué envenenar una cucaracha.

Porque estéticamente esa mezcla se ve bien sobre el plato, porque está listo en par patadas, porque es barato (hasta Bill Gates lo puede comer), porque uno lo aprende a preparar sin que haya ido a la universidad, ni leído todos los libros del mundo. Es plato de analfabetas gastronómicos.

También el Papa lo puede preparar en la claustrofobia de su celibato (y si no, pobre del Papa, de la que se está perdiendo. Se equivocaría menos y el Espíritu Santo podría tomar compensatorio).

Porque la gente se burla de uno cuando uno dice que le gusta ese plato, porque no hay que averiguar el pedigrí de la gallina que puso el huevo; porque sin arroz no hay paraíso.

Porque cómo será de bueno que uno dice de pronto: tal cosa me puso arrozudo; a nadie se le ocurriría decir: me puse frijoludo.

Porque no enferma, antes te alivia de alguna maluquera. Porque cuando uno está enfermo o de mal comer, allí tiene la solución; porque es un plato que no lo inventó nadie: lo inventamos cada vez que lo preparamos. Porque nunca sabe igual el plato.

Porque sabe igual de sabroso a cualquier hora del día, sobre todo por la mañana y más por la noche, porque nos vamos a roncar llenos pero con el buche ligero.