29 de marzo de 2024

DUQUE

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
20 de septiembre de 2019
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
20 de septiembre de 2019

A la edad  de diez años descubrió que lo que le atraía en la vida era la constante descarga de adrenalina, esa que percibió en su cuerpo en las primeras veces que se lanzó desde lo más alto que pudo a una piscina.  Sintió que su cuerpo como que volaba y que  en la medida en que el vuelo humano se desplegaba, con la rapidez de lo que tiene peso y por la fuerza de gravedad necesariamente se dirige hacia abajo, el vacío le entregaba una exquisita sensación.  Esa sensación era diferente a las otras muchas que cualquier niño vive y experimenta en ese mundo en el que la imaginación se pone  en ejercicio sin los miramientos, ni mucho menos limitaciones, de la previsión, porque cuando se es niño,  el cálculo de riesgos y peligros no existe. Lo que existen son las ganas de hacer cosas, ojalá diferentes a las que hacen los demás.

Le gustaban las alturas y el agua. Lo estremecía de felicidad  penetrar verticalmente sobre el agua, flotar, ayudarse con los brazos, sacar la cabeza, mirar hacia arriba y comprobar que  había logrado un salto con altura.  Era una sensación que nunca la ha podido describir, ni siquiera cuando  posee 35 años de experiencia en lo que hace y cuando la edad le ha llegado a los 45 años, cuando debe ser consciente que los reflejos, las reacciones no son las mismas y  cuando ya tiene tantas cosas en que pensar, lo que de alguna manera  le genera limitantes que ahora le han determinado que ha llegado el fin de una carrera  de triunfos, de reconocimientos, de aplausos en el mundo entero, de miles de entrevistas periodísticas para contar lo que se siente en el aire.

A ese chico lo que más le gustaba era que lo llevaran a piscina y especialmente si se trataba de piscinas hondas, con grandes trampolines. Sus padres lo respaldaron y  su progenitor le puso de presente que si quería hacer esos saltos, sería necesario que se preparara con personas que supieran del tema, pues los riesgos eran demasiado  grandes y  se debe hacer deporte, pero con los cuidados necesarios para que los riesgos propios de cada disciplina deportiva, no se conviertan en lamentos eternos de dolor e incapacidad. La decisión del niño era en serio y desde ese momento comenzó a entrenar sus saltos  durante tres, cuatro, cinco o seis horas diarias.  Cursaba sus estudios de secundaria con mucha dificultad, pues el tiempo sustancial quería dedicarlo a hacer saltos al vacío para caer de pie sobre una superficie líquida.

Desde un comienzo entendió que requería de mucha disciplina. No era un deporte para tomar a la ligera. Su vida iba a quedar reducida a las rutinas de los entrenamientos, al estudio, al aprendizaje del inglés si quería competir en todo el mundo, al sueño reparador y oportuno, a una alimentación adecuada en la que las grasas y los azucares en exceso debían desaparecer.  Nunca podría permitirse el sobre peso. Siempre debía mantener una figura  que en el aire se pareciera a una flecha humana en movimiento.  No iba a ser fácil pero le prometió a sus padres que le dedicaría la vida a los clavados de altura, porque era lo que lo llenaba de satisfacción y le hacía sentir las emociones que ninguna otra actividad podía depararle. Sería competitivo nacional  e internacionalmente.

Cuando en asocio con su padre indagaron por las competencias en ese deporte, se encontraron con la sorpresa de que no era un deporte olímpico y que las torneos eran en esencia de carácter comercial, a manera de promoción de productos en ventas masivas.  Había eventos. Había campeonatos, pero sin que hubiese una organización y unos reglamentos universales que indicaran la práctica de esa disciplina. En cada evento se ponían las reglas de juego y se establecían los métodos de calificación  para saber de los ganadores.

Por encima  de ser una disciplina deportiva, que demanda en su práctica una extraordinaria preparación física, una concentración al límite, un dominio de los nervios absoluto, una planeación previa de cada ejercicio, una memoria  visual  inmensa y un constante afán de creatividad en  cuestión de segundos, lo que dura un salto desde altura hasta caer al agua, se vendía como espectáculo de los amigos del alto riesgo. Esos que llevan adrenalina hasta en la piel y se gozan el mayor peligro que logren identificar.   Era un deporte de gran agilidad mental, en el que la menor desatención lo echa todo a perder. Es prepararse muchos meses, con prácticas diarias intensas, para obtener un resultado en menos de un minuto. Y en ese breve tiempo todo puede salir muy bien, mal, regular, errático o pésimo. Lo que se ha entrenado  se va al vacío de un mal movimiento, de una descoordinación que los jueces detectan desde la comodidad de sus sillas, acompañados de monitores de repetición que les permiten verificaciones instantáneas.

Debía estar pendiente de los eventos que se organizaran para inscribirse, a altos costos, y participar  conforme a los reglamentos en cada caso. En Colombia habían pocos eventos, la gran parte de los mismos se hacían  en otros países, especialmente los europeos con costas marinas, aprovechando los acantilados  de gran altura y que permitieran  transmisiones de televisión en directo, pues gran parte de la financiación se obtenía de los derechos de transmisión inmediata a los espectadores en todo el mundo, lo que de alguna manera se ha convertido en una herramienta permanente de todas las disciplinas deportivas que ya han dejado de pensar tanto en los ingresos de taquilla y han encontrado en ese medio de comunicación un aliado de masificación del conocimiento de deportes tan poco comunes como tiro con arco,  como el golf,  como el tenis de campo, que el mundo  entero puede apreciar en el momento en que suceden.

Cuando comenzó a saltar de manera competitiva, siendo muy joven,  dio muestras contundentes de ser un fuera de serie, alguien que iba a destacarse con brillo propio, por la agilidad, la destreza, la disciplina en el aire y la decisión de saltar desde la altura que le propusieran.  Lo que le gustaba era saltar desde más arriba. Mientras mayor altura del salto, más tiempo en el aire percibiendo esa enorme sensación de felicidad que se le mete en el cuerpo cada que hace figuras corporales que marcan puntos a favor o en contra.

En cada salto él mismo  es capaz de identificar las faltas que ha tenido.  Antes que los jueces le dictaminen  en que ha fallado, se entera y comienza a corregir con ejercicios y prácticas que se repiten y se repiten sin descanso, porque toda coreografía en el aire es posible de ser perfeccionada y a eso le apuntó siempre: al salto perfecto.

Ese salto perfecto lo logró en Hawái, cuando le propusieron imponer un record Guiness de salto de altura.  Se preparó, trabajó denodadamente, en silencio, ya tenía un patrocinio suficiente para ir por el mundo sin las afugias iniciales de todo deportista. Estuvo con antelación en la isla americana y  practicó en el lugar del salto muchas veces. Llegó el día del salto. Todo estaba preparado, el gran equipo de producción de televisión, documentalistas y muchos periodistas que iban a ver como se establecía una nueva marca mundial de una persona  que salta sin ninguna protección hacia el agua, desde una altura de vértigo.  Confió en si mismo, que es lo que siempre le ha ayudado, la gran confianza que tiene en sus condiciones, en su preparación, en su decisión, en su disciplina.  Se lanzó al aire. Hizo la coreografía preparada, enderezó el cuerpo, se puso rígido, juntó sus brazos al cuerpo, juntó sus piernas y entró como una flecha al agua. Sintió que lo había hecho bien. Salió rápidamente a la superficie del agua, donde estaban los ayudas  que lo esperaban  y todos salieron nadando. Miraron hacia la mesa de los jueces. Siete en total. Los siete dieron la calificación máxima, 10. No pudo contener las lágrimas. Por ese momento había luchado toda su vida. Quería hacer un salto sin ningún defecto. Un salto que visualmente fuera una sinfonía. Y lo hizo y así se lo reconocieron. Ese fue uno de los dos récords Guiness que  se encuentran en su inventario y que hasta ahora no han sido superados.

A los 45 años ha llegado el día que desde hace un poco más de tres años, él mismo sabía que se iba a presentar en este año de 2019. El momento en que saltó por última vez, el 14 de septiembre,  desde un acantilado en Bilbao, España, frente a una multitud de personas que se  declaran sus seguidores en todo el mundo y que fueron a verlo por última vez  competitivamente. Ahí terminaron 35 años  de carrera desde el aire con caída al agua.  Llegaba la hora del adiós y no hubo tristeza, no hubo lágrimas, no hubo nostalgia. Se va de las calificaciones de jueces y jurados. Pero nunca se irá del gusto de las sensaciones extremas que  se instalan en el cuerpo humano cuando el riesgo es inminente.

Orlando Duque el mejor clavadista de altura que ha tenido el país en toda su historia le ha dicho adiós a las competencias, aunque advierte que va a seguir vinculado a esa actividad. Se va con muchas preseas y trofeos en su haber, pero con una derrota de 35 años y es que ni él, ni quienes le apoyan en todos los rincones del mundo, han logrado, hasta ahora, que el clavado de altura sea clasificado como deporte Olímpico que obligue a su organización administrativa a nivel de Federaciones nacionales y con programación habitual de torneos y campeonatos. Han sido muchos los intentos, las conversaciones y las confrontaciones con lao dirigentes mundiales del deporte que siguen pensando que esta disciplina es más una aventura que un deporte, sin detenerse a mirar que se trata de personas que para poder competir se tienen que preparar como cualquier deportista. No es un ejercicio de improvisadores con ganas de sentir vértigo instantáneo, sino de jóvenes que gastan muchas horas de su vida en lo que consideran como una manera de mostrar habilidades, dominio, talento,  decisión, deseos de triunfo y ofrecer espectáculos de calidad a los espectadores, que caracteriza a todos los deportes. Para los próximos juegos Olímpicos en Tokio se discutió muy ampliamente el tema hasta el año anterior. Orlando estuvo muy atento  para saber de la decisión y se dijo para si mismo que si lo aprobaban como competencia Olímpica, aplazaría su retiro y se presentaría en ese escenario, independiente de que por su edad no tuviese las mismas posibilidades de ganar que cuando era muchacho.  Se iría con una competencia Olímpica en su haber. No pudo ser. No lo aprobaron y sigue siendo una disciplina marginal, que genera mucho espectáculo y rendimientos económicos, pero que para los exégetas  del olimpismo  no puede ser tenida como práctica deportiva. La siguen mirando como aventura de personas con mucha carga de adrenalina.  Esa derrota le ha dolido y le va a seguir doliendo por mucho tiempo, pero conserva la esperanza de que no se va a morir sin antes ver a muchos clavadistas de altura luchando por conseguir una medalla  olímpica.

Los clavados de altura son considerados actividad de alto riesgo, pero paradójicamente las lesiones que en su trayectoria  ha sufrido Orlando Duque, no han sido ni en entrenamientos, ni en competencias. Ha sufrido lesiones muy delicadas, tanto como que algunas de ellas le hicieron entrar en recesos obligados en su carrera competitiva. Pero han sido lesiones  resultado de algunas de esas muchas aventuras que siempre le han llamado y le siguen llamando la atención,  pues todo aquello que sea un desafío a la fuerza de gravedad, le gusta, lo emociona, lo atrae.  En salto  de altura pero con paracaídas es en lo que ha sufrido las lesiones más delicadas. Nunca ha habido ni siquiera la promesa de no volver a saltar. No. Orlando sabe que esa es su vida y la vida no se corta por una simple decisión de hacerse a un lado en algo, la vida se vive como es el gusto de cada quien y le satisface, de lo contrario termina siendo simple depresión.

Duque ganó su primer torneo mundial en el año 2000 y desde entonces se ha mantenido en la élite de los saltadores reconocidos en el mundo.  Han sido 19 años en que se ha mantenido en el tope de los ganadores, con toda su madurez, su experiencia, su creatividad y la enorme confianza que ha conseguido con base precisamente en los numerosos éxitos.

En el año 2013 la Federación Internacional de Natación, por primera vez  incluyó en sus competencias el  clavado de altura. Un torneo no comercial, sino del orgullo de ser deportista. Orlando se inscribió, representó a Colombia y se coronó  como el primer campeón del mundo en clavados de altura en una competencia  deportivamente reconocida.  Fue un paso grande que pensó lo llevaría a los Olímpicos, pero otra cosa estaba pensando el Comité Internacional  de los Juegos.

Como deportista de alto riego y grandes retos logró el reconocimiento y patrocinio de la marca de bebidas energizantes Red Bull, con la que se mantiene y se va a mantener como promotor, en cuyas competencias ha logrado cosechar once títulos a nivel orbital.  Es la gran estrella de ese espectáculo hasta ahora. En adelante lo serán otros, de esos muchachos que ahora están bajo sus orientaciones y guías, pues le facilita a todos aquellos que quieren hacerlo, los conocimientos necesarios para ello., No tiene egoísmos de ninguna clase. A él le tocó aprender, es apenas lógico que los demás aprenda de él, que ahora lo tienen como un verdadero maestro de la disciplina.

Se va Duque de los clavados de altura. Le va a hacer falta al deporte mundial. Quedan sus marcas, como el haber sido el hombre que ha saltado en caída libre desde la mayor altura: 34 metros, desde un puente, en Amalfi, Italia, con motivo de la grabación de un comercial de su patrocinador, que de inmediato se convirtió en un éxito de emociones. Se va por ser consciente que los años no pasan en vano y que los músculos no siguen reaccionando de la misma manera, como necesita una disciplina que requiere reflejos, frialdad al actuar, pensar en todo momento en lo que está haciendo y cero distracciones. Quien  en desarrollo  del salto, piense en algo diferente a las figuras corporales que debe ejecutar en el aire antes de entrar al agua, pierde cualquier esfuerzo. Se tiene que meter de lleno en lo que hace.

El país entero aprendió a querer a Duque, Aprendió a admirarlo. A hacerlo su ídolo. Entendió que es un hombre disciplinado, serio, consagrado, que sabe que un día, cuando tenía 10 años, tomó la decisión que esas alturas serian su vida y a ello ha sido fiel desde siempre. Se va con la satisfacción de su deber cumplido, el deber que se auto impuso.  Las medallas, los trofeos y los reconocimientos los ha coleccionado. Son muchos espacios los que ocupan. Pero hay un reconocimiento, una retribución que siempre lleva consigo, que la lleva puesta, son los aplausos que ha cosechado en 60 países del mundo, donde ha saltado, realizando aproximadamente 15.000 saltos de altura.

Duque se va en medio de esos aplausos que nunca olvidará. Orlando Duque dice adiós a las competencias. Ahora será el maestro adecuado de los nuevos clavadistas de Colombia. Ojalá algún día su sueño de que sea deporte olímpico se cumpla. Sería su mejor trofeo. Hay que decirle gracias a Duque por lo que hizo y lo que puede hacer en esta disciplina.